La Voz De Un Sendero Entre Las Hojas

¿QUIÉN ES EL JEFE?

El sol había golpeado las ventanas de la habitación. Aurora abrió los ojos. Se incorporó y no encontró a nadie a su alrededor. Llamando al joven Akins, de un salto abandonó bruscamente la cama y luego de unos pasos vio a su perrito Copito de nieve que junto a la puerta del baño se encontraba.

— ¿Karîm se encuentra en el baño, Copito?

El perrito emitió un ladrido. La puerta del baño se abrió y el chico se veía bien puesto y alistado como si fuese a salir a algún lado.

— Buenos días corazón mío —exclamó la joven Aurora aferrándose al cuello del chico para llenarle las mejillas de besos—

Akins la cargó entre sus brazos para devolverla a la cama

— No serían nada buenos sin ti, mi ángel —le susurró besando sus manos— Antes de irme tengo un obsequio para ti.

— Ah… ah… ¿Un obsequio? —preguntó ansiosa y emocionada mientras el chico junto a la camisa que se había quitado la noche anterior, se acercaba—

Al ver que metía una mano en el bolsillo de la misma, la pequeña Aurora las manos a las mejillas, emocionada se las llevaba.

— ¿Acaso es un anillo de compromiso?

— ¿Qué dices pequeña? ¿Cómo podría darte yo un anillo de compromiso?

Cómo si aquellas palabras hubiesen sido sobre su cabeza como un balde de agua helada, la pequeña Aurora le dio la espalda entristecida más que enojada. Akins se acercó al borde de la cama.

— ¿Quieres ver?

— No quiero nada.

— Lo dejaré aquí de todos modos —dijo colocando sobre la mesita de luz el pequeño winged heart que había hecho pensando en su pequeña durante las largas horas de espera en la Unidad Central de Policías.

Alguien comenzó a llamar a la puerta con gran insistencia. Eran los golpes de Gina Alicia dándoles 5 minutos para que se alistaran y ambos en el comedor hicieran presencia.

Akins observó su reloj. Tomó su mochila y se dirigió a la ventana para abrirla mientras Copito de Nieve lo seguía.

— Tú te quedas aquí Copito.

— ¿Qué haces Karîm? —preguntó la joven alarmada volviéndose a levantar con brusquedad de la cama—

— Nada que no haya hecho antes, mi luz

— ¿No oíste acaso lo que gritó Gina en la puerta? Nos dio 5 minutos para que bajemos al comedor.

— No bajaré al comedor. Bajaré por esta ventana y me iré porque tengo asuntos que atender.

— ¿Qué asuntos son esos? Siempre dices lo mismo.

— Invéntale cualquier cosa a esa diabla. ¿Sí mi ángel?

— ¿Estás pidiéndome que mienta?

— No me lo preguntes en ese tono como si no hubieses mentido antes. Te volviste una pequeña mentirosa influenciada por esa diabla.

— ¿Qué dices insolente? Mejor ya vete.

Mientras Akins bajaba el primer peldaño de las angostas escaleras que se encontraban a un costado de la ventana, Aurora lo sostuvo de una mano.

— Espera mi infame Romeo. No te irás sin mis besos.

El chico se detuvo, y pidiéndole perdón mientras lo llenaba de besos la pequeña Aurora entre sus brazos lo rodeó.

— ¿Cuándo vuelves por mí? Dime.

— No lo sé, Aurora. No vivas pendiente de eso ¿de acuerdo?. Vive tu vida. Encárgate de tus cosas. Aprende a vivir sin mí.

— No me pidas algo tan horrible porque sabes que no lo haré. Prefiero lanzarme de un puente en lugar de hacerme la idea de no volverte a ver.

— No digas tonterías.

— Entonces tú tampoco las digas

Negando con la cabeza, Akins se despidió besando las mejillas de la pequeña

— Debo irme. Te llamaré en cuanto esté libre ¿De acuerdo?

A duras penas Aurora logró soltarlo y Akins finalmente bajó los peldaños mientras ella lo veía alejarse. Una vez que sus ojos lo perdieron de vista Aurora regresó a su cama seguida por su inseparable perrito.

Allí volteó observando hacia la mesita de luz buscando el obsequio que Akins le había dejado.

— ¡Un corazón con alitas! —exclamó tomando el winged heart mientras sonreía—

Muy poco a la joven Aurora le duró aquella alegría, pues un regalo como ese no traía a sus recuerdos más que melancolía.

Mientras viajaba un par de años atrás en el tiempo, las lágrimas rodaban incesantes por sus mejillas.

 

— No me pasé casi dos semanas aprendiendo a hacer una diminuta bailarina de origami para que tú creas que un admirador secreto voló sobre los muros de la mansión para dejártelo frente a tu ventana.

— ¡Lo sabía! ¡Sabía que eras tú! —se dijo por fuera y por dentro con la felicidad a punto de desbordarse en ella—

— ¿Te burlas de mí?

— ¡Caíste, Karîm!




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