La voz del olvido

Negros horizontes

El tiempo pasó y la promesa que los jóvenes se habían hecho frente a los dulces golpes de las olas seguía a toda marcha, mientras el capitán Runfo, el señor Antonio, la señora Carmen y el resto del pueblo celebraban el compromiso de lo que para ellos era un par de enamorados a primera vista, pero cuando nadie más veía, en la luz de una cálida habitación, a las orillas de la playa, en los jardines de la casa más adinerada del reino, a los ojos de los carteros secretos, ambos eran ese par de hermanos que jamás podrían ser y que su cruel destino los obligaba a jamás desear, eran el par de mejores amigos perfectos. 
Los viajes por el océano Atlántico se vieron pausados por un tiempo pues el capitán Runfo hacía tratos internos con la mercancía, o al menos eso intentaba aparentar, pues mientras el joven Jacinto cubría sus pasos para no levantar sospechas, el capitán recorría las calles más solitas dentro de Alib para verse con una persona cuyo rostro se encontraba cubierto tras un manto amarillo, ni sus pies ni su cuerpo eran descifrables, era tan misterioso aquel individuo que era imposible saber si se trataba de un hombre o de una mujer, sólo se podía sentir un aura tan tenebrosa y sangrienta, como de quien ha probado la sangre y masticado la carne humana en la paz de una isla, incluso el mismo Jacinto llegó a dudar de tan cruel ser, pero la terquedad de su capitán lo orillaban a seguir al pie de la letra esos tan secos planes que beneficiarían a la persona que ambos querían demasiado.  
Mientras cosas aterradoras se organizaban entre las manos de Jacinto, el capitán Runfo y ese tercer individuo, en los pensamientos de Luis y en la paz de Sofía una amistad sincera crecía con cada momento que compartían, ella le ayudó a ser menos tímido y a controlar mejor sus nervios, mientras que Luis, a través de cartas, de canciones y poemas guardados en su vieja libreta, le demostró su increíble y excepcional talento para escribir y crear mundos desconocidos, tan embobadores y solitarios que hacían su corazón colapsar en cada renglón leído. Sofía era dulce, era una joven de bella piel oscura y sobre todo de un increíble corazón apasionado, ella quería tanto a Luis que le dolía que algún día por culpa de quererla liberar de ese cruel compromiso, él saliera lastimado y botado como un perro que ha aburrido a sus dueños.  
Una mañana calurosa de julio por fin había llegado la partida de Luis junto a sus compañeros pues saldrían a los mares en busca de mayor mercancía, explorarían nuevas tierras y harían tratos con nuevos marinos. Sería un largo camino, un esperado exitoso viaje y una triste despedida para el joven y su bella comprometida. 
—Cuídate mucho, Luis —le decía Sofía mientras le abrazaba muy fuertemente, hasta dejarlo casi sin aire. 
—Claro que lo haré, mi hermosa musa —respondió apretándola aún más—, pero recuerda, Sofía, mira nuevos horizontes, descubre la vida, no temas al mañana y respira, sé que quizá pronto encontrarás a ése cuyo corazón te entregará humildemente y no deberás rechazarlo si es que sus sentimientos conectan. 
—¿Pero…? 
—¡Shhh! —la calló mientras le colocaba uno de sus torcidos y delgados dedos en sus labios—, sólo deja que la vida te sorprenda y verás que realmente es más que un compromiso sin sentido al que estamos atados; olvida esas estúpidas cadenas y se feliz —. Susurró mientras le acariciaba la cara como una madre a su hijo. 
A lo lejos, entre la multitud de la gente que despedía a los viajantes, se encontraba el capitán Runfo y el señor Antonio, quienes admiraban atentos la escena. 
—¡Mira, Runfo! Que lindos se ven, realmente se aman —dijo alegre el padre de Sofía. 
—Lo sé, Antonio. Mi muchacho es todo un caballero, así que no tendrás que preocuparte más, tu hija ha caído en buenas manos. 
—Gracias, amigo. Mirar a mi única y más hermosa hija crecer ha sido tan difícil que temo por su bienestar, me preocupo por ella, la quiero tanto que si algo le llegara a pasar siento que colapsaría y haría alguna locura. Ahora que veo y conozco mejor a ese tu muchacho me siento en paz, serán felices ambos. 
Dicho esto, el capitán Runfo le extendió su gorda y velluda mano en señal de sello de un buen trato, y después comenzó a caminar hasta el majestuoso barco Marrum para subir a él y tomar el timón como el gran capitán que era. 
Quizá aquellas palabras dichas por aquellos hombres eran ciertas, tal vez la felicidad de ambos muchachos estaba en una unión, tal vez estaban equivocados y eso sólo les traería dolor y llanto, sólo yo lo sabía o tal vez ni mi poseedora lo conocía. 
Mientras tanto, en una esquina alejada a ellos o quizá en una distancia considerada para escuchar la plática de aquellos adultos y con una vista perfecta a la joven pareja, se encontraban dos ojos llameantes de furia, tan ardientes y llenos de odio que lágrimas de dolor escurrían por ellos. Cada abrazo que Luis y Sofía se daban, cada caricia, cada risa, cada sonrisa, era una daga tan malditamente dolorosa en su pecho que se clavaba sin consideración, sin piedad alguna, lo asesinaba lenta y torturosamente, estaban rompiendo el antes fuerte corazón de un ahora y débil loco enamorado. Triste fue que nadie se percató de esos misteriosos ojos de grandes pestañas, de esa su piel oscura y bronceada, de ese su llanto comprensivo que lo mataría por mucho tiempo en silencio, sólo yo lo vi, sólo yo sentí sus manos temblar y sólo yo su futuro pude predecir, el futuro de un asesino sin piedad y de un desalmado por la oscuridad. 
—¡Luis, es momento de irnos! —el grito tan eufórico y alegre del capitán Runfo llamó al muchacho. 
—Suerte, Luis —le susurró Sofía, mientras le daba aquél su último abrazo. 
—Hasta pronto, bella dama —contestó, guiñándole un ojo. 
El muchacho se apartó de su amiga y prometida y subió corriendo por la rampa pues Jacinto y Javier habían comenzado a quitarla con la intención de molestarlo y recordarle que el sufrimiento durante el viaje había comenzado. 
Todos los tripulantes pronto tomaron sus importantes puestos en el barco, mientras que Luis sólo esperaba que se alejaran del majestuoso muelle para regresar a su cálida y tranquila guarida: los almacenes. 
Mirando la cálida llegada del sol con sus rayos más resplandecientes se percató de cómo la gente se iba poco a poco de las orillas de la playa, pudo notar cómo todos volvían a sus rutinas diarias y también pudo captar cómo Sofía se mantenía en pie aún, mirándolo a lo lejos, pidiéndole a Dios por la salud y seguridad de él; ella sin duda era su preciada musa, la misma que no estaba dispuesto a arrastrar a la desgracia que él ocultaba, la que a nadie había contado aún, esa de la única que sabía el capitán Runfo, el mismo motivo por el que su segundo nombre se encontraba tan apagado y oculto en el baúl de su corazón, resguardado por el candado de su boca y rodeado de miles de dagas y espadas dispuestas a matarle con tal de que ese tesoro jamás se revelara pues el caos en los mares se desataría para la eternidad. 
El joven guerrero vio cómo su dama se alejaba al fin, mientras en su mano empuñaba un viejo rosario con el cual le había enseñado a él las pocas oraciones que a su salud y a las de los demás mantendría siempre a salvo, ella lo amaba tanto como él, eran los hermanos perfectos. La neblina a sus alrededores y su vista careciente le obligó a alejarse de las orillas del barco y al fin dirigirse a los almacenes, mismos dónde se echó sobre unas almohadas rellenas de plumas finas de gansos y empezó a pensar lo que haría con su triste y eternamente desgraciada vida. 
—¿Y bien? —se escuchó una dulce y melodiosa voz de una joven preguntar. 
Luis entreabrió los ojos y pronto se percató que no se encontraba en los almacenes sino en la cubierta del barco, rodeado de densa neblina. 
—No vale la pena que lo sepa, señorita —se escuchó otra voz hablar, era tan ronca y flemuda que le provocó escalofríos. 
Todo era tan confuso, todo era tan indeleble, las tinieblas ocultaban el cuerpo de la chica, hasta que poco a poco la bruma en los ojos del joven se fue adaptando a la densidad del clima, el banco de nubes fue desapareciendo lentamente hasta dejar a la vista un fino y delicado cuerpo en pie, era su madre quien se veía retadora y preocupada. 
—Quizá y sí, ¡Vamos! No pasará nada si me lo cuentas a mí —insistió la madre de Luis. 
Extrañamente él se encontraba en medio de esa desconcertante plática, misma que se llevaba acabo a bordo del barco de su padre Marcos. El joven miraba curioso su alrededor, era bello el escenario, le traía buenos recuerdos de su pasado, era como mirar por el tiempo y sentir en la brisa los dulces besos que su madre le daba y recordar con el sonido del viento la voz de su padre al hablarle de sus viajes; estaba extasiado, tanto que no prestó atención por un momento a lo que su madre y aquél extraño hablaban, hasta que entre sus recuerdos apareció como rayo el recuerdo de ese último viaje, el último que tuvo antes de que fuera condenado para la eternidad, ese que lo volvió un huérfano de por vida, el que lo mandó directo a un lado del capitán Runfo, el día de la desgracia de su infinita y desdichada vida. 
—Soy… soy…, ¡Agh! No vale la pena que te lo diga, ¡Hazme caso! Soy basura, soy… soy un maldito espectro condenado al pecado —contestó el extraño, quien en su voz se notaba tan afligida y marchita como las rosas al acercarse su periodo de muerte. 
Luis buscó con la mirada al dueño de tan pesado dolor pues en su voz escuchaba una compasión tan familiar, esa amargura y seriedad antes la había oído, sabía que alguien se lo había contado  a través de sus carentes ojos de luz, pero por más que el joven buscaba no lograba ver a alguien más que a su madre quien hablaba como si estuviera en un vacío tan inmerso y profundo. 
—Comprendo —contestó ella mientras miraba a las espaldas de su hijo. 
—¡Claro que no! No sabes lo que he visto ni lo que he sufrido, no sabes el porqué de mi dolor ni el de mi neblina. 
—Todo me sería más claro si me lo contaras —sugirió sonriendo. 
—Eres muy joven e inocente y mi historia es tan oscura pues es un pecado que me hace tragármela sin importar que queme y sangre mi seca lengua. No te la puedo revelar pues me temo que tú joven vida caería en manos de él, del futuro, de la condena. 
—¿Y tu nombre?, ¿Cuál es tu nombre? —preguntó vencida pues en sus huesos pudo sentir cómo todo lo que el extraño le contaba era tan real como la pluma que lo escribía y tan irreal como la fantasía que respiraba. 
—Esa es la llave. 
—Bueno, entonces te llamaré Audrey. 
—¿Audrey? —aquel nombre había sorprendido tanto a la voz como al joven Luis quien sólo era un espectador sentado en las duras pero cómodas escaleras que daban al timón. 
—Sí. Audrey: fuerza noble. 
—¿Pero acaso ese no es nombre de mujer? —preguntó confundido y feliz a la vez. 
La madre de Luis estalló en carcajadas tan incontrolables que grandes lágrimas de felicidad comenzaron a escurrir por sus redondas mejillas y la panza comenzó a punzarle como un gusano al borde de la felicidad. Todo esto era confuso para Luis pues estaba seguro que no había nadie con su madre, no lograba ver a aquel extraño de sentimientos encontrados, no le lograba admirar con los ojos de la realidad, pero de alguna forma lograba sentirlo, sabía que estaba ahí, tan intrigado con la reacción de su madre, de Lili y con un ojo puesto hasta el sitio donde se encontraba el muchacho, era como si él supiera que Luis estaba ahí, pero eso era imposible o tal vez no, en los escenarios de las dimensiones todo puede ser real, al igual que aquello que no es visto, y eso era justo lo que sentía, que ese extraño era tan real como irreal, su densa aura le asfixiaba los pulmones hasta agotarle el oxígeno de lo visible, era un alma cautiva en el viento, en el olvido. 
—Sí, bueno, Audrey puede ser un nombre femenino pero eso no significa que no te pueda llamar así —Lili sonrió y dio unos cuantos pasos al frente—, ese nombre es tan especial para mí, tiene demasiado sentido que eres digno de portarlo pues refleja un valor imposible de mezclar y que pocos saben portar y dominar al mismo tiempo, es el reflejo de lo que eras y en lo que te has convertido con el tiempo. 
Aunque Audrey no pudiera ser visto ni por Lili ni por Luis, ambos pudieron sentir en el denso ambiente cómo éste se encontraba tan confundido y poco a poco las piezas en su mente comenzaban a ser reveladas al igual que el dolor que en su corazón se resguardaba. 
—Sé que no es la primera vez que estás a bordo del barco de mi esposo, sé que ya habías estado antes aquí, te he sentido con anterioridad, te he…, te he visto con mis propios ojos de lo irreal, sé lo que eres y de cierta forma he podido ver tu vida, he escuchado lenta y sutilmente tu historia en susurros, pero no sólo a ti te he visto sino también a… 
La voz de la madre de Luis se fue apagando poco a poco hasta consumirse en el silencio de la realidad, mientras que frente a ella una figura distorsionada y de gran tamaño comenzó a aparecer, a revelarse ante los ojos sagrados del mar, y justo cuando Luis comenzó a caminar para apreciar lo que era aquél extraño ser la oscuridad reinó el momento, trayendo consigo una venda que cubriría sus ojos para que sólo a sus oídos llegará el eco cautivo en los horizontes, y en un suspiro pudo sentir cómo el tiempo lo llevó hasta el lugar que debía estar. 
—¡Audrey! —exclamó agitado y empapado de sudor. 
Se encontraba nuevamente en los almacenes, rodeado de aquella mercancía que le mantenía con vida al igual que a toda la joven tripulación. 
 




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