Silencio apasionado y golpes de cucharas en los platos eran los sonidos que se apoderaban del extraño momento. Un calor ardiente se apreciaba en el ambiente de tal forma que sofocaba incómodamente a los comensales. El joven Luis no podía apartar la mirada de aquella musa hermosa y emblemática, sus ojos desprendían un brillo especial al que muchos podían confundir con facilidad, sus pupilas eran un póker de sorpresas y su brillo era la suerte que podría desatar tan trágica desgracia
—¡Muchachos! hay algo importante que deben saber —anunció el señor Antonio mientras miraba a su esposa y al capitán Runfo de manera ansiosa—, ambos son jóvenes con grandes metas y sueños por cumplir, mi hija Sofía es una muchacha honrada, honesta, una experta en la cocina y una futura excelente ama de casa…
—Mientras tanto —interrumpió el capitán—, mi muchacho Luis es un joven soñador, humilde y, sobre todo, muy trabajador.
—Así que, muchachos —continuó Antonio—, el capitán Runfo, tutor del joven Luis y yo, padre de Sofía, hemos tomado la decisión, asegurando que será lo mejor para ambos que están legalmente comprometidos a contraer nupcias.
—Sí, la fecha y los preparativos aún no están decididos por obvias razones referentes a sus edades, o sea que aun no cumplen la mayoría de edad, hasta que lo hagan nos volveremos a reunir para hablar sobre los preparativos previos y fijar una fecha –mencionó feliz la madre.
—Joven, por el momento usted tendrá mi autorización para escribirle cartas a mi hija, venir a platicar con ella a la llegada de usted al puerto y, sobre todo, podrá recibir obsequios y salir a pasear por las noches con su debido horario y aviso previo ―termino de informar el padre de la ahora prometida.
―Será para mi todo un placer, señor y señora Andrade ―contestó Luis sonriendo alegremente, falsa sonrisa pues en su corazón quería gritar lo que él quería de su vida, estaba molesto, le habían comprometido sin previo aviso, no podía hacer nada, el capitán Runfo le amenazaba cruelmente y una retada le ocasionaría demasiados problemas, de los que quizá el perdón y arrepentimiento no servirían de nada.
―Disculpadme, padre, temo que la noticia me ha fascinado tanto que hasta un mareo de la impresión me he ganado. Con su permiso y el del señor Runfo deberé retirarme para tomar aire fresco ―anunció Sofía para después salir corriendo por una de las puertas de cristal que daban a la calle.
Luis, quien miraba divertido la escena, soporto las carcajadas que amenazaban por salir, por un momento había olvidado su timidez y había ignorado aquella dulce fragancia que le recordaba a su bella madre. Sin lugar a dudas la joven Sofía tenía algo en especial, algo que le atraía al joven y que estaba dispuesto a descubrir, estaban hechos mucho más que el uno para el otro, serían mucho más que prometidos, ella ocultaba un secreto que él conocería a cualquier precio.
―Ha sido un placer cenar con ustedes, señores y señora, pero me temo que es momento de retirarme. Mañana tengo que hacer unos trabajos muy importantes que el capitán me ha dejado a cargo por lo que deberé madrugar. Pero no os dejo solos pues estoy seguro que vuestro capitán Runfo se quedará un poco más ―dijo Luis mientras se ponía de pie, listo para salir huyendo.
―Así es muchacho, yo me quedare un poco más ―confirmo el capitán.
Dicho esto, el joven camino por la sala hasta llegar a la puerta de cristal por la que había salido Sofía, y al sentir que ya nadie le miraba, salió corriendo en busca de la musa, quería hablar con ella, sabía que no se encontraba bien, antes de que marchara sus ojitos de princesa habían reflejado el sosiego y dolor que la atormentaba.
―¿Dónde estará? ¿Dónde estará? ―se preguntaba mientras doblaba en una de las solas callejuelas del reino.
―¿A quién buscas, muchacho? ―pregunto una anciana que paseaba sola por la calle y que al parecer se había percatado de la preocupación de Luis.
―A una joven de cabello corto y negro, de piel clara, que vestían un lindo vestido lila ¿le ha visto? ―pregunto con rapidez, tanta que la anciana se tuvo que detener a analizar dichas palabras pues no le había comprendido muy bien.
―¡Sí, ahora recuerdo! Era una muchacha muy hermosa e iba llorando. Dio vuelta en la otra calle, parece que se dirigía a la playa.
―¡Muchas gracias, seño! Y bendecida noche ―grito mientras se alejaba corriendo.
La mujer de cabellos canos, miro alegre como el joven corría, ese muchacho tan peculiar y de estatura baja le recordaba a su difunto esposo, a Santiago, su tierno marinero de ojos claros y corazón noble, a veces era tan despistado que por error le lastimaba, ella le amaba y el la extrañaba en los cielos. Recordándole, una lágrima traicionera escurrió por su anciana cara arrugada, el viento le estaba susurrando la desgracia, aquella que ocurrió aquel maldito dia, ese en el que su amado había salido tan alegre que se había despedido de ella con un beso profundo y caluroso, le había abrazado a la orilla de la playa y le había prometido volver para cuidar juntos a aquel pequeño que se formaba en su vientre, ella le lloro, se despedazaba, los viajes que su esposo hacia con su mejor amigo duraban años, los barcos tiniebla eran marcados por el mal, pero como todo buen descendiente siempre había estado para tomar su lugar.
―¡Ay mi Santiago! ―susurro en silencio.
Los recuerdos seguían viajando en su memoria, recordar las caricias que le daba, el día que le conoció, su primer beso, las manos blandas y suaves con las que le abrazaba, su colonia a algas, su marinero, su sonrisa al darle la noticia que pronto serian padres, aquella ultima promesa tragada por el viento, la tragedia les siguió para meses después ella recibir una carta, él había muerto, ellos le habían matado, le habían desgarrado. El cuerpo que se le fue entregado era irreconocible, su rostro estaba desfigurado y, sus ojos, habían sido devorados, aquellos carroñeros no habían tenido piedad y ahora a aquella joven la habían dejado sola para la eternidad.
Luis, quien no pudo percatarse de la melancólica sonrisa de la anciana, corrió por las callejuelas y atravesó algunos baldíos, con el fin de alcanzar a su bella musa, tanta era su prisa que en más de una ocasión se tropezó con las enredaderas de maracuyá que colgaban de los tejados. Sus zapatos que en un principio relucían acabaron llenos de fango, las lluvias habían hecho de las suyas en esos días, dejando así grandes charcos de lodo rojizo y pegajoso que impedía a las personas caminar con facilidad. Una vez llego a la orilla de la playa pudo ver a la joven Sofía parada frente al mar, la luz de la luna iluminaba su rostro y la brisa del mar mojaba su corta cabellera, era realmente hermosa. Él, con valentía y tratando de ocultar su nerviosismo, se acercó y respiro profundo, tratando de llamar la atención de ella.
―¿Pero de dónde vienes! ―preguntó sorprendida.
―¡Oh, no es nada! Solo tropecé con una enredadera de maracuyá que estaba en el baldío ―contesto mientras se sacudía su ahora enlodado pantalón.
―¿Una enredadera de maracuyá! Ja, deberías de estar demasiado ciego para no verla.
―Quizá iba un poco despistado, una chica me hizo correr demasiado e incluso mentirle a sus padres y al capitán.
El silencio se hizo presente, los golpes de las olas a la orilla de la desgracia resonaban, los corazones se estaban rompiendo, los sueños de futuros distintos habían sido masacrados por las personas que más afecto les tenían, tal vez Luis al capitán no, pero Sofía a sus padres si, le habían fallado, se habían segado con la codicia, el poder les había seducido de tentadora manera que no los dejo ver lo que en verdad motivaba a su hija, lo que tanto anhelaba y, sobre todo, no habían puesto el peligro en el que la estaban comprometiendo, la fama de los Fontalvo nunca había sido en vano, había algo tenebroso que nadie conocía, fue la causa de la muerte de los padres del pobre Manuel, la culpa y el tormento de Audrey, la maldición de los barcos tiniebla.
―¿Por qué aceptaste? ―preguntó Sofía mientras una lagrima de frustración caía por sus frías mejillas.
―¿Aceptar qué? ―dijo despistado intentando serlo.
―Sabes de lo que hablo.
―Lo sé ―la mirada adolorida del muchacho se perdió en los mares del Atlántico, su realidad le dolía, sabía que no había escape.
―No nos conocemos.
―¿Y? ya habrá tiempo para hacerlo ―contestó fingiendo alegría.
―¡Ufff! ¡Mejor cállate! ―pidió molesta.
―Ja, ja, ja, calma mujer.
―¡No! ¿Cómo quieres que me calme ante tal cosa! Así que contéstame ¿Por qué lo hiciste? Sabes que apenas somos unos chiquillos y tú ya nos comprometiste, eso es un gran cargo y ni idea tengo de quién eres, solo sé que bajaste de un barco y que tienes esa melena esponjada.
―¡Tú no lo entiendes! Si no lo hacía no sabes lo que me pasaría ―contestó enojado.
―Ya, pero no es justo.
―¡CLARO QUE NO LO ES! ―gritó frustrado―, pero tranquila, ya verás que todo terminará siendo desgracia.
―¡Ya lo es! ¿Qué no ves nuestra situación!
―Es que aún no lo ves con claridad, Sofí.
―¿De qué hablas? ―preguntó confundida.
―Tu padre y el capitán Runfo nos comprometieron pero eso no nos impide conocer a más personas y vivir la vida, gozar la juventud y quizá, tal vez y quizá encontrar un amor sincero y verdadero que haga nuestro corazón bombear tan fuertemente al pensar en aquella persona, encontrar a alguien con quien realmente queramos estar, no por compromiso ni por obligación sino por el puro y verdadero amor, por eso te propongo que seamos amigos.
―¿Amigos? ―Sofía aun no entendía.
―¡Sí! Amigos, sólo eso, nada más. Cada que venga al puerto te visitaré como si fuéramos amigos de toda la vida, nos olvidaremos del compromiso y no seré tu prometido, ¡no señor!, seré tu hermano y tú mi hermanita. Las cartas que me mandes serán como las que le escribes a tu mejor amiga, hablaremos de maquillaje, de chicos, de locuras, de lo primero que se nos venga a la mente, seremos algo así como mejores amigos.
Aquella loca sugerencia le causo demasiada gracia a la joven que pronto comenzó a dolerle la panza de tanta risa, pero pronto la realidad no tardó en caerle como avalancha en un bosque helado, ocasionando que su diversión se esfumara y la amargura llegara a su rostro.
―Mateo, pero… pero ¿Qué le diremos a mi padre y al capitán Runfo? ―preguntó atemorizada y triste.
―Nada.
―¿Nada?
―No, nada. Frente a ellos seguiremos siendo prometidos, pero el día que les digamos la verdad no podrán hacer nada para contradecirnos y obligarnos a casarnos, es día seremos libres al fin y cada uno hará lo que sueñe.
―¿Cómo estas tan seguro de eso?
―Porque tu padre tomara la sabia decisión de que no te cases conmigo y el capitán Runfo… bueno, el quizá me eche de la tripulación ¡Pero por lo menos al fin podré ser libre! ―exclamó alegre.
―¿Y qué hay de mí? Mi padre podrá deshacer el compromiso contigo pero nada nos asegura de que no lo vuelva a hacer con alguien más.
―Tranquila, yo me aseguraré de que seas tú quien decida si quiere casarse o no y con quién. Tú tomaras las riendas de tu vida, tus decisiones.
―¿Qué será lo que harás?
―Tú sólo confía en mí.
Las palabras del joven eran tan serias y misteriosas que le ocasionaban curiosidad a Sofía, había una densa presión en el ambiente que la quería obligar a exigirle a gritos la respuesta, pero así como una parte la seducía, otra la hacía callar pues la mirada amarga del joven era el reflejo de una triste realidad, una que ni ella misma lograba descifrar pero que para Mateo representaba el motivo de su soledad, de su llanto, de la guerra, de la muerte de sus padres, era la condena que lo había obligado a cerrar las puertas de su corazón para no dañar a nadie más, era la desgracia de haber sido el elegido, y aunque él aun no lograba verlo con claridad, también era el motivo por el cual el capitán Runfo lo había comprometido con Sofía. Ambos tenían un secreto que los tendría que fusionar para la eternidad, pero que la rebeldía y el sueño de una loca pasión los llevaría a abrirle las puertas al mal y así tocar ambos corazones, uno lo trituraría, el otro lo consagraría. Sólo los años determinarían la suerte de la vida con el cual el número de la lotería ganaría el pecado mortal que los llevaría a la cárcel de los mares de fuego.