Pasaron unos días cuando Evangelina llegó con una bolsa de pan casero y una expresión que no combinaba con el aroma cálido de la harina.
—Amiga estaba pensando en lo que Josefina me dijo la otra vez… y creo que tú también lo has escuchado.
Matilda la miró desde la cocina, con los ojos hundidos y la bata arrugada. No había dormido. Otra vez.
—¿Qué cosa? Tantas cosas que dice esa viejita.
Evangelina se sentó, bajó la voz.
—De que esta casa está maldita. Que tus padres nunca la ocuparon por eso. Que algo pasó aquí… algo que nadie quiere contar.
Matilda se quedó en silencio, mientras que la taza de café tembló entre sus manos. Recordó que, en efecto, sus padres vivieron en la granja, pero nunca en esa casa. 
Su padre siempre decía que era “muy vieja”, y su madre que era "muy incómoda" Pero ahora… ¿y si era otra la razón?
—¿Y qué pasó? —preguntó, con la voz apenas audible—. ¿Que crees que puede pasar? Recuerda a la mujer que también echa el cuento la viejita, la de las voces.
Evangelina negó con la cabeza.
—Josefina nunca quiere decir más. Solo que hubo mujeres que vivieron aqui… y que desaparecieron y de esa que mencionas.
Matilda sintió un escalofrío. porque las voces en su casa no eran solo susurros. Ahora decían cosas que nadie más sabía. Cosas que solo ella había pensado. Cosas que la hacían sentir desnuda.
Esa noche, volvió a dormir con las luces encendidas. 
Pero las voces no se detuvieron.
—Matilda… 
—Eres nuestra… 
—No podrás escapar…
—Pronto tendrás que venir con nosotros...
La voz grave volvia, cada vez más clara. y más cerca.
Matilda se tapó los oídos y empezó a llorar. Pero no gritó. No quería que nadie la oyera. No quería que pensaran que estaba loca.
Mientras tanto, Ortencia decidió actuar, estaba preocupada por el estado de su amiga. Fue al comando policial del pueblo, donde pidió hablar con Mateo Salcedo, un viejo conocido.
—¿Tú sabes algo de esa casa donde vive Matilda? —preguntó, directa.
Mateo la miró con cautela.
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque algo no está bien. Matilda está cambiando. Y Josefina habló de mujeres desaparecidas, sobre todo de una que escuchaba voces.
Mateo se quedó en silencio. Luego se levantó, fue a un archivo polvoriento, y sacó una carpeta.
—No hay denuncias oficiales. Pero sí rumores.
—¿Qué tipo de rumores?
Mateo la miró con seriedad.
—Que efectivamente hace años, una mujer vivió allí. Solitaria. Decía que la casa le hablaba.
—¿Y qué pasó con ella?
—Un día desapareció. Nadie la buscó. Nadie preguntó, el caso se cerró. De seguro era alguien que no tenía familia.
—¿Y antes de ella?
Mateo dudó.
—Otra mujer. También sola. También desaparecida.
Ortencia sintió que el aire se volvía más denso.
—¿Y por qué nadie dijo nada?
Mateo cerró la carpeta.
—Porque aquí, cuando algo da miedo… se calla, aparte de que todas esas mujeres, nadie las busco. Es como si nunca hubieran tenido familia.
—Eso si que es raro, Mateo.
—Si, pero, no se puede hacer mucho, si no hay pruebas o denuncias.
—¿Como obtuvieron los padres de Matilda esa casa?
—No lo sé, Ortencia, creo que tu amiga debe de conocer esa parte. Solo tengo entendido que alguien le vendió ese terreno, y fue algo favorable, porque asi, lograron ampliar mas la granja.
—¿Sera que esa casa está maldita? —pregunto Ortencia com cierta duda.