La Voz De Un Sendero Entre Las Hojas

DESAPERCIBIDO

ELIZABETH HOSPITAL – ESSEN

Lo más pronto que pudo, Steen llegó al hospital tras haberse enterado que su hija había enfermado. Y en los pasillos de la habitación fue la niñera Sarah quien lo puso al tanto de la situación.

— ¿Cómo está mi hija, Sarah?

— La doctora que la atendió logró controlar la fiebre de la pequeña y se encuentra mejor ahora. Puede pasar a la habitación. La señorita le explicará todo mucho mejor.

— Yo no estaría tan seguro, Sarah.

El joven ex agente se dispuso a ingresar para poder ver a su hija, pero antes de que pudiera hacerlo una de las enfermeras le pidió que se colocara una bata, y para ello necesariamente tuvo que despojarse del encapuchado que vestía siempre para pasar desapercibido. Una vez adentro se acercó a Isabella quien tenía entre sus brazos a la pequeña.

— ¿Hola mi amor, como estás, dime? —preguntó refiriéndose a Paulita—

La pequeña al ver a su padre, pidió de inmediato que la cargara entre sus brazos. Steen desde luego la cargó llenándola de besos y abrazos.

— Cuéntame que fue lo que sucedió

— Le practicaron todos los estudios que requirió la pediatra —habló Isabella entregándole el resultado de los análisis practicados a la niña— Tuvo una infección en las vías urinarias. Dentro de poco volverá la doctora para un segundo chequeo y si todo está bien podré llevármela a casa.

Paseando a la pequeña de un lado para otro se puso a leer el resultado de los análisis.

— Todo estará bien, mi niña. Afortunadamente no es nada grave. No te gustan los hospitales ¿cierto? A nadie le gustan los hospitales. Papá te llevará a casa pronto. ¿Quieres?

La pequeña asentó aferrada al cuello de su padre.

— Te amo tanto… Te amo mucho en verdad mi pequeña. Nos sentaremos aquí y aguardaremos a la doctora. ¿De acuerdo? En cuanto ella nos diga que ya podemos irnos de aquí, te llevaré a casa.

 

CASA DEL MAESTRO CHUNG – KETTWIG

Akins llegó finalmente a casa del maestro Chung, y tal y como lo había sospechado, Waldo y un par de guardias más en los alrededores se encontraban merodeando. Pensó que probablemente ya estaban al tanto de que no se encontraba en el lugar desde el día anterior, sin embargo y por las dudas decidió no aparecerse ante ninguno y buscar la manera de ingresar desapercibido saltando el mismo muro por el cual había escapado anteriormente de ellos.

Una vez adentro encendió el teléfono móvil. Y tal y como lo esperaba se topó con 30 llamadas y media docena de mensajes, en su mayoría todas de su pequeña Aurora.

Esbozando una sonrisa marcó su número para finalmente calmarla.

— ¡Oh corazón mío! ¿Acaso deseas matarme de angustia? ¿Por qué tenías el teléfono apagado? Envíame la dirección de la casa del maestro Chung. Iré ahora mismo a cuidar de ti. ¿Dime cómo te sientes? El demente ex policía me contó que te has descompuesto otra vez, pero se negó a darme la dirección del maestro Chung.

— Aurorita, respira un poco ¿Quieres?

— Contesta mis preguntas.

— ¿Louis te dijo que me he descompuesto?

— Si… ¿Dime cómo estás? ¿Envíame la dirección y yo iré por ti?

— Solo tuve un poco de jaqueca. Es todo. Ese idiota no tenía por qué decirte tonterías.

— ¿No estás descompuesto entonces?

— No soy ningún artefacto para quedar descompuesto, mi ángel. Estoy bien. Iré ahora a la casa de la abuela. Nos veremos allá si quieres.

— Obvio que quiero mi bello príncipe. ¿Volverás a la casa de la abue?

— Solo iré un momento para verte. ¿De acuerdo? Nos veremos allá.

— Bueno… Nos vemos pronto mi bello príncipe Sigfrido —dijo emocionada colgando la llamada—

— ¿Por qué se empeña en llamarme de ese modo? ¿Cuál príncipe Sigfrido? Debería hablar con el maestro Chung. Quizás mi pequeña también necesite ser tratada de esa cabecita.

Antes de abandonar nuevamente la casa de su maestro para dirigirse a la de su abuela Elwira, Akins envió un mensaje a su prima Amalie diciéndole que iba para allá. Que necesitaba conversar con ella y que por favor llevara consigo la credencial de aquel club que la habilitaba para poder ingresar.

Waldo, al ver finalmente al joven, se acercó a él.

— ¿Joven, cómo está? ¿Se siente mejor? Me dijo Steen que en la noche se sintió un poco descompuesto.

— Si, Waldo. Acabo de venir de un taller y ya me siento mucho mejor. Ahora sube. Necesito que me lleves a la casa de mi abuela.

Waldo asentó de inmediato y mientras abordaban el coche recibió la respuesta de su prima Amalie.

–¿Para qué necesitas mi credencial?

–¿Puedes hacer lo que te pido, por favor?–

–Está bien, pero vas a explicarme para que lo necesitas–




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