Labios Ajenos

Epílogo

El sol estaba radiante a pesar de haber sido días de mucha lluvia los anteriores. La tarde se percibía templada incluso con la presencia del sol, cuyo viento helado daba conformidad a los habitantes de la ciudad en donde Nathan vivía.

En ese momento, el joven se hallaba en casa de su viejo amigo, ya pasadas unas dos horas de su llegada, cómodo cómo sólo él sabe estar en dicho lugar.

—Me encontré con Robbin en la salida. Me espero sin falta esa vez. Supongo que entendió mi mensaje corto de «te veo en la salida» —comentó Nathan, tranquilo y alegre, sentado en el sillón de siempre y bebiendo té azul.

—¿Qué le dijiste? —preguntó el viejo, curioso.

—Pues que lo sentía. Que estuve viviendo mis propias malas experiencias y lo descargué con él. También le mencioné que esperaba no se enojara conmigo por eso. Tan sólo sonrió y me dio unas palmadas en la espalda. Me invitó a su casa, pero me rehusé. Prefiero estar aquí —aclaró el chico, dado un suspiro de alivió por él al final.

—Me da gusto que hayas aclarado eso. Las cosas vuelven a la normalidad otra vez.

—Sí, seguiré escuchando lo que tenga qué decir sin importar qué. Eso hace un buen amigo: «da todo de sí sin esperar nada a cambio, porque…

—La gente, en su mayoría, no sabe lo que vales» —terminó la frase el viejo, aquella que él mismo le dijo alguna vez.

—Sí, exacto. Ha sido muy agradable venir tan seguido. Voy a convertirlo en una costumbre.

—No, por favor. Al menos no diario. Soy viejo y necesito descansar de las visitas, por más agradables o tranquilas que sean —declaró el mayor, cosa que le sembró una sonrisa juguetona a Nathan.

—Está bien, fósil. De vez en cuando, sólo más a menudo.

—Suena bien.

—Bien, será mejor que me vaya de una vez. Hoy quiero ir al cine con Gabriel. Me dijo que había una película de zombis muy buena. Te cuento de qué trata cuando regrese. —Nathan se puso de pie y tomó sus cosas, dada una pequeña reverencia al mayor antes de retirarse, inclinada un poco la cabeza de dicho hombre para agradecer el gesto amable del menor.

—Vas a llegar lejos, Nathan —aseguró el viejo. Esto detuvo a su invitado antes que saliera—. Tienes un futuro maravilloso por delante. Estos hechos que vives son prueba de ello, de lo grande que puedes ser gracias a que los superas con la frente en alto, de manera inteligente. Estoy orgulloso de ti. —Las dulces palabras del anciano, junto a su grata sonrisa que desvaneció de su duro rostro, hizo voltear a Nathan con mucha alegría, listo para despedirse.

—Gracias por ser mi amigo, Nate. Te veo mañana. —Así, el joven se fue, desaparecida su silueta a la vista del hombre tuerto, quien tenía lleno el corazón de la esperanza de un mejor mañana.




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