El miedo no era el frío, era el calor. Elara sintió un incendio bajo la piel cuando vio el rostro de la intrusa. No una Ejecutora, no un Sacerdote. Era la "erudita" de ojos grises y mirada cortante que había visto una sola vez en la Gran Biblioteca, catalogando los tomos sellados. Kael.
"Perdona mi intromisión, Consagrada," había dicho Kael. Pero no había perdón en su voz, solo una urgencia silenciosa.
Elara retrocedió un paso, sus dedos rozando la empuñadura ceremonial que colgaba de la pared, un adorno inútil. "Sal de aquí," susurró, su voz forzada. Sabía que la torre estaba protegida por hechizos de silencio, pero el riesgo era real. "Si te encuentran..."
"No me van a encontrar. No si eres tan obediente como te pintan," replicó Kael, cerrando la puerta sin hacer ruido. Su capucha oscura, más propia de un ladrón que de una erudita, disimulaba la insignia de plata que Elara había visto en su túnica de día. El aire de la estancia, que antes olía a incienso y lavanda, se saturó con la humedad de la noche exterior.
Kael dio un paso hacia ella, y Elara vio algo que hizo que su sangre se congelara: un pequeño trozo de metal brillante entre los dedos de la infiltrada.
"¿Eres una asesina?" preguntó Elara, sintiendo el picor en el borde de su boca. La Marca Carmesí —el hilo de sangre seca en sus labios— reaccionaba al peligro inminente. Cuando ardía, significaba que la vida estaba a punto de ser drenada.
Kael hizo una mueca, una expresión rápida de disgusto. Bajó la mano, el metal desapareció, reemplazado por un pergamino cuidadosamente doblado.
"Soy una investigadora, Consagrada. Y mi misión no es matarte, es desmantelar tu prisión," dijo Kael, sus ojos fijos en la marca de la boca de Elara. Era una mirada desprovista de la devoción reverente que todos los demás en Áuryn le daban. Era curiosidad afilada, casi científica. "Tu pueblo miente. Lo que te hacen no es una 'transferencia'. Es un drenaje parasitario. Y no trae paz; trae miseria y desequilibrio al resto del continente."
Elara sintió que el suelo se movía. "¿Mientes? El Ritual ha mantenido a Áuryn seguro por siglos."
"El Ritual ha mantenido a tu élite segura y rica," corrigió Kael, acercándose más, obligando a Elara a levantar la barbilla. "He venido a rescatarte. O, si prefieres el drama, a sacarte de aquí. Tienes siete días, Elara. El día del Ritual, todo lo que soy se volverá tu enemigo. Dime ahora: ¿Quieres vivir?"
La Consagrada tragó saliva. El sello en sus labios era una barrera entre ella y el mundo. Pero al mirar los ojos desafiantes de Kael, se preguntó si el verdadero sacrificio no era la muerte, sino la vida que nunca se atrevió a desear.
"No te conozco," respiró Elara.
"Lo sé. Pero me conoces lo suficiente. Conoces la mentira que te susurran. Mira tus labios, Elara. La Marca Carmesí no es pureza. Es un grito. Y estoy aquí porque lo he escuchado."
Kael extendió una mano, con una calma que desarmó a Elara más que cualquier agresión. No era un gesto de rescate, sino de elección.
"Dime que no quieres que te toque," desafió Kael en voz baja. "Dímelo y me voy. Pero si no lo haces, tienes dos horas para empacar lo que necesites. Nos vamos por el Pasaje de Cenizas. Esta noche."
Elara miró la mano. Miró los ojos grises que le ofrecían la libertad. Miró el espejo y el hilo rojo de su boca. Su deber era quedarse. Pero, por primera vez, sintió que el amor por la vida era más fuerte que el amor por el reino.