La Voz De Un Sendero Entre Las Hojas

OTRA ETERNA MADRUGADA

Akins había vuelto a la casa de su abuela, siendo recibido por la misma a quien la preocupación la tenía por los suelos tanto como a la joven Aurora.

— ¿Cariño, dónde has estado, por Dios? ¿Te has fijado que ya casi es medianoche?

— Karîm…

Corriendo al verlo, Aurorita bajó los escalones para abrazarlo con fuerzas y checarlo de pies a cabeza—

El alma se le estremeció, y descolorida quedó del susto al ver que traía un vendaje en su mano derecha

— ¡Oh corazón mío! ¿Qué fue lo que esta vez te ha sucedido?

Al notarlo, la abuela Elwira también se preocupó.

— ¿A caso caíste de aquella endemoniada motocicleta?

— Si caía de la motocicleta, Aurora, no tendría un puño vendado. Habría quedado con el cráneo hecho trizas y los sesos desparramados.

— ¡Qué horror! —exclamó la jovencita llevándose ambas manos a las mejillas—

— ¿Cómo dices cosas tan horrorosas como esa? Mejor ven, cariño. ¿Tienes hambre? Si es así puedo pedirle a Justino que te prepare algo de comer.

— No tengo hambre, abuela. Subiré a darme una ducha y veré si puedo descansar un poco.

— Está bien.

— Yo lo acompañaré, abue. No te preocupes.

La señora Majewski asentó, sin embargo, su tranquilidad no prevaleció. Y como si le faltara aún más angustia a su corazón, a otra larga y tormentosa noche se resignó mientras observaba a su nieto dirigirse a su habitación.

— ¿A dónde vas, Aurora?

— Acompañaré a Karîm quien finalmente llegó.

— ¿Apareció? ¿Y en qué condiciones?

— Trajo vendada la mano derecha.

— ¿Solo una mano? Pues esa es buena señal. No deberías preocuparte de más.

— Te digo que trae una mano vendada. ¿Qué buena señal podría ser esa?

— Karîm pudo haber aparecido con la cara toda magullada porque las peleas se han vuelto su hobby.

— Mejor me voy. Llevaré una cobija y una almohada. Primita, nos veremos en la mañana.

— Ok… que tengas dulces sueños, cariño —le dijo a su prima colmándola de besos de buenas noches—

— Vámonos Copito.

 

El cansancio parecía a punto de derribar al joven Akins y no deseaba más que rendirse aún sabiendo que en sus noches solo acechaba aquel demonio que lo arrastraba al oscuro sendero, pregonando pena, dolor y odio.

— ¿Aurora, que haces aquí?

— Vine a traerte ropa limpia, corazón mío —contestó sonriente tendiéndole con ambas manos su ropa limpia—

— Mmm… ok, ahora puedes irte. Vete y deja que me vista para acostarme a dormir.

Como si no hubiese escuchado nada de eso, Aurorita acomodó su cobija y su almohada pidiéndole a Copito de Nieve que subiera a un costado de la cama y se acomodara.

— ¿Oíste lo que acabo de decir? La abuela permitió que te quedaras ayer en la noche porque la engañaste, pequeña mentirosa, pero no lo volverá a permitir, por lo tanto, toma tus cosas y vuelve a la habitación con tu prima. A Copito de Nieve puedes dejarlo si quieres.

— Te equivocas Karîm porque la propia abue me lo ha permitido. Voltearé para que te vistas —prosiguió la jovencita cubriéndose con las manos los ojos dándole la espalda.

— Le has tomado el gusto a decir mentiras, pequeña. Me preguntó cuántas veces me has engañado ya.

— Ah… ah… Yo no miento. Deja de llamarme mentirosa y vístete de una vez.

— Pero todo esto en realidad es culpa de la diabla de Gina. Ella te convirtió en lo que eres ahora.

— No sigas, insolente. No hables mal de nuestra hermanita mayor.

Antes de que el joven Akins terminara de ponerse la camisa, Aurora volteó incorporándose sobre la cama. Lo que exploraban sus ojos definitivamente no eran del agrado de Dios

— ¿Qué culpa tienen mis ojos de este triste destino? No puedes llevarme al infierno solo por mirar —se dijo a sí misma entre dientes—

— ¿Qué dijiste?

— Que traje el botiquín de la abuela para sanar tu mano.

— Mi mano está bien.

— Tu mano se ve horrible. Te sacaste el vendaje y tiene las heridas mojadas.

Aurora jaló al chico y lo sentó al borde de la cama. Tomó el botiquín y se sentó junto a él para revisarle la mano. Entre pequeñas cortadas y un par de heridas grandes, Aurorita curó primeramente las heridas de menor consideración y luego se encargó de curar las más grandes para volverlas a vendar luego.

— ¿Sí sabes lo que haces, mi lucecita? No quisiera que termines arrancándome la mano en lugar de curarla.

— Pero si ya acabé. Mejor guarda silencio. O mejor no. Explícame quién te curó anteriormente. ¿Fuiste a un hospital para que te asistieran? ¿Le entregaste tu mano a alguna resbalosa enfermera? —le cuestionó jalándole la mano enferma—




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