Laberinto de amor

Epílogo.

Uno años después.

—Rhea, baja de una vez por todas si no quieres que valla a buscarte -deje de mirarme en el espejo para concentrarme en las palabras que había dicho Liliana.

Rodé mis ojos y tomé el pomo de la puerta. Salí de la habitación y en momento de hacerlo vi la figura de Liliana, quien me miro con los ojos muy abiertos para después llevar su mano a la gran tripa que cargaba, gracias a las constantes noches apasionadas que tenía con John.

—Cierra la boca que te entrarán moscas. O mejor dicho otro bebé -me encantaba molestarla y más aún sabiendo que esperaba gemelos. Ja, todo una dicha del señor.

—Si no quieres enfrentarte a las hormonas de mi embarazo, te pido de favor que cierres tu boca Rhea. -me lleve una de las manos al pecho simulando estar ofendida y ella rodó los ojos. —Te mereces más que esas simples palabras.

Negué con la cabeza y me acerque a ella.

—Se que me merezco más de esas simples palabras, Liliana. Pero no puedo dejar de molestarte, me encanta hacerlo.. -declare mientras la abrazaba  con mucha fuerza.

—Eres un idiota.. -sonreí al escuchar estas palabras salir de la boca de ella la abrace con muchas más fuerza —Pero así te amo.

—También te amo -dije en su oído y Liliana sonrió. —Me encantaría quedarme contigo a decirte todo lo que te amo pero afuera esta Paúl esperándome.

Ella asintió y yo deje de abrazarla. Bese someramente sus mejilla y sonreí al ver lo cambiantes que podían ser el estado de ánimo cuando se esta embarazada.

Tras volver a dejar un beso en las mejillas de Liliana, camine hacia la puerta de salida de la casa y nada más fue detenerme en el porche de la casa para ver a mi hombre caminando de un lado hacia otro.

Una gran sonrisa se coloco en mis labios y sin pensarlo camine hacia él.

—¿Impaciente señor? -dije estás palabras cuando llegue hacia donde el se encotraba. Paúl al colocar sus en mi, me escaneo de pies a cabeza y se acerco a mi con paso apresurado.

—La palabras impaciente quedaba corta al definir como me sentía al no tenerte a mi lado. -le brindé una sonrisa y mi novio me abrazo con fuerza. —Si fuera por mí te tomaba en brazos, entrabamos a la casa y de la habitación no salía hasta que saciará mi deseo de ti, pero ya tengo algo planeado para este día así que dejaremos para después esa propuesta.

Asentí mientras dejaba un beso en sus labios.

Paúl me guío hasta su auto, me abrió la puerta del copiloto y un segundo después puso el auto en marcha.

Observe su perfil mientras conducía y sonreí.

Definitivamente él era lo mejor que me había pasado en la vida, Paúl llego a mi vida para quedarse, de eso estaba más que segura.

Ambos buscábamos el amor y gracias a una adivina pudimos encontrarnos. Y dicho amor se fortaleció en el laberinto del amor. Era totalmente mágico lo que estábamos viendo, era tan bonito que en algunas ocasiones sentía que no merecía tener al amor a mi lado. Y me declaraba culpable por amarlo de la manera que lo hacía, culpable por querer amar y sentirme amaba. Culpable por anhelar lo que muchos tenían y más culpable aún por solo pensar en el.

Aveces me sentía culpable de amarlo, por ser quien era. Porque él tenía todo, y yo pues casi nada. Pero dejé de sentir que era merecedora de él, cuando logre todo lo que en la vida anhelaba. Deje de sentirme culpable de amarlo cuando termine la Universidad, cuando abrí mi propio consultorio de psicología.

Ya no me sentía culpable de amarlo, cuando todo eso paso. Ya no sentía que sería una carga para él. Ya todo estaba en su lugar. La culpa la enteré treinta metros bajo tierra, ya no la sentía, ya me había liberado de toda esa culpa. Ahora sólo existía el presente. Solo existiamos nosotros y nuestra felicidad.

Ahora sólo importaba el amor que ambos sentíamos.

Paúl me dedicó una sonrisa cuando estacionó el auto en el estacionamiento del lugar que más amaba sobre esta tierra; el laberinto del amor.

El se bajó del auto y como todo un paladín abrió mi puerta. Amaba todo de él, y eso el lo sabia.

Le di una pequeña sonrisa de agradecimiento y Paúl me correspondió dejando un beso en el dorso de mis manos.

—Te quiero -declare y él sonrió.

—Te quiero - al escuchar esta palabra me acerque a él y deje un beso en sus labios.

Paúl correspondió a mi beso, con deseo. Sabía que ambos deseábamos sentir piel con piel mientras nos amábamos en una cama.

Me separé de él y entrelazé nuestras manos. Eso era otra cosa que amaba hacer con el. Porque el calor que su mano me brindaba me hacía sentir prácticamente en el mismísimo cielo.

Paúl y yo caminamos una distancia considerable y cuando estuvimos en la entrada del laberinto del amor mis ojos escanearon detenidamente la mesa que habían preparado justo en el centro del laberinto.

Gire mi cabeza hacia Paúl y este sonrió.

—Todo lo mejor para mi hermosa novia -deje un corto beso en sus labios y volvimos a caminar. Cuando estuvimos al frente de la mesa Paúl retiro mi silla y yo con una gran sonrisa en mis labios tomé asiento, él se sentó al frente de mi. Paúl me dio una sonrisa nerviosa y yo frunci mi seño —Rhea, te amo. Lo hago con toda la fibra de mi ser. Eres mucho más de los que esperaba. Gracias le doy a Dios que puede encontrarte, gracias a esa adivina que me dijo:  —Sera fácil distinguirla porque ella llegará a tu vida de la forma que menos te gusta. Has todo lo posible por encontrar a tu mitad, porque cuando ella esté a tu lado, la puerta de los problemas se cerrará. Y ambos quedarán encerrados en la cárcel del amor para siempre.

»—Gracias a ella entendí que se trataba de ti. Que tu eras el amor de mi vida. Ambos quemado encerrados en al cárcel del amor, encerrados en el laberinto del amor. Y esto sirvió para que mis sentimientos empezaran a desallorarse ese día. Te amo, mi hermosa novia. -vi a Paúl colocarse de pie y posteriormente hincarse en el suelo. —Es por esto y por mucho más que quiero convertirte en mi esposa, quiero despertar contigo todos los días de mi vida, quiero acurrucarme a con tu cuerpo cuando tenga frío. Quiero todo contigo Rhea. ¿Quieres ser la mujer que me haga el hombre más feliz de la tierra? ¿Quieres casarte conmigo?




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