La voz del olvido

Promesas al viento

      —¡Eh tú, soñador! Se útil y ayuda a bajar la carga —Le regañó Jacinto, mientras bajaba las escaleras. 
     —¿Acaso hemos llegado tan pronto a tierra firme? —Preguntó Luis, confundido pues no tenía mucho que le habían mandado limpiar la galería. 
     —No, sólo pensábamos tirar la mercancía por la popa al mar… ¡Claro que sí, idiota! ¿En qué mundo vives? —Contestó sarcástico. 
Luis quiso contestar pero se detuvo en el intento, sabía muy bien que eso sólo le traería problemas pues aunque Jacinto le ganará por tan sólo un año, él le ganaba en la estatura y contaba con mucho más músculo gracias al duro trabajo que se le había asignado. Luis era tan sólo un flaco de piel clara y sobre todo “enano”, la estatura equivocada pues le ocasionaba burlas e insultos; su piel debería estar tostada pues su visa era el océano pero a causa de su insoportable alergia que le ocasionaba piquiñas y a que su trabajo era siempre limpiar los almacenes, recoger las recámaras y preparar la comida jamás recibía ni una chispa de los rayos del sol. 
Cansado y resignado, comenzó a tomar las cajas más cercanas que contenían el producto; bajó de una por una al igual que sus compañeros tripulantes lo hacían. Él con las cajas, Mauricio —el mayor de todos y el más reservado— acarreaba los barriles de aceite, Adrián y Javier —el de coleta larga y el más búlico— descargaban los costales, todas estas acciones realizadas mientras Jacinto y el capitán hacían las cuentas y arreglaban negocios con los clientes de la costa. 
     —Mmm… me parece una propuesta interesante —Susurró el Capitán en respuesta a un hombre de cara arrugada. 
     —¡Claro que lo es! No sólo beneficiaría al muchacho sino también enriquecería los bolsillos de vos —guiñó el ojo. 
     —Entonces nos vemos luego “Amigo” —Confirmó mientras el otro hombre se alejaba y el capitán continuaba con sus cuentas. 
     —Pero señor Runfo… —Quiso hablar el joven Jacinto pero el capitán no se lo permitió. 
     —Tranquilo, muchacho. Verás que es lo que mejor nos conviene. 
     —Pero ¿Qué le dirá? —Replicó perturbado. La idea no le agradaba del todo pues no estaba de acuerdo con aquellos negocios fraudulentos. 
La respuesta de Jacinto no tardó en ser contestada pues los muchachos habían acabado su labor y Luis no tardó en llegar junto a los demás. 
     —¡Muchacho! ¡Ven acá! —Ordenó el capitán. 
Luis se acercaba dejando al descubierto su radiante su sonrisa pues llegar a tierra firme le alejaba del dolor. 
     —Ve y descansa que en la noche iremos de visita —Le dijo. 
     —¿Visita? ¿A dónde?, capitán, no es por descortesía ni por ser grosero pero usted más que nadie sabe mi problema y no me gustaría hacerle pasar vergüenza frente a los demás —Insistió, pero la mirada del capitán le fue más dura— Está bien, como ordene, capitán. 
El chico, derrotado, caminó al barco para dormir un rato pues el viaje había sido demasiado agotador. Al llegar a su recámara calló rendido sobre la cama, el colchón viejo y desgastado le ofreció como arrullo sus feos rechinidos, ocasionados por los resortes sueltos, pero a pesar de su cansancio sus ojos no lograban cerrarse, su cuerpo le pesaba pero su cerebro no paraba de pensar, cada minuto dudas confusas le invadían de manera inevitable, hasta que un bello recuerdo le llegó como consuelo, al principio todo era neblina y oscuridad, tan tenue y borrosa que sus ojos comenzaban a irritarse, hasta que poco a poco todo se aclaró… 
     —Hoy te contaré la historia de un valiente guerrero de corazón noble —Decía una mujer de bellos ojos miel y piel tan blanca y brillante como las mismas estrellas. 
     —¿Un caballero? —Preguntó el pequeño quien se encontraba recostado en una enorme y suave cama. 
     —Sí, mi pequeño. Un caballero, el mejor que haya conocido en la historia —Afirmó la mujer, madre del pequeño, mientras le acariciaba las mechas de su cabello negro y la fragancias a rosas frescas inundaba la habitación. 
     —Hace no mucho tiempo, en las orillas de una hermosa playa, vivía una joven muy bonita, cuyo corazón era humilde y a quien todo el pueblo adoraba. Ella era feliz y carismática, siempre de mente positiva y con la sonrisa de la luna. Un día, mientras ella caminaba por la orilla de la playa, se percató que una persona estaba recostada entre las filosas rocas al pie del mar. Ella se acercó cuidadosamente pero se sorprendió tanto al verlo tan mal herido y aparentemente parando por delirio a causa de una alta fiebre. Él era un joven que aparentaba unos cuantos años mayor que ella. La joven, curiosa, le examinó con cautela, jamás había visto a un hombre tan de cerca, jamás había tenido a alguien casi de su edad que estuviera a tan sólo unos cuantos centímetros de distancia y que no la hostigara con vulgaridades, al igual que hacían los chicos del pueblo cada vez que ella salía a algún mandado. La muchacha, atraída por el cabello negrizco del joven, cogió un mechón que le tapaba el rostro y se lo acomodó detrás de una de sus orejas, dejando así al descubierto el bello rostro que portaba u que a pesar de estar lastimada no dejaba de ser perfecta. El aroma a agua salada inundaba sus fosas nasales, era tan adictivo y embriagador que hacía que el estómago de la joven comenzará a sentirse de manera extraña, como si algo le quemara pero le alegra. Ella siguió analizando le detenidamente hasta llegar a su pecho, algo extraño y aterrador encontró en él, algo extraño que jamás pudo borrar de su mente, algo que le condenaba y a ella le horrorizaba, eran las marcas de unas garras tan filosas de la cual aún brotaba sangre, pero no era cualquier herida, eso era mucho más que aquello pues era una estrella hecha con líneas cruzadas, el mensaje de ellos, la señal de los piratas con la cual condenaban a todo aquel que escapaba de sus putrefactas manos. La joven, asustada, comenzó a llamar a su madre, la cual no tardó en aparecer y comprender el llanto de la joven, recién miró al muchacho sintió un escalofrío helante que la comprometía en aquella situación. Asustada pero con valor, la madre se colocó un brazo del joven en su cuello y su hija le cogió el otro, de tal forma que entre ambas lo llevaron hasta la pequeña casa, y con ayuda del padre de la muchacha, lo ocultaron por un tiempo pues bien sabían lo que le depararía al joven si los pobladores le veían y se enteraban que portaba aquella maldita marca de “Los piratas”… 
     —¡Mamá, dijiste que era la historia de un guerrero, no de esas cosas aburridas de adultos! —se quejó el pequeño de cabellos negros. 
     —Paciencia, mi pequeño Luis. Tienes que conocer un poco del pasado para comprender el presente. —Contestó dulcemente la madre. 
     —Sí, pero ya me aburrí. —Protestó testarudamente. 
     —Ok, Ok ¡Tú ganas! —Dijo rendida al fin pues la ternura del pequeño era más poderosa y convincente. 
…El tiempo pasó, la joven y aquel misterioso muchacho de ojos oscuros se casaron… 
     —¡Mamá! ¿Y la historia del guerrero? —Se quejó. 
     —Tranquilo, Manuel. Ten paciencia. 
…Eran una pareja de enamorados dignos de admirar. Pero como bien sabemos la felicidad es la presa y el arma que mata hasta la bala del alma en pleno fuego y como consecuencia a esta desgracia él era un amante del mar y con ella llegaría su perdición. 
     —¡Pero qué tonterías dices! ¡Acaso olvidaste lo que te pasó la última vez que anduviste por ellos! —Lloraba molesta la joven. 
     —¡Claro que no, Lili! Todos los días lo recuerdo, es una herida imposible de cerrar. ¡¿Crees que olvidaría tan fácil como ellos devoraban a mi mejor amigo?! ¡¿Cómo se escuchaban sus dientes crujir mientras masticaban sus huesos?! ¡¿Cómo la sangre escurría por sus bocas deformes y sus dedos despedazaban la piel como si fueran cuchillos, sacando y destrozando sus órganos?! ¡¿Cómo bebían su vida del corazón que le pertenecía, aquel que ya no latía?! ¡Claro que no! —Replicó molesto. 
     —Pues parece que lo has hecho, quieres volver al mar aún a sabiendas de lo que te espera, o mejor dicho: lo que nos depara —.El llanto se apoderaba cada vez más de la muchacha, desquebrajándole su bello y sensible corazón, temeroso por aquel que tanto amaba. 
     —¿Me amas? —Aquella pregunta le llegó por sorpresa. 
     —¿Qué pregunta es esa, Marcos? —Resopló. 
     —Solo responde. ¿Me amas? 
     —Siempre, desde el primer momento en que te vi. Eres y serás siempre el amor de mi vida, eres único y solo a ti te pertenece mi pequeño corazón —. Contestó entre gemidos de llanto que le mataban el alma. 
     —Entonces ayúdame. Amo el mar como te amo a ti. Por favor mi hermosa Lili, explorémoslo juntos, vivamos en él. 
     —Pero… 
     —Sabes que soy el último descendiente de Los barcos tiniebla, el mar me llama todas las noches y me es imposible ignorarlo, él me tortura, me quema, tengo miedo de perderte la cabeza si me quedo más tiempo en tierra pero tampoco quiero abandonarte, por eso te pido que me acompañes, exploremos juntos el Atlántico, seamos delfines y conozcamos misterios. Amor, ven conmigo y seamos felices —Suplicó. 
     —¿Y qué hay de los piratas? —Preguntó la joven mientras se sorbía la nariz. 
     —Les conozco, sé cómo viven y qué rutas toman. Los evitaremos a toda costa y jamás nos encontrarán. 
Y con las súplicas y encanto del joven logró convencer a la inocente Lili. Así, de tal forma se prepararon y emprendieron un viaje tan peligroso que los condenaba a muerte y ardía como fuego la marca del pecado que él llevaba en el pecho. 
Una noche, mientras Lili apreciaba las estrellas desde su balcón, se percató que no estaba sola, sentía la mirada de alguien que no era su esposo, era alguien más al cual no lograba ver, era como si esté fuera invisible, probablemente lo era o quizá se escondía por la pena. 
     —Ya me has visto ¿Cierto? —Dijo una ronca voz. 
     —¿Quién eres? —Preguntó mientras se volteaba para enfrentar a su oponente. 
     —¡Calma! Yo no soy nadie importante, pero tú sí. 
     —¡Sal y da la cara! 
     —Imposible, soy el viento que te rodea, yo soy alguien a quien no podrás ver y tampoco deberías escucharme. 
     —¿A qué te refieres? 
     —Yo no soy nadie, solo soy una voz perdida en el vacío, alguien a quien nadie le escucha, soy basura inmunda y maldita, tan condenada que ni la vida merecía. 
     —¿Por qué hablar con tanto desprecio? Todos somos alguien a pesar que no seamos queridos, el simple hecho de respirar nos convierte en un ser. 
     —¡Ja! Es fácil para ti decirlo, tú no has vivido y sufrido lo que yo, tú has tenido la fortuna de tener a tu lado a la persona que amas (cosa que a mí me arrebataron). 
     —Dime… ¿Cómo… cómo te llamas? 
     —Eso de qué serviría, sólo me hundiría más en mi pasado. 
     —Quizá sea la respuesta a tu sufrir y te demuestre que eres alguien. 
     —Lo dudo. 
     —¡Vamos, no pierdas el ánimo! ¿Cómo te llamas? 
El silencio gobernó el momento, al igual que la duda y la confesión tensaban el ambiente y las fuertes olas marinas golpeaban azotando la popa del barco como melodía que arrulla a un pequeño bebé en brazos de su madre… 
     —¡Muchacho, despierta! —Una voz gruesa y flemuda se escuchó. 
     —¿Mamá? ¿A dónde vas? —Preguntó el pequeño que estaba en la cama mientras abrazaba su cuerpo hasta hacerse bolita. 
     —Tranquilo, Luis. 
     —¿A dónde vas? 
     —Es momento de que me vaya —. Sonrió triste. 
     —¡Mamá, por favor, no me dejes! —Suplicó el niño a punto de romper en llanto. 
     —Prometo que volveré en algunos meses. Mi pequeño Manuel, es hora que vuelva con tu padre. 
     —Pero… ¿Por qué ahora vives en la tierra de la parca y no en casa? ¿Acaso ya no me quieres? —Preguntó triste gimiendo. 
     —Te amo, mi pequeño Luisma, siempre lo haré pero sabes que la realidad nos separó y sólo puedo acompañarte en las noches de estrellas de diamante. Mi hijo, eres muy fuerte y valiente, sigue al capitán Runfo y regresa al momento de hoy. 
     —¡Mama!  
     —Vuelve a la realidad, mi pequeño Luis Manuel —. Susurró la madre mientras atravesaba la ventana y su cuerpo se volvía una luz blanca que poco a poco se desvanecía en el viento. 
     —¡MAMÁ! —Gritó el pequeño, pero sus súplicas se perdieron en los ecos de la realidad que le mostraba a golpes que sus padres jamás regresarían a la vida. 
 




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