La Voz De Un Sendero Entre Las Hojas

EL MISMO DIABLO

En los suburbios de Marxloh, considerado uno de los barrios más peligrosos y marginales de Duisburg, estado de Renania del Norte, Westfalia, se encontraba Gregg Akins. Vestido con ropa oscura, encapuchado y listo para el contraataque en caso de que los ladrones de la zona lo sorprendieran. Tras haber llegado a sus oídos que Marxloh era un distrito infestado de inmigrantes ilegales, desempleados y desposeídos, supo que era el lugar perfecto para encontrar a las personas que necesitaría para llevar a cabo el macabro plan que a su mente le invadía. Marginales que por unos fajos de euros estarían dispuestos absolutamente a todo.

La noche había caído cuando sus pasos lo condujeron hasta un estacionamiento abandonado, convertido en aguantadero nocturno de personas sin hogar. Alcohólicos y adictos provenientes de diversos puntos de Europa. Todos lo observaban al pasar y él los observaba a cada uno intentando encontrar a un individuo con el cual pudiera conversar. Alguno con dotes de líder que a otros marginales, para él pudiera reclutar.

— Oye… ¿Eres nuevo aquí? —preguntó uno poniéndose bruscamente de pie—

Se trataba de un sujeto alto De tez blanca y acento muy limitado del alemán.

— ¿Estás perdido? No pareces un residente de este lugar.

— Para mí fortuna no lo soy —contestó Akins observando al sujeto quien no dejaba de lanzar bocanadas de humo a punto de acabar un cigarrillo—

— ¿Eres también extranjero? ¿De dónde vienes?

— Las preguntas aquí las haré yo.

— ¿No me digas? ¿De casualidad tienes una idea de dónde estás parado?

— Se muy bien dónde estoy parado. Me encuentro en una guarida de vagos y delincuentes que harían lo que sea por dinero.

Levantando una ceja y lanzando la colilla de su cigarrillo, el marginal observó brevemente a su alrededor antes de volver a clavar sus ojos en Akins.

— No veo a otra persona cuerda con quién conversar por lo tanto si te interesa lo que acabo de decir, sígueme —dijo el chico pegando media vuelta para abandonar raudamente aquel nauseabundo lugar—

Una vez en la calle se trepó sobre una muralla, convencido de que en algún momento aquel hombre saldría a buscarlo, y dos minutos fueron suficientes para que finalmente apareciera.

— ¿Me buscabas? —preguntó Gregg Akins saltando desde unos dos metros a espaldas del hombre—

— Maldita sea… ¿Eres acaso un diablo que puede aparecerse de la nada en cualquier parte?

— Algo así. ¿Acaso te asustaste? Déjame decirte que si fue así no me servirás de nada —proseguía girando alrededor del sujeto—

— No me juzgues sin conocerme, diablo. Mejor ve al grano y háblame de eso que te trae hasta aquí.

— Necesito reclutar a unas cuantas personas para llevar a cabo una pequeña misión.

— ¿Una misión? Eso suena a una buena cantidad de dinero. ¿Dime de cuánto estamos hablando?

— De lo suficiente como para que no tengas que volver a pisar la pocilga donde te encuentras. Pero claro, todo en cuanto logremos el objetivo que me propongo.

— ¿Y cómo sé que no eres un maldito charlatán?

— No soy ningún charlatán, pero que me creas dependerá solo de ti. ¿Dime cada cuánto ingresa una persona a este basurero para ofrecerte dinero a cambio de un trabajo?

— ¿Dime De cuántos ceros estamos hablando? Si no me dices no habrá trato alguno.

Sin contestar el joven Akins le enseñó al individuo la pantalla del teléfono móvil desde una cuenta bancaria con una cifra que convencería sin duda alguna a cualquier marginal de su calaña.

— Una vez que hayamos concluido la labor, cada uno recibirá su parte en efectivo y desaparecerá para siempre de este lugar.

— De acuerdo. ¿Dime cuántas personas más necesitas aparte de mí?

— Con dos más serán suficiente. Con más personas que esas podría entorpecerse todo, y no deseo correr ningún tipo de riesgo. Ahora dime. ¿Aceptas o no?

Aún algo dubitativo y observando de nuevo al chico de pies a cabeza, el individuo acabó aceptando aquella propuesta.

— No quiero cobardes. ¿Te quedó claro? Cada uno recibirá una suma de dinero que nunca antes habían visto en sus vidas, por lo tanto no admitiré error alguno. Ah… y en lo posible intenta encontrar a alguien que posea un aspecto parecido al mío. Lo necesitaré luego para otras cosas —prosiguió entregándole un papel con el apunte de la dirección donde se encontraría hospedado— Te doy un plazo hasta mañana al mediodía porque no podré quedarme aquí más tiempo.

El sujeto tomó el apunte y posteriormente Gregg Akins se marchó.

 

ELEMENT YOGA – KETTWIG 

— Maestro Chung… Maestro, espere…

— ¿Muchacho, que sucede? ¿Acaso le sucedió algo a Karîm?

— ¿Qué dice? ¿Por qué razón me pregunta por ese descerebrado? ¿No se quedó acaso con usted?

— Vino conmigo, sí, pero ubicó sus pertenencias y se marchó. Dijo que tenía asuntos que atender y desde entonces está desaparecido.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.