La voz del olvido

Ella

El silencio predominaba y aquel extraño no decía ni una sola palabra, Luis le miraba desesperado pues no entendía nada, ¿Ella? ¿Quién rayos era ella? Impacientes e incapaz de callar, habló al fin. 
     —¿Quién es ella? 
El extraño, cuya identidad no había sido revelada, comenzó a caminar por el almacén y, a pesar de que el joven muchacho no lo podía ver, pudo escuchar sus duras pesadas chocando en la madera, Luis comenzó a seguirlo con la mirada, impaciente por saber la respuesta. 
     —¿Crees en lo que es real pero no sé puede ver y que a la vez es tan irreal por el simple hecho de solo ser escuchado en susurros y jamás ser visto? —Dijo al fin, aquella ronca voz. 
     —Creo que mientras existan pruebas, esto puede ser algo existente. —Afirmó 
     —Pero ¿Creerías que algo existe si sabes que no es real pero en tus abismos puede ser mucho más real que cualquier otra cosa de lo que te rodea? —insistió. 
     —Bueno, eh… eso sería producto de mi imaginación y tal hecho no podría considerarse real —Contestó confundido el de ojos miel. 
     —¡Exacto! Has dado en el punto clave. Existe una línea muy delgada entre lo real y lo que no lo es, lo imaginario, y eso es justamente lo que pasa. 
     —¡Eso no contesta mi pregunta! —Protestó. 
     —Presta más atención, muchacho. 
     —Pero ¿Quién rayos es ella? —insistió. 
     —¡Muchacho tonto! ¡Esa es la respuesta! ¡Ay Dios mío, dame paciencia, que este joven tiene la mente más cerrada que su mismo capitán! 
     —¿Qué? Yo soy más inteligente que el capitán, bueno… en ciertos aspectos. 
     —Pues ¡Demuéstralo!  
La mirada confundía de Luis le fue la señal que esperaba tener, el chico estaba confundido por lo que tendría que ser mucho más explícito, así que prosiguió. 
     —“Ella” justamente lo que quieres saber; “Ella” el secreto más poderoso y temeroso con el que nadie debe jugar. Te dije que el problema de creer cosas que están marcadas como irreales es no ver más allá, ese es exactamente nuestro problema y justamente también el de “Ella”, nosotros somos para ella el producto de su viva imaginación, bueno, tal vez de ella no, sino de la persona que la toma, nosotros somos tan reales como las cosas que nos rodean, vivimos en un mundo donde nada es justo y todos los días nos enfrentamos a nuestros demonios, para nosotros, todo lo que existe aquí, incluyéndonos, es tan real, y existe, pero para ella que sólo danza, nosotros somos mentira, ella es realidad, nosotros sólo somos la creación de quién la hace danzar, y nuestro deber es decir todo lo que escribe su tinta negra, de eso estamos hechos, sólo eso somos, “Tinta negra” escrita en hojas de un cuaderno de cuadro. 
     —¡Qué tontería! ¿Acaso dices que nosotros somos nada? ¿Qué mi vida es una mentira? —Gritó Luis, enfurecido. 
     —Sí eres algo, eres una creación de ella, que ha cobrado forma, y tu vida… bueno, para ella es una mentira pero para ti es una realidad tan ingrata. 
     —¡Esto es una broma! Tú sólo te contradices ¡Dices que esto no es re… 
     —Shhh, es momento de callar. 
     —¡Que callar ni que nada! Ahora dime qué... 
     —Shhh, es hora de hacerlo o ella lo sabrá. Ella se dará cuenta de nuestro mayor secreto. 
     —¿Secreto? ¿Cuál secreto? Saber que soy tinta de mier… 
     —Shhh, ni una palabra más joven Luis Manuel —Ordenó la extraña voz mientras de alguna forma su cuerpo entero comenzaba a ser revelado. 
Sus manos delgadas con dedos largos, sus pies gordos y su pantalón roto; su pecho descubierto que presumía al viento una cicatriz sangrienta y reseca, su cara chata con nariz torcida, y dos ojos grisáceos carentes de emoción; labios secos y orejas afiladas, cejas rectas y pocas pestañas. El fantasma quedaba al descubierto, presumiendo una estatura de un metro noventa y un calzado aproximado del número siete, dónde marcas y ampollas resaltaban de sus descalzos pies. Él era extraño, y tenerlo de frente le provocaba escalofríos a nuestro joven Luis, cuya estatura era de tan sólo un metro cincuenta y nueve. 
     —Sígueme y no hables —Susurró el intruso. 
Luis caminó dudoso, hasta estar a tan sólo unos metros del extraño. Aquella cercanía le provocaban miedo, pero a pesar de eso intentaba no demostrarlo, su conciencia le martirizaba con otra pregunta, una importante y que nadie más sabía, esa duda era el misterio de los océanos… 
     —¿Cómo sabes que me llamo Manuel? —Preguntó, tratando de mostrarse lo más firme posible. 
     —¿Qué cómo lo sé? Todo mundo sabe tu nombre, es imposible que no lo reconozcan —Respondió vagamente. 
     —¡Mientes! Nadie conoce mi segundo nombre, nadie más que el capitán. mis padres lo protegieron y conservaron como el tesoro más valioso. Y yo he seguido sus mismas instrucciones, las mismas que obligan al capitán a seguirlas y no revelar mi segundo nombre; así que ¿Cómo lo sabes? —La dura mirada de Luis le ocasionaba risa al enemigo pues aquel muchacho era un verdadero ignorante de la realidad. Cosa obvia pues sus padres habían muerto antes de poder revelárselo. A pesar de la gracia incontrolable decidió guardar silencio y pensar mejor su respuesta certera. 
     —Muchacho, hay muchas cosas que aún ignoras, muchas de las que sería mejor que jamás llegases a conocer pero el destino es cruel y la vida te gritará las respuestas a pesar de que estés sordo, no podrás huir del destino que te depara. Tu nombre… tu nombre es el mismo regalo de los océanos. Jamás olvides la promesa que les hiciste a tus padres, y continúa resguardando aquel tesoro que portas y que muchos enemigos querrán obtener a manos sangradas. 
     —¿Mis padres? ¿Les… les conociste? —El torpe tartamudeo del muchacho fue inevitable pues una gran emoción se apoderaba de su quebrada alma. 
     —Solo te puedo decir que ellos fueron grandes personas y no merecían morir de tan cruel forma. 
Esa respuesta rompió aún más el corazón de Luis, que ahora sabemos su segundo nombre es Manuel. El silencio se apoderó aún más del momento y la melancolía era tan densa que se podía sentir como vapor en el ambiente. Los años habían pasado y la herida del muchacho aún no lograba sanar, le era imposible. Estoy segura que aunque pasarán más de cien años aquella herida no desaparecería jamás, era una estaca que cada vez se clavaba con mayor fuerza y maldad. Los parches que ahora adornaban su corazón no servían de nada, la herida ahí seguía, y las cosidas que las personas habían intentado hacerle no funcionaron de nada, aquel corte se abría infinidad de veces, cada vez sangrando más, derramando mares enteros de líquido rojizo y pegajoso. Ellos fueron sus padres y ellos murieron por él, salvaron a su pequeño hijo, al fruto de aquél amor inconcluso, y el amor que Luis les tenía era mucho más grande que el universo y mucho más profundo y sincero como las oscuridades del Atlántico. 
     —Bueno, muchacho. Creo es hora de que parta —Rompió el silencio aquel viejo extraño. 
     —Antes de que te marches, me podrías decir ¿Quién eres? Y ¿Quién es ella? —Preguntó el joven, aún con la voz quebrada. 
     —¿Quién soy? Hum… a nadie se lo he dicho porque ni yo mismo lo sé, pero puedes decirme Audrey, así solía llamarme tu madre. Y con respecto a “Ella” eso es algo que aún no es momento que lo sepas. Manuel, jamás olvides la promesa, jamás —Susurró mientras su cuerpo se fragmentaba y se convertía en vapor hasta desaparecer en el frío viento, su voz dejó de escucharse y su eco quedó perdido en el sonido de las olas. 
     —Mmm ¿Audrey? —Susurró el joven, pues recordaba haber escuchado a su madre alguna vez mencionar aquel nombre. 
Pero sus pensamientos no duraron lo suficiente para lograr descubrir aquel misterio, pues un hombre de cabellos tiesos comenzó a llamarle mientras bajaba ruidosamente por las escaleras de madera.  
 




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