La actitud agresiva, junto a su rostro duro, demostraron a todos los presentes, más a Robbin, que Nathan estaba enojado con él por completo. Las miradas de ambos estaban una sobre la otra, al igual que las de los terceros que estaban impresionados con el ambiente tenso que se podía sentir alrededor.
—¡Vámonos, Nathan! —exclamó Gabriel al tomar la mano de su amiga con la propia—. Me prometiste que no llegaríamos tarde esta vez —mintió el chico, a lo que su amigo, sin dejar de ver a Robbin, fue arrastrado lejos de su amigo, sin que el otro pudiera decir cualquier cosa.
Al ya estar lejos, en un lugar donde nadie pudiera verlos, Gabriel soltó al joven y se lanzó de espaldas en contra de una pared, cuya respiración agitada y nerviosa lo traían vuelto loco. Por su parte, Nathan miraba al suelo, con los ojos llorosos y los puños apretados.
—Gracias y perdón —expresó el de ojos dorados, lo que dejó escapar una voz triste, a punto del quiebre.
—¡Maldito Robbin! Debió esperarte todo ese tiempo. ¡Qué mala suerte! —Se quejó Gabriel, acercado a Nathan para ponerle una mano sobre el hombro. —Sabes lo mucho que respeto tu intimidad, pero sería bueno que hablaras con alguien de lo que pasó o está pasando, Nathan. —Las palabras del joven hicieron pensar al chico, mas aquel derramó una lagrima y procedió a retirarse.
—Nos vemos mañana, Gabriel. —Luego de dicha despedida, el amigo de Nathan no pudo hacer otra cosa más que suspirar, claramente preocupado por su amigo.
Al llegar a la casa del mayor, el adolescente de piel aperlada se lanzó sobre el sillón, molesto, con rastros de haber llorado, cosa que notó el anfitrión al llegar a la sala, mismo que no esperó a hablar con el pequeño mientras se sentaba donde siempre.
—Hola, Nathan. ¿Cómo fue todo en la escuela? —preguntó el hombre con cautela, finalmente postrado en su sofá.
—Ella no lo tomó bien —explicó el adolescente, cosa que entendió el viejo de inmediato.
—Por supuesto que no. La gente no es tonta, debió entender que lo hiciste a propósito, mas no había certeza, así que ese debió ser tu escudo.
—Lo fue —ultimó el joven, continuada la historia.
«Llamé a Robbin para aclarar lo que había pasado, y que Iris me había ido a ver, pero despareció justo en un momento importante, como si no supiera nada. Mi amigo, desconcertado y confundido, me envió un mensaje “revelando” todo.
“Mejor no vengas. Iris pensaba confesarte su amor luego de ese juego. Cree que lo hiciste a propósito, pero sé que no tenias idea porque eres un despistado. Además, estoy consciente que Eduardo fue tu crush desde hace mucho tiempo. ¡Felicidades! Sólo que no te presentes acá. Disfruta hoy a tu chico. Hablamos en el inicio de clases”, me envió Robbin, claramente atrapado entre su novia e Iris, quien debía estar llorando y maldiciéndome.
“Está bien. Te veo después. Me cuentas como estuvo todo”, respondí para asegurarme que el mensaje estaba bien entendido por ambos. Todo parecía ir bien, hasta el regreso a clases.
Robbin y Jocelyn tocaron en el mismo salón, mientras que yo estaba con Iris, la cual me dedicó una mirada horrible desde que me notó en el aula. Me parece que peleó por estar a mi lado ese año y ahora todo se había vuelto sumamente incomodo gracias a eso.
Había enviado un mensaje de buenos días y unos memes a Robbin, y aquel me respondió con caritas riendo, solo eso, cuando es común que me regrese el saludo y platiquemos un poco antes de clases. Desde ahí me olía a que todo iría mal.
Al momento de tener el receso, cuando salí, Iris cochó contra mí a propósito en la entrada, cosa que me fastidió, mas ignoré. Lo que sí no pude pasar por alto es que Robbin se hallaba ahí esperándome, mientras que su amiga se iba con Iris a otro lado a platicar.
—¿Todo bien? —pregunté con una sonrisa, a lo que él no respondió.
—Oye, quiero hablar contigo de algo importante —mencionó con una voz triste y seria, a lo que intente sobrellevar con una mueca alegre, pero preocupada.
—Claro, hermano. ¿Qué sucede?
—Estuvimos hablando Jocelyn y yo sobre nuestro noviazgo y ustedes. Ahora que no se pueden ver ni en pintura, me parece que no podemos andar los cuatro juntos. Y si estas solo tu o ella, sería como un mal tercio. ¿Entiendes? Ya estamos más grandes y necesitamos un poco de espacio de pareja.
—¡Oh! Por su puesto que sé de lo que hablas. ¡Claro que les doy su espacio! En el receso.
—También a la salida —sentenció el chico, preocupado—, porque nos estaremos yendo al parque y no quiero que parezca que te corro cada vez que salimos —eso me dolió, pero lo acepté con una gran sonrisa.
—¡Oye! ¡Tranquilo! Tienes una linda novia y están muy enamorados. ¡Claro que quieren más espacio! Estaré bien, tengo mi propio novio, ¿sabes? —Esa declaración lo hizo suspirar aliviado, para luego dedicarme una mueca de alegría, al igual que unas cuantas palmadas en la espalda.
Desde ahí, solo pude verlo de lejos. Ya no convivíamos, hablábamos poco, apenas y nos saludábamos unas tres veces por semana. Todo se volvió muy raro, mas siempre estuve ahí para él cuando me necesitara, el día que me enviara mensaje, siempre fui en su auxilio.
Los días que no tenía dinero, las veces que no entendía temas, todo el tiempo que requirió de una ayuda con los regalos de su novia. Su mejor amigo estuvo ahí para él, siempre velé por su felicidad sin quejarme una sola vez, porque amaba verlo feliz, con sus problemas olvidados para siempre al consumar el amor que parecía predestinado. O al menos así fue en un buen inicio».
—¿Qué pasó con tu novio? —preguntó el viejo, sorbido vino de su copa.
—Cortamos a los dos meses. Casi no nos veíamos, y el quería que estuviera pegado a él. Cuando yo entrara en la secundaria, el avanzaría al bachillerato. Siempre estaríamos separados, por lo que decidimos dejarla por ahí.