«Estaba bastante molesto. Había llorado toda la noche, hecho rabietas y tenía ganas de mandar todo por un tubo. Quería borrar cada rastro de mis redes sociales, de todo lo que me recordará a lo que sucedió; pero no tuve el valor. Tampoco desapareció la ira y el dolor cuando decidí no proceder con ello.
Pasé la mañana pensando en sus palabras, en el dolor que me causó. Como es predecible, al final, no hice nada. Al leer lo que me escribía fingí interés, estar bien y apoyarlo, como siempre. ¡Vaya estúpido que soy! Ni siquiera podía ocultar lo frustrado que me hallaba por dentro.
Una vez dentro del bachillerato, me predispuse a ignorar a todos y hacerme de un muro imaginario con mi rostro para que no me molestaran. Por desgracia no funcionó ni un minuto.
—¡Ey! Te estoy hablando, ¿por qué no contestas? —preguntó uno de mis compañeros de la escuela, a quien no quería ni ver.
—Ya te dije que no me llames por ese nombre. No te voy a responder —expresé sin dedicarle una mirada o detenerme, pues iba directo hacia nuestro salón de clases, donde ambos deberíamos estar.
—¡Perdón, Nathan! ¿Hiciste la tarea de matemáticas?
—Sí, Gabriel. En el aula te la paso —respondí a regaña dientes, a lo que el chico se dio cuenta.
—Te noto muy molesto. ¿Todo bien, amigo? —Sé que estaba preocupado, y lamentó ser tan grosero. Es sólo que mi rabia era los que hablaba en ese instante.
—¿Quieres la maldita tarea sí o no? ¡Qué te valga si estoy enojado! —exclamé, justo cuando me digné a verlo.
—¡Ya entendí! ¡Qué genio! —A veces creo que tengo suerte de tener buenos amigos como Gabriel. Aunque creo que, si me involucro más con él, después me hallaré en una situación similar a la que sufro ahora, como siempre.
Una vez dentro del salón, traté de concentrarme en las clases. El tiempo iba tan lento, estaba desesperado. Quería olvidar todo, necesitaba volver a ser yo mismo y dejar todo atrás. En serio que es lo que necesito, pero no pude. Soy débil».
Nathan, un joven de cabello castaño claro, ojos dorados y piel asoleada, fue quien platicaba sobre estos acontecimientos con una persona de confianza, sentados ambos en la sala de este último, al cual el adolescente veía con un rostro que denotaba mucha molestia.
—¡No puedo creer que haya pasado! ¿Por qué estoy tan molesto? ¡Ni siquiera debería de importarme! Lo sé porque ya me has advertido de estas situaciones y sé perfectamente porque sucedió. Aun así, duele como el maldito infierno, y todo este odio. Me duele la cabeza sólo de pensarlo —declaró el joven, cruzado de brazos y con la mirada alejada de su acompañante.
—¿Qué sucedió? —preguntó el hombre mayor, a la par que se servía una copa de vino.
—Es que el muy idio…
—Desde el principio —tajó el anciano de pelo blanco, piel pálida y mirada desafiante, cuyo ojo visible era del mismo color de quien tenía enfrente, tapado el restante por un parche elegante.
—¿En serio? Lo conozco desde hace 12 años. ¿Quieres la versión completa o la resumida? —cuestionó cínico el muchacho, serio el viejo.
—Desde el principio, dije —rectificó el hombre—. Tú decide los detalles. Es tu historia al fin de cuentas, Nathan. —Lo dicho provocó que el joven bajara la mirada, triste. Luego respiró profundo, cerró los ojos y, ya habiendo exhalado el aire, separó sus parpados para mirar fijamente al viejo.
—Se nota que no tienes algo mejor que hacer. Bien, así empieza mi historia con Robb.