Mateo la esperaba en la estación, con el uniforme ligeramente arrugado y una expresión que mezclaba profesionalismo con una preocupación que ya no podía ocultar.
Matilda llegó caminando lento, con los hombros caídos y el rostro más pálido que nunca. Su ropa le quedaba suelta. Sus ojos estaban más hundidos y su voz, apenas un susurro.
—¡Buenos días Matilda! —dijo con una sonrisa tratando de que ella lo hiciera también.
—Gracias por recibirme —dijo, sentándose frente a él.
Mateo la observó con atención. Tomó nota mental de cada cambio. No era solo el insomnio. Era algo más, esa no era la Matilda que habia conocido cuando llegó a Barinas.
—Voy a hacer una inspección completa en tu casa —dijo con firmeza—. Revisaré cada rincón. Y además, haré rondas nocturnas. No quiero que estés sola en esto.
Matilda asintió, pero su mirada estaba perdida. 
Como si no entendiera del todo lo que él decía. 
Como si la realidad se le escapara entre los dedos.
—Gracias, Mateo. A veces… no sé si estoy despierta o soñando.
Mateo se inclinó hacia ella.
—¿Has tenido alucinaciones? —pregunto en tono preocupante.
Matilda dudó, pues ya no estaba segura de que era real o no.
—No lo sé. Las voces… los objetos movidos… a veces siento que hay alguien más en la casa. Pero no lo veo. Solo lo siento.
Mateo anotó algo en su libreta. Luego la miró con seriedad.
—Vamos a llegar al fondo de esto. Te lo prometo, porque si sientes que alguien te vigila, eso puede ser real. Hay muchos delincuentes que usan esas tácticas para después atacar a sus víctimas.
Mientras tanto, Ortencia y Evangelina esperaban afuera. Cuando Matilda salió, ambas se acercaron de inmediato.
—¿Cómo estás? —preguntó Evangelina, tocándole el brazo.
Matilda sonrió, pero era una sonrisa vacía.
—Mejor. Mateo va a revisar la casa.
Ortencia se cruzó de brazos, inquieta.
—Mateo, ¿puedo hablar contigo un momento?
El policía asintió. Se apartaron unos pasos.
—¿Qué pasa?
Ortencia bajó la voz.
—Matilda no está bien. Y no creo que sea solo la casa. Hay algo más. Algo que viene de antes, solo que está más cerrada. Aparte de que creo que necesita ayuda médica.
Evangelina se unió a la conversación.
—¿Puedes investigar sobre su familia? Sobre los antiguos dueños. Sobre lo que pasó en esa casa antes de que ella volviera.
Mateo frunció el ceño.
—¿Creen que hay una conexión?
Ortencia asintió.
—Sí. Y no solo con la casa. Con José también. Él está demasiado encima de ella. Y ella… ya no es la misma, desde hace meses.
Mateo guardó su libreta, la cual había sacado para anotar lo que decían las amigas de Matilda.
—Haré lo que pueda. Buscaré registros. Hablaré con gente mayor. Si hay algo enterrado… lo vamos a desenterrar, ningún humano la seguirá fastidiando de esa manera.
Evangelina lo miró con gratitud.
—Gracias. Porque si seguimos esperando… vamos a perderla.
Mateo miró a Matilda, que ahora parecía como si hablaba sola, en voz baja, mientras se peinaba frente a un vidrio.
—No vamos a perderla —dijo—. No mientras yo esté aquí.
—Nos vemos —se despidieron ambas chicas.
Mateo llegó a la casa de Matilda al final de la tarde, con una mochila de herramientas y un rostro que ya no ocultaba la tensión.
Ortencia y Evangelina lo acompañaban, pero se quedaron afuera, querían que el hiciera su trabajo sin interrupción. Matilda lo recibió con una mezcla de alivio y miedo.
—Gracias por venir —dijo feliz de verlo.
—Empecemos —dijo Mateo.
El reviso cada habitación de la casa. Le tomo fotos a los objetos que ella dijo que habían movido de lugar. Luego le preguntó de donde provenía la voz que escuchaba.
—Es por aquí —dijo guiándolo al comedor—. Es esta pared. Aquí es donde más escucho las voces.
Mateo se detuvo frente al muro. Sacó una pequeña linterna, un estetoscopio de superficie, y un medidor de vibraciones. No era un equipo de fantasmas. 
Era un equipo de inspección estructural. Pero en ese momento, parecía otra cosa.
—Voy a hacer unas pruebas —dijo, con tono profesional—. Solo para descartar cosas físicas. Grietas, cámaras de aire, estructuras ocultas.
Matilda asintió y Se sentó en una silla, con las manos entrelazadas.
Mientras que Mateo empezó a golpear suavemente la pared con una herramienta de percusión.
Un toque.
Otro.
Y luego se detuvo.
—¿Escuchaste eso?
Matilda se levantó y negó.
—¿Qué?
Mateo golpeó de nuevo. El sonido era distinto. 
Más hueco. Como si detrás del muro no hubiera concreto… sino vacío.
—Aquí —dijo, marcando el punto con tiza—. Este tramo no tiene el mismo rebote que el resto. Es como si estuviera… hueco.
Matilda se acercó. Tocó el muro, pero solo Sintió un escalofrío.
—¿Qué significa eso?
Mateo sacó el medidor de vibraciones. Lo colocó sobre la zona. El aparato marcó una leve fluctuación. y eso no era normal.
—Quiero derribar una parte —dijo, sin rodeos—. No toda. Solo en este tramo. Necesito saber qué hay detrás.
Matilda dudó. Miró la pared. Recordó las voces. 
Las risas. Las frases que solo ella conocía.
—¿Y si no hay nada?
Mateo la miró con firmeza.
—Entonces lo sabremos. Pero si hay algo… no quiero que siga escondido.
Matilda asintió. Ortencia entró en ese momento, con los ojos abiertos como platos.
—¿Van a romper la pared?
Mateo respondió sin mirar atrás.
—Sí. Y si hay algo ahí… lo vamos a encontrar.
Evangelina entró también. Se acercó a Matilda, mientras le daba un abrazo por detrás.
—¿Estás segura?
Matilda tragó saliva.
—No. Pero quiero saber.
—Manos a la obra, señoritas.
Mateo se puso los guantes. Tomó el martillo. Y dio el primer golpe.
El sonido que salió no fue el de concreto. 
Fue un eco. 
Profundo. 
Como si algo respondiera desde dentro.