Elara apenas tardó diez minutos en preparar su equipaje. No tomó joyas ni vestidos, solo una bolsa de cuero suave con los tomos más antiguos de la biblioteca de la corte —aquellos que contenían referencias veladas al verdadero origen de la Marca Carmesí— y una daga ceremonial, inútil para la guerra, pero con una hoja de obsidiana.
Kael revisó la habitación como un fantasma silencioso, sus movimientos ágiles y metódicos. Desactivó con gestos invisibles la runa de detección que había sobre el dintel de la puerta, un trabajo que a Elara le pareció magia simple, pero mortalmente efectiva.
"Solo el Gran Sacerdote y dos de sus Ejecutores tienen acceso directo a este nivel," susurró Kael, con el ojo pegado a la mirilla. "Pero la Torre del Silencio es famosa por su vigilancia mágica. Si nos detectan..."
"...Me sacrifican antes de tiempo. Y a ti te exhiben," completó Elara, ya con el miedo transformado en un frío propósito. Se ajustó el cuello del manto oscuro que Kael le había entregado, un tejido áspero que olía a tierra y lluvia. Era la primera vez que vestía algo que no fuera seda ni lino.
"El Pasaje de Cenizas está detrás de la pared falsa del armario. Es un túnel de servicio que usaban los fundadores. La Guardia lo ignora porque está sellado por una runa de magia de transferencia antigua, no de sangre," explicó Kael, señalando el imponente mueble de madera de ébano.
Elara se acercó, sintiendo la vibración débil de la magia que repelía la suya propia. "Nadie en Áuryn conoce la transferencia sin drenaje. ¿Cómo lo sabes tú?"
Kael se encogió de hombros, su expresión tensa y sin emociones. "Investigación. Es lo que mejor hago."
Elara no preguntó más. Necesitaba que Kael fuese la experta. Mientras la infiltrada se arrodillaba y colocaba un pequeño cristal de cuarzo en la base del armario, Elara sintió el ardor de su marca.
"Espera. ¿Qué es eso?" Kael se detuvo, su atención fija en la boca de Elara.
"La Marca Carmesí," respondió Elara, tratando de mantener la respiración uniforme. "Se intensifica con el peligro o con la activación de magia cercana. Funciona como un faro de advertencia."
Kael maldijo en voz baja, un murmullo ajeno a la jerga de Áuryn. "Significa que cada vez que usemos magia para movernos, eres la campana que llama a la guardia."
"O que tu magia, la forastera, está creando interferencia," replicó Elara.
Kael se levantó, su rostro estaba peligrosamente cerca. "No podemos confiar en que la transferencia sea silenciosa. Hay que arriesgarse."
Fue entonces cuando Kael hizo lo inesperado: no se concentró en la runa, sino en Elara. Colocó una mano enguantada en la nuca de la Consagrada y la otra ligeramente sobre su boca, cubriendo por completo la peligrosa Marca Carmesí.
El contacto fue un shock de frío, una magia que no drenaba, sino que silenciaba. Elara sintió que el picor de su marca se apagaba instantáneamente, reemplazado por un entumecimiento tranquilizador.
"Yo puedo silenciar tu marca, pero no el ruido," susurró Kael, sus ojos grises buscando una respuesta silenciosa en los de Elara. "Aguanta la respiración. Ahora."
El contacto era abrumador. Con la mano de Kael presionando sobre su boca, Elara sintió un terror primario, pero también una oleada de confianza. Era la primera vez que alguien la tocaba para protegerla, no para prepararla para el sacrificio.
Kael se giró rápidamente, manteniendo el agarre en la Consagrada. Con un movimiento brusco del hombro, activó el cristal que había puesto bajo el armario.
Un crujido seco resonó en la habitación, inaudible para los centinelas exteriores gracias a los hechizos de la torre, pero ensordecedor para ellas. El armario de ébano se deslizó, revelando un conducto oscuro y estrecho que olía a moho y a tierra olvidada.
Kael deslizó primero a Elara al hueco, asegurándose de que la pesada tela del manto no hiciera ruido. Luego se metió ella, tirando de la puerta del armario hasta que encajó de nuevo con un clic.
Estaban a salvo por ahora, codo con codo en la oscuridad absoluta, el único sonido era su respiración agitada y el latido del corazón de Elara resonando contra la mano de Kael que aún sujetaba su boca.
Elara sintió que su cuerpo se estremecía, no solo por el miedo, sino por la cercanía. Estaban solas. Dos enemigos, unidos por una mentira y un pasaje de cenizas.