Las clases de Nathan habían terminado, por lo que todos en el salón se estaban poniendo de pie mientras acomodaban sus cosas para retirarse del aula, unos emocionados, otros cansados, la mayoría con mucha energía a como se apreciaba.
Por su parte, el joven de ojos dorados se le notaba tranquilo al momento que poner en orden todo en su mochila, cosa que extrañó a su amigo, Gabriel.
—¿Hoy harás algo, Nathan? —preguntó el chico de piel morena, respondido de inmediato.
—Nada en especial. Lo de siempre, ¿por qué?
—Pues se nota tu entusiasmo por irte —dijo de forma sarcástica, algo que molestó un poco a su amigo—. ¡Hey! Estoy jugando. Sé que sigues enojado, tu cara no miente, carnal.
—Y continuaré así un rato —confesó Nathan, ya con sus cosas en mano, todavía sentado.
—¿De verdad no piensas pararte? ¿Quieres que me quedé contigo un rato más? —La sugerencia hizo al adolescente enojado sonreír un poco a pesar de su duro semblante, asentida la propuesta de Gabriel.
Ambos jóvenes platicaron un rato, hasta que Nathan se dio cuenta que ya había pasado media hora, por lo que se puso de pie, imitado por su acompañante, mismo que se impresionó de que ya estuviera listo para irse.
Ambos salieron del aula y vieron la escuela prácticamente abandonada. Había personas todavía en clases, pero en los pasillos no se hallaba un sólo alumno.
—¡Ustedes! ¡Salgan de las instalaciones si ya no tienen más qué hacer aquí! —Les gritó un conserje de aspecto desalineado, con una voz ronca y amenazante, asustado Gabriel y disculpado con el mayor, ignorado el adulto por Nathan, pero haciéndole caso y retirándose junto con su amigo hacia la salida del bachillerato.
—Don Horacio siempre me ha dado mucho miedo. Dicen que come niños cuando nadie está en la prepa.
—¡Vaya tontería! —bufó el joven a lo contado por el moreno, notado entonces que había alguien en la entrada, justo a quien quería evitar—. Debes estar bromeando. —Al verlo, Nathan se detuvo, acción que extrañó a Gabriel, mas luego se dio cuenta qué sucedía.
—¿Lo estás evitando? ¿Por qué no me dijiste eso? —cuestionó el chico y caminó hacia el joven que vieron, casi corriendo.
—¡Espera! —Trató de detener en voz baja Nathan, mas no pudo.
Gabriel fue y habló con el sujeto. Éste lo reconoció, saludó y escuchó lo que tenía qué decir, extrañado por ver la escena el de ojos dorados, para luego observar cómo ambos se retiraban de la entrada, no sin antes Gabriel hacerle la seña de «ok» con su mano a Nathan sin voltear a verlo, lo que le hizo entender a su amigo que ya podía retirarse sin problemas, desaparecidos ambos de la vista del chico de tes aperlada.
—Gracias, Gab. Te debo una —dijo para sí mismo el joven, mismo que salió de la escuela cuidadosamente, en favor de no ser visto por quien Gabriel se había llevado para distraerlo.
Nathan llegó hasta la casa de su amigo adulto, a quien no vio de buenas a primeras al entrar en la sala y dejar su mochila al lado del sofá, sentado en éste él para tratar de relajarse un poco.
Un fuerte sonido de alivio fue escuchado al momento que el adolescente se desparramó en dicho mueble, con la mirada puesta en el techo de la habitación, las piernas extendidas sobre el suelo y sus brazos acomodados sobre el respaldo del asiento.
Pronto, el dueño del hogar se hizo presente, llevado con él una botella de vino blanco que procedió a poner en la pequeña mesa que tiene al lado del cómodo sillón donde siempre se sienta para recibir a las visitas, abierto dicho contenedor y vaciado el líquido dentro de una copa que estaba lista ahí a su lado.
El hombre tomó el cristal de forma delicada con su mano derecha, meneó el contenido de ésta mientras lo olía y luego procedió a beberlo, satisfecho a cómo se apreciaba.
—¿Y luego? —preguntó el adulto, lo que hizo a Nathan verlo con una ceja más arriba de la otra en su fas.
—«Hola, Nathan ¿Cómo estás? ¿Cómo te fue en la escuela?» ¿No? —El reclamo del joven siquiera inmutó al viejo, quien lo veía directamente a los ojos sin hacer nada. —Bien, continuaré. Se nota que te quedaste con las ganas de saber más —sentenció, sin recibir todavía respuesta del viejo, sólo su mirada al beber de su vino.
El joven continuó narrando lo sucedido para su amigo, cuyas palabras se volvieron imágenes a su perspectiva.
«Estaba extremadamente feliz. Se notó durante las clases, sobre todo por la maestra, quien no dejaba de llamarme a pasar al pizarrón al ver mi rostro iluminado con una gran sonrisa, cosa que le gustaba mucho ver.
Luego de un par de clases, la hora del receso llegó, y cuando nos dieron permiso de salir, corrí entre las bancas, atropelladas algunas personas en el proceso, hasta que llegué con mi amigo Robbin, abrazado por mí una vez que lo tuve enfrente, soltadas risas por él de la impresión y alegría.
—¡Hola! ¿Qué tal? Qué bueno que estás aquí. ¡Qué coincidencia! —enunció el chico, a quien yo no quería soltar.
—¡Sí! Qué bueno que viniste para esta primaria. ¡No puedo creerlo! Parece un sueño, porque te extrañé mucho y hasta, a veces, no siempre, te soñaba. ¡Je, je! —confesé algo apenado, cosa que le hizo sonrojarse un poquito.
—Yo también te extrañé mucho, amiguito. ¡Vamos afuera a ver cómo es toda la primaria! —Me invitó el pequeño, a lo que accedí, emocionado.
Estuvimos dando vueltas por todo el sitio; nos contamos todo lo que hicimos en la ausencia de vernos y jugamos carreras de un lado al otro; encontramos cosas misteriosas y extrañas dentro de las instalaciones. Elementos comunes para un adulto, pero fascinantes para un niño.
De entre todo lo contado, lo más relevante fue que estuvo con su papá la mayoría de las vacaciones, con quien parecía convivir sin muchos problemas y se veía un poco más a gusto que con su madre, quien tenía su custodia completa. No parecía tan afectado ya en hablar del divorcio de sus papás, mas sí algo triste de que siguiera igual.