La Voz que No Era Mía

Capítulo 1: Antes de la Sombra

Nunca pensé que alguien leería estas páginas. Ni siquiera sé si quedará alguien capaz de comprenderlas. Yo ya no estaré. Tal vez nunca debí escribirlas, pero algo dentro de mí necesitaba dejar un rastro, una prueba de que existí, de que esta forma… esta sombra… me reclamó.

Cuando escribo esto, estoy sentado frente a lo que alguna vez fue mi hogar. Ahora solo quedan ruinas. El techo ha caído en varias partes, las vigas crujen bajo su propio peso, y un olor a tierra húmeda, sangre y madera quemada me atraviesa los pulmones. La selva ha comenzado a reclamarlo todo. Cada raíz, cada liana, parece querer cubrir las paredes donde alguna vez existió la vida.

Yo… yo ya no soy del todo humano. Siento cómo algo se estira dentro de mí, algo antiguo y hambriento, algo que observa desde antes de que yo naciera y que ahora finalmente se despierta.

Recuerdo la infancia con una mezcla de ternura y dolor. El río cerca de la casa, donde me lanzaba al agua y sentía la ligereza del mundo. El sol calentando mi espalda mientras jugaba con mi hermana en el patio. La risa de mi madre, el olor del pan recién horneado. Todo eso todavía estaba dentro de mí, mezclado con la sed, la hambre y el impulso de acechar que ahora me consume.

Los días eran simples, predecibles: la escuela, las compras en el mercado, los vecinos que saludaban. Creía que la vida humana era suficiente. Luego vinieron los sueños. No eran sueños comunes. Eran grietas en la memoria, ventanas hacia algo anterior a mí, algo que siempre me observó, siempre esperó.

La primera vez que lo sentí, fue un cosquilleo bajo la piel. Pensé que era nervios, fiebre, estrés… cualquier excusa para ignorarlo. Pero el cosquilleo creció, se enroscó en mis huesos y tensó mis músculos sin que yo los moviera. Me miré las manos y algo en ellas parecía extraño, como si no me pertenecieran del todo.

—¿Qué te pasa? —preguntó mi hermana una noche, notando que mi sombra se movía diferente, más lenta que yo.
—Nada… solo estoy cansado —respondí, aunque ni yo mismo creía esas palabras.

Esa noche soñé con el bosque. No era el bosque de nuestro pueblo; era más viejo, más oscuro, lleno de sonidos que no reconocía. Entre la maleza, algo me observaba. O tal vez yo era lo que observaba. El aire olía a hierro, tierra mojada y una promesa de peligro que me hacía temblar de un modo extraño.

Con el tiempo, las voces comenzaron. No eran voces humanas, pero tampoco animales. Susurraban cuando la oscuridad era más profunda, me hablaban mientras nadie más podía escuchar. Me decían cosas que no quería oír, secretos de la tierra, de la sangre, de los instintos. Y yo las escuchaba, porque no podía ignorarlas, aunque quisiera.

—Ven —me decían—. Ven y deja de ser lo que eres.

Al principio resistí. Aferrarme a mi humanidad parecía la única manera de sobrevivir. Pero cada noche que pasaba, cada paso que daba en aquel bosque imaginario, algo se rompía dentro de mí. Mis manos, mis piernas, mi voz… ya no respondían siempre a mí, sino a algo más, algo que aprendía a moverse, a respirar, a cazar dentro de mi piel.

Recuerdo el día en que la sed apareció por primera vez. No era sed de agua ni de comida. Era una urgencia que no podía nombrar, un hambre que me empujaba hacia la noche, hacia la sombra. Caminé por los senderos del bosque, escuchando el crujido de mis propios pasos y sintiendo que la tierra misma me guiaba, me probaba. Cada árbol, cada piedra, cada animal era un espejo de lo que estaba despertando en mí.

Las noches eran peores. Mis sueños se volvieron más vivos que la realidad. Sentía que corría bajo la luna, que mis sentidos se expandían, que podía oír cada rama quebrarse, cada hoja caer, cada corazón latir, incluso los de los animales que jamás había visto. Al despertar, todavía podía sentir esa conciencia extendida, esa presencia que no pertenecía a mi cuerpo… y que ya empezaba a tomar el control.

Recuerdo mirarme en el espejo por primera vez y sentir un escalofrío recorrerme hasta los dedos de los pies. Mis ojos eran los mismos, pero algo dentro de ellos había cambiado: una calma feroz, una inteligencia antigua que me reconocía como un igual.

—¿Quién eres? —pregunté frente al espejo.
No hubo respuesta. Solo un reflejo que imitaba mis gestos y sonreía cuando yo no podía. Mis ojos todavía eran míos, pero la mente que los habitaba ya empezaba a dividirse: una mitad humana, otra mitad sombra.

El hambre creció. La sed creció. La voz dentro de mí se hizo más insistente, más urgente. Me hablaba de caza, de territorio, de poder, de instinto. Cada vez que intentaba recordar lo humano, algo dentro de mí me empujaba hacia la sombra.

—Ven —susurró la voz—. Todo termina aquí, y todo empieza de nuevo.

Ahora lo entiendo. El bosque, la tierra, el aire y la noche me esperan. No hay vuelta atrás. Yo ya no estoy solo dentro de mí mismo. La sombra que me habita se mueve, respira, observa. Y yo… apenas puedo aferrarme a lo que queda de mí.

Mañana quizá no me reconozca en el espejo. Mañana quizá solo quede la voz que me ha estado llamando desde antes de que yo siquiera supiera que podía escucharla. Mañana quizá solo quede la forma que no es humana y la sed que nunca podrá llenarse.



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En el texto hay: terror, horror psicologico

Editado: 30.09.2025

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