Labios Reservados

Capítulo 4

Salí de la cama bastante inquieta con Edzel atento a cada movimiento. El dolor muscular, efecto secundario del Interferón, podía tolerarse. La fatiga presente molestó al principio, pero con los ejercicios de respiración la controlé al punto de desaparecerla. La hiperventilación amenazaba con salir, pues los nervios de cómo reaccionar a lo que pasaba la convocaba.

Elissa se convertiría en mi primer testigo de tantos crímenes y con un poco de desafortunados razonamientos sabría cuán culpable soy. Jamás permitiría que abriera el estúpido pico. ¿Por qué pasó esto? Bueno, sabía que tarde o temprano se cruzaría algún obstáculo. Prefería tarde, muy tarde. Me sentía tildada de asesina desde el preciso momento que Edzel mencionó eso. Yo imaginaba todos aquellos que debían estar pre-juzgándome gracias a lo que narraba Elissa según lo visto por sus ojos la noche anterior. Esa chica fue la falla principal, y podría ser lo peor. Esa chica firmó su sentencia de muerte como objetivo #12. ¿Cómo fui tan poco precavida? ¿Me dejé llevar o nublaron mis sentidos el rencor? ¿Acaso la enfermedad empeoró sin saberlo? Eran tantas las fuentes de incertidumbre que propiciaron la peligrosa equivocación; elegirlas y acertar se volvió tarea imposible. Mis piernas flaquearon durante unos segundos. ¿Por qué?... ¿Por qué sentía como si estaba entre la espada y la pared? Ahora debía vigilar la rutina del objetivo #12 minuciosamente. Si ella daba a entender ciertas cuestiones yo estaría de patitas a la cárcel. No. La simple idea hacía retorcer mis entrañas y comenzar a sentir los pelos de punta. 

¿Que la dejaría viva...? A pesar de jamás haberla considerado dentro de mi lista... la incluí. Como objetivo, el arrepentimiento cuando la matara no existiría. Las emociones podían controlarse siempre y cuando estableciera ciertos límites, justo lo que hacía.

Luego de unos cuantos pasos, siendo perseguida por Edzel hasta la cocina, preparé dos tazas de café con leche caliente. La estación del momento era el invierno, de ahí que el frío molestara desde la mañana. 

El chico parecía un fantasma o un perrito detrás de su dueño. Estuve atenta a cada expresión que mostraba y actividad, aunque pareciera ocupada. Se apoyó en la encimera de una forma que permitía examinar cada fibra de su cuerpo. Comprendí gracias a su constitución física que me trajo entre sus brazos. Nunca fui alguien pesada, las veces enferma no me permitían adquirir peso y los ejercicios tampoco; debí ser bastante liviana. 

Estiró su cabeza hacia atrás, y un gemido desahogador atravesó la cocina entera, ensordeciendo el ruido de la cafetera. El sonido aquel agitó mucho de mí. La sensatez aclaró el momento: estaba sola a excepción del joven que se encontraba en la misma habitación que yo. Más que obvio el temor y la inquietud.

Dejé la otra taza hirviente, ya llena de la bebida, encima de la repisa. Cuando la sujetó lo hizo con cuidado, denotando delicadeza, para no deslizarse entre sus dedos y romperse. Ambos tomamos ligeros sorbos, pero yo quería saber datos de él. Separé los labios, dispuesta a decir algo, aunque fui detenida por avisos de mi cerebro.

Sentía como si acercármele pondría todo por lo que he luchado a la basura. 

La tercera vez que lo escuchaba.

Mientras conociera menos sobre él las cosas se harían más fáciles. Involucrarlo en mi vida representaba añadir: "precaución", "miedo" y "tormento". ¿Edzel siendo otra de mis preocupaciones? Por favor, no. Soportaba bastantes mierdas ahora y todos los experimentos de amistades me enseñaron mucho cuando fracasaron. Cualquier tipo de relación quedaba terminantemente negada.

Formé una tormenta en un vaso de agua, incluso sin el vaso y sin agua. Solo por ayudarme con un gracias bastaba; no significaba que seríamos compañeros o más que conocidos. 

Seguí consumiendo el líquido. Este brindaba menos calidez al pasar el interior de mi cuello. Al terminarlo coloqué el vaso dentro del fregadero.

Edzel tomó una gran bocanada de aire.

—Quiero ser como tú. Yo podría ayudarte con respecto a Elissa— espetó relajado y ganándose confusión de mi parte.

¿Acaso había escuchado bien? Había pensado lo mucho que debía alejarme y alejarlo. Él hacía lo contrario, acercarse a mí. Solo mi consciencia daba su opinión asumiendo para procesar la idea tanto loca como arriesgada. ¿Quería ser cómo yo? ¿Qué parte de mí? Tengo muchas caras, muchos defectos, bastantes acumulaciones de sentimientos fuertes, una mejor amiga en coma. ¿Quién envidiaría eso? 0 de cada 100 personas. Él estaba totalmente demente.

Enfrente de una ventana me coloqué. La belleza del panorama fue suficiente para pausar el sentido auditivo. Los colores tan degradados: verde, sobretodo verde; los amaba sin importar cuánto lo volviese a admirar. Vigoroso, alegre, vivo, joven; todo eso y demás significaba el verde. ¿Tan difícil hubiera sido darme una vida de ese color?

—¿Qué dices? ¿Crearías la versión hombre de Charlotte?—preguntó abriendo los brazos.—¿Por qué estás callada?

¿Qué demonios decía este loco? Debía darse cuenta de su error. Esas equivocadas conclusiones sobre mí debían parar. Su acepción de la vida lo mantenía más cuerdo que yo, y aún así estaba loco por la razón de requerir de la mía.

—Te doy tiempo para que reflexiones sobre lo que quieres.

—Sé lo que quiero y tú lo escuchaste. Te lo pido. Podría ayudarte eliminando a la chica—repuso molesto por ser subestimado. Brindó el motivo inútil para mí.—La había conocido en la fiesta. Será fácil convencerla de hacer lo que sea.

Había quedado claro desde el inicio. Sola, un lobo solitario. ¿Cómplices o compañeros de crímenes? Estorbaban. Si quieres que algo quede bien hazlo tú mismo. Desistiría, tal vez enseñándole una pequeña muestra desistiría. Él no sabía dónde se metía. ¿Acaso le resultaba interesante el homicidio? Yo tenía justificación, aunque luciera desmedida. ¿Y él? ¿Era psicópata? ¿Qué demonios?

—Vamos, ¿para qué si no te ayudé?— esperaba que en algún lugar de la conversación dijera el motivo de su "desinteresado" auxilio, el desprecio tras descubrirla nació.

¿Salvó mi pellejo para que lo transformara en alguien como yo? Sí, exactamente eso. ¿Problemas mentales tenía? Sin duda. 

Cortaría esto desde la raíz. Cruel, retorcida, mediante un arma lo haría. Sería inteligente. Un medio para conseguir un fin. Lo usaría. Lo mataría luego de deshacerse del objetivo #12. Él pertenecería a la entrada del diario llamada: Objetivo #13. Terminaría desechado cuando fuera oportuno. 

—¿No te echarás para atrás cuando comience? —la "rendición" mostrada le volvió feliz.

Sabía que estaba mal formar vínculos con él. Igual los hice. No sé qué me impulsó a romper las reglas. Sé que lo hice. Las reglas las dicté y las rompí. ¿Las repararía? ¿LAS REPARARÍA? 

Iba de mal en peor. Perdía la compostura. Tenía una testigo, a Edzel y mis normas destruidas. Todas las víctimas no paraban de joder mi vida ni después de muertas. Yo misma cavé la tumba que guardaría los restos de Charlotte desde el principio. Nada sano obtuve de trofeo. Era precisamente ese instante en el que ganas la carrera pero la medalla es lo único que defiende los méritos. Tras 10 años verás la medalla e incluso te costará asociar el por qué te la dieron. La sensación me describía; asesiné y ahora... Verónica no ha despertado.

—Te seguiré hasta el desenlace de esto.—aseguró llevando una mano hasta el pecho.

No entendía su actitud inmadura e infantil dentro de un tema tan delicado. Le mataría antes de tiempo si no sabía comportarse correctamente.

—Solo... mantente sensato y prudente— recomendé girando los ojos.

—Lo intentaré. Por cierto, mencionabas nombres sin sentido mientras dormías y te levantaste de la cama. ¿Eres sonámbula?— dijo tratando de congeniar conmigo.

Si le iba a tener de aprendiz omitiríamos conocer al otro. Debía aclararlo. Seríamos cerrados y reservados. Este representaba un terreno peligroso y supongo que tenerlo de mi lado me permitía analizar mejor quién diablos era Edzel.

—El único acuerdo entre tú y yo será como profesora y alumno. No tienes por qué saber algo de mi vida.— ratifiqué áspera. Hablaba claro, porque lo bonito no venía al tema.

Se acomodó, posicionándose enfrente de mí.

—Lo respeto, pero tarde o temprano reconocerás el enemigo. Te puedo asegurar que yo no lo soy.

Sí, claro. Los criminales dicen ser inocentes todo el tiempo hasta que las pruebas salen a la luz.

—Ajá.— asentí

—De hecho, tu mechón cortado y el colgante no son obra mía.—se defendió casi dejándome congelada. 

Petrificada literalmente quedé tras aquella confesión. ¿Cómo diantres... ? Sabía algo, confirmo plenamente. ¿Quería yo continuar...? Quizás jugaría al gato y al ratón, pero me quedaría como sea el gato. Cazar y ser cazado tienen emociones diferentes de requisitos. Las habilidades respectivas tampoco se unían mediante semejanzas.

—¿No vas a decir nada?—objetó protegido por su rol triunfante. Eso creía él.

—Tú contestarás por tu propia voluntad. Ni mover un dedo necesito— el desinterés le quitó el aire de rey.

Le di una dosis de su propia medicina. Nadie me doblegaba una vez dominada la situación.

—Bien jugado... Charlotte. O debería decir ¿Samantha?—bramó. Sin pruebas no podía hacer nada.

Por dentro no era más que un manojo de histeria, a pesar de que por fuera aparentaba ignorancia. Y ya tenía que agradecerme la conciencia; puedes derrotar a tu enemigo cuando lo conoces. Debía cuidarme de la mejor manera de él. El exceso de conocimiento será su perdición.

—Oh sí, mi segundo nombre— repliqué. La ingenuidad formaba parte de mis ases bajo la manga. 

Cuatro ases.
Cuatro ases para ocultarme.
Cuatro ases para defenderme.
Cuatros ases para acabarlos.

—Sabes que me refería a otra cosa— protestó forzando una sonrisa.

Casi deliraba. Revelaré la verdad cuando el Sedna tenga veinte alumnos nuevos. Imposible. Al saber la fama del colegio nadie lo escoge para matrículas. ¿Quién querría que su hijo fuese asesinado? Los malos padres. Los buenos padres visitan el instituto Oprah, el orgullo del pueblo.

Me sorprendía que Edzel no forme parte del Oprah. ¿Qué hace en el Sedna? Ahora comienzo a analizar y la evidencia es insuficiente.

—Lo siento. Desconozco mucho.— suspiré. 

Suspiró también, después levantó su reloj a la altura de los ojos.

—Debe ser hora de irme. Nos veremos luego.— se despidió.

—Adiós— enuncié. El portazo fue violento, por lo que mi "adiós" apenas se escuchó.

■■■

Visité el hospital como una de tantas veces. Verónica seguía inmóvil y yo observaba detenidamente la máquina que la mantenía con vida. Si en un mes no despertaba la darían de muerta, desconectándola de lo único que le daba vida. Apretaba su mano todo el tiempo como si la protegiera de caer al vacío. Los días sin ella se habían vuelto repelentes de felicidad.

Le conté cada detalle que fuera adecuado para ella. Hablé sobre Edzel, repitiendo lo guapo que era. Mi mejor amiga no podía saber nada. Si escuchaba una Charlotte enamorada se despreocuparía de todo y se contentaría de mucho. Sobre la fiesta creé algo adornado: "Amigas Hailey y Charlotte Forever". La muerte de Hailey le dolería bastante, pero solo se enteraría cuando despertara. Ahorraría sufrimiento aplazar las confesiones.

La vida es muy irónica: Cuando tienes la oportunidad de tener a alguien a tu lado le descuidas, mientras que al descuidarlo te pones de su lado. Nos recuerda constantemente que perdemos todo cuando el núcleo de tu existencia se apaga. 

La amistad de Verónica significó mucho para mí. Cuando nadie se interesaba por la chica nueva ella actuó distinto. Me incluyó dentro de su grupo social, me hizo enfrentarme y vencer algunos miedos, me consideró como a una hermana.

Fue tanta la comfianza depositada en mí... y luego le fallé enormemente. La dejé ir... Si la hubiera acompañado estuviera corriendo en vez de acostada.  

De las dos yo era la voz de Pepito Grillo. Solté una carcajada escurridiza tras recordar aquella comparación que inventó. ¡Ay Verónica!, no asimilarías cuánta falta me habías hecho. La cifra sería "tropecientos", que también fue de tu autoría.

Se transformó en tradición llorar cada vez que le observaba. La tensión emocional producía los sollozos, teniendo la tristeza de gatillo. Mi cara se enrojecía a la par de cada lágrima. Abandonar el cuarto costó mucho esfuerzo para no derrumbarme.

Y por segunda vez en el día lo vi. Se cambió de vestimenta. Entró a la otra puerta. Fingió no haberme conocido, ni siquiera dirigió la mirada. Dolió; gracias a esto las neuronas funcionarían sin desgastarse.



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En el texto hay: asesinatos, muerte, sangre

Editado: 15.11.2020

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