Laberinto Macabro

Capítulo I. La muñeca. Parte I

Ciudad de Allentown, condado de Lehigh, Pensilvania.

—¿Escuchaste ese ruido? —preguntó sobresaltada.

—Debió ser el viento —respondió abrazado a su almohada.

—Podría jurar que fue en la planta baja —dijo agitada, sentada en la cama, abrazando sus rodillas contra el pecho.

—Duerme cariño, no ha sido nada.

—Iré a ver a Lucy.

Su instinto maternal la llevó directo al cuarto de su hija y para su felicidad, allí estaba, durmiendo como un angelito, inmersa en ese universo al que solo los niños tienen acceso aunque, por desgracia, tiene fecha de vencimiento o, si se prefiere, la casa se reserva con el tiempo el derecho de admisión.

—Todo está bien, tenía un muy mal presentimiento —hablaba mientras regresaba a su habitación con una sonrisa, sintiéndose algo tonta por su accionar.

Metida otra vez en la cama y dispuesta a conciliar el sueño reticente; otro ruido, aunque está vez mucho más cercano, volvió a ponerla en pie de alerta, sobresaltando su corazón y su alma.

—Geoffrey despierta —susurró—, creo que hay alguien en la casa. ¡Geoffrey por favor!

Al advertir que su esposo no respondía, se lanzó sobre él para zamarrearlo, pretendiendo despertarlo de lo que suponía era un sueño profundo. Grande fue su sorpresa cuando se miró las manos y estaban por completo ensangrentadas. No podía digerirlo, no podía creerlo. El temblor en todo el cuerpo y un nudo en la garganta que le impidió gritar, eran los síntomas ineludibles del estado de shock en el que se encontraba. Con las lágrimas a flor de piel, y con las ideas poco claras, se aventuró, con extrema osadía, a la habitación de su hija pero ya era tarde; había desaparecido, no estaba en su cama; en su lugar, una muñeca andrajosa era el corolario de una pesadilla tan real como inaceptable.

—¿Qué tenemos? —preguntó el detective, eludiendo a la prensa, sin hacer comentarios.

—Un hombre de unos 38 años asesinado en su cama y una niña de 6 desaparecida.

—¿Algún testigo?

—Su esposa estaba en la casa pero dice no haber visto a quién lo hizo.

—¿Hora del allanamiento?

—Cerca de las 23, todos estaban durmiendo ya —respondió mientras revisaba los detalles en un pequeño cuaderno repleto de anotaciones.

—Aguarda, creí que dijiste que la esposa no había visto nada…

—Según nos dijo, escuchó un ruido y se levantó para ver que su hija estuviera bien. Al corroborarlo, volvió a su cuarto dispuesta a dormirse y otro ruido, esta vez mucho más audible, la despertó y fue cuando se percató de que su esposo estaba muerto.

—Entonces el ruido que escuchó fue un balazo… —dijo tajante.

—No, de hecho a Geoffrey Milit lo asesinaron de varias puñaladas.

—¿Y dice su esposa que no se percató? —preguntó frunciendo el ceño, atónito.

—Eso dice —respondió el oficial encogiéndose de hombros.

—¿Y qué hay de la pequeña?

—Cuando su madre regresó a su habitación ya no estaba y en su lugar habían dejado una muñeca; bastante sucia por cierto.

—¿Estás jugando conmigo?

—Le juro que eso hallamos, señor.

—Bien, quiero que revisen todas las cámaras del vecindario, interroguen a todos los vecinos, tal vez alguien oyó algo o vio algo extraño las últimas noches. Un allanamiento de este calibre requiere días de estudio; conocía sus rutinas.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó frunciendo el ceño.

—No te aventuras en una casa si no sabes con qué te encontrarás. Sabía perfectamente donde atacar primero.

—¿A qué se refiere?

—Se deshizo del hombre porque era la principal amenaza y luego aprovechó una distracción que él mismo generó para llevarse a la niña. Sabía exactamente dónde estaba y lo que quería; ella era su objetivo.

—¿Cómo está tan seguro? ¿Cómo sabe que no se trató de un ajuste de cuentas contra el esposo?

—No hubiera traído una muñeca si fuera el caso —dijo ingresando a la casa, dejando al oficial reflexionando sobre su teoría.

Pocas cosas resultan más desesperantes que lidiar con la angustia que proviene de la duda; de no poder dar respuesta a un enigma que de a poco, y sin ninguna anestesia, carcome todo a su paso, incluso la esperanza que era lo último por perder.

La impotencia de enfrentar a una mujer descorazonada sin más palabras que un tibio consuelo que no alcanzaba, siquiera, para detener las lágrimas secas que jamás llorará, era cuanto menos temerario. Faltaban datos certeros, pruebas concretas que permitieran avanzar en una investigación sombría, carente de esas pistas que aunque vagas, resultaban el motor de un cuadro mayor que ni siquiera se divisaba.

Con la prensa entrometiéndose, buscando la primicia, y el reclamo de los vecinos asustados por un posible depredador suelto, los oficiales trabajaban el día entero, turnos de 24hs buscando una explicación que diera cuenta de la fatídica noche que cambió la vida de los Milit para siempre.



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En el texto hay: amor, suspenso, asesino en serie

Editado: 01.09.2019

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