«Lo conocí cuando íbamos en pre escolar. Era un día soleado, la mayoría de los niños, que eran en ese entonces mis compañeros, se la pasaban corriendo y jugando por todo el área de recreo. Es una imagen un tanto borrosa la que tengo, mas estoy seguro que fue así.
Supongo que ya lo había visto antes, o justamente ese día estaba muy extraño. Yo lo noté, al niño solitario sentado debajo de la sombra de un gran árbol, con su almuerzo en mano sin tocar y una mirada bastante triste.
Como tú lo has dicho, tengo el síndrome del “héroe imbécil”, por lo que fui a ver qué le pasaba y en qué podía ayudarlo. Al menos así lo recuerdo o siento. Tal vez sólo tenía curiosidad.
—¡Hola! —dije con una gran sonrisa en el rostro, llamada la atención del pequeño. Su piel pálida, ojos verdes y cabello oscuro es lo primero que recuerdo, acompañado su cara con lágrimas secas que se podían notar al ya tenerlo cerca—. ¿Estás bien? —La pregunta hizo que él bajara la mirada, sin responder a ello.
Yo era terco, así que simplemente me senté a su lado para hacerle compañía, y fue así que pasamos todo el recreo, uno enseguida del otro sin mencionar una sola palabra.
Mis memorias son algo vagas, mas sé que hice lo mismo al menos por una semana más. El chico iba al lugar, se sentaba a sostener su comida y yo me colocaba a su lado, sin decir nada. Únicamente lo saludaba, como si fuera una costumbre. Hasta que un día empezó a hablar.
—Mis padres se pelearon otra vez —resaltó el joven, a lo que yo, feliz de que haya dicho algo, le sonreí de oreja a oreja—. ¿Por qué estás feliz? ¡Es en serio!
—¡No! Es que por fin hablaste —expresé y recuerdo notar que se sonrojó y miró a otro lado—. ¿Por qué se pelearon? —pregunté, ya más tranquilo.
—No lo sé con exactitud, pero se gritan muy feo. Mi madre arroja cosas al suelo y grita, se jala el cabello e insulta a papá. Incluso a veces a mí también, aunque no esté ahí con ellos. Como quiera, los escucho desde mi cuarto —confesó temeroso, derramadas unas cuantas lágrimas de sus ojos—. Creo que se van a separar. Los he escuchado hablar mucho sobre eso y que me tengo que ir con uno de ellos, pero no quiero hacerlo —aclaró intranquilo, a lo que lo tomé de la mano, sin saber qué decir al momento.
—Tranquilo. ¿Qué importa que se separen? —dije, a lo que éste me vio, molesto».
En ese momento, Nathan fue interrumpido por el viejo, quien estaba atento a la historia.
—Tremendo imbécil con quien le tocó hablar —comentó el mayor, bebido vino de su copa.
—¡Era un niño! No entendía lo grave de la situación que es para la mayoría. Además, conoces cual era mi situación. Deberías entender, ridículo —reclamó el adolescente, cosa que hizo apartar la vista al anciano.
—Supongo tienes razón. ¿No te golpeó después de eso?
—Para nada —continuó Nathan, después de un suspiro.
«—¿Qué? ¿Te gustaría que tus papás no vinieran contigo? —cuestionó molesto. Era evidente que sonaba desinteresado en mis comentarios, mas entendió pronto por qué.
—Pues no viven juntos, ni conmigo —respondí, tranquilo, algo que también lo serenó de momento—. Mis padres trabajan en el extranjero. Cuando era más pequeño, me hicieron elegir entre vivir con mis abuelos o mis tíos, y elegí estar con mi tía Margarita. Es muy buena conmigo, aunque hace poco falleció su esposo, mi tío Abundio, y se le ve un poco triste de momentos. Ahora sólo estamos ella y yo viviendo aquí. —La respuesta dejó sin palabras al chico, a lo que prosiguió a hacerme preguntas, más calmado.
—¿Y no extrañas a tus papás? ¿No te gustaría que vivieran contigo?
—No los conozco mucho. Hablamos por videollamada de vez en cuando, pero sólo eso. Me dicen que me quieren, pero no creo quererlos. Mi tía siempre está conmigo, a ella la quiero mucho —mis respuestas hicieron que el pequeño se limpiara el agua de su rostro y me dijera su nombre.
—Me llamo Robbin. ¡Mucho gusto! —Me presenté después de él, y desde entonces, nos volvimos excelentes amigos, inseparables en el prescolar.
Nos la pasábamos en el recreo juntos para arriba y abajo. Jugábamos a las escondidas, soccer con los demás niños o nos poníamos a lanzar piedras al otro lado de la barda sur, hacia una casa abandonada, cosa que nos hizo recibir muchos castigos en ese último año que estuvimos juntos.
El periodo escolar terminó, y era obvio que nos graduaríamos y separaríamos, pues yo no estaría en la primeria que se hallaba cerca de ahí, tampoco Robbin. Así que nos tocaba despedirnos el día de la graduación.
Fue entonces que, finalmente, lo entendí.
—¡No quiero dejar de verte! ¡Eres mi mejor amigo! —Lloraba al momento, abrazados ambos en medio de la asamblea de la escuela, pues ya nos habían dicho las maestras que ninguno estaría en la primaria de al lado.
—Es feo cuando te separas de alguien, pero está bien. Todo irá mejor, como cuando mis papás se separaron —dijo Robbin tranquilo, a lo que le sonreí incluso mientras lloraba, pues ahora podía empatizar con él a la perfección.
—Perdona lo que te dije sobre tus papás. ¿Te lastimé mucho?
—No mucho. Estoy bien gracias a ti. Sé que nos volveremos a ver algún día, amigo —expresó al llorar un poco, con una voz segura y más madura. Sin darme cuenta, él ya había superado nuestra separación, y aunque se notaba triste al despedirnos, su madre no quiso darle a mi tía ninguna información sobre su hogar o a donde iría a estudiar Robbin, pues ella le sugirió que podríamos reunirnos luego para continuar con nuestra amistad, propuesta que la mujer rechazó de forma grosera.
—Hice lo que pude, axolotito. Pero hay veces que la gente no entiende a los demás y toman decisiones egoístas —explicaba mi tía al estar ambos en casa, yo sentado en un sillón, triste, vestido de toga y birrete—. Eso no quiere decir que la mamá de tu amiguito sea mala, sólo que no ve el bien que le hace que tenga a su amigo cerca. Hay que respetar su decisión y continuar. En la primaria harás nuevos amiguitos, y estoy segura que luego podrás volver a ver a Robbin. —Lo dicho por mi tía, junto a unas galletas, me convencieron de ponerme un poco mejor, aunque toda la noche continuaba pensando en mi amigo y en lo solo que me iba a sentir sin él».