Elara y Kael se encontraban en el refugio del Río Carmesí. El Capitán Darío estaba listo para partir hacia la Ciudad de Mármol, su rostro pálido pero determinado. Su misión era sembrar la duda sobre la versión de Sorina y preparar el terreno para la verdad de Elara.
Kael se despidió de él con la firmeza de un oficial, aunque sus ojos brillaban con una preocupación recién descubierta.
"Darío, si Varen o mi madre te descubren, debes negar todo conocimiento de la Transferencia Revertida. Tu historia es simple: la Consagrada te amenazó con su magia, y tú tuviste que obedecer para salvar tu vida," instruyó Kael. "La verdad será el Pergamino que llevamos. La mentira, tu Espada."
Darío asintió. "Volveré con la información que necesitan, Comandante. O con la prueba de que Sorina ha roto la ley."
Una vez que Darío se fue, Kael se quedó sola con Elara. La atmósfera de la cueva, llena de la calma de los Consagrados curados, contrastaba con la tormenta que se avecinaba.
Kael se dirigió a un pequeño cofre que había traído consigo. Sacó una daga de combate, forjada con el acero de la Guardia del Sol, la misma que había usado durante años.
"Esta era la Espada que definía mi vida," dijo Kael, pasándola por la palma de su mano. "Ahora es solo metal frío. Sin mi Desactivación, es inútil para el ataque. Pero es mi símbolo. Mientras tú portas la luz, yo porto el escudo. Yo soy la estratega. Yo soy la protectora. Y esta me recuerda el costo de la traición."
Kael se ató la daga a la cintura. Ya no era un arma, sino un ancla de disciplina.
Elara se acercó y sacó de sus pertenencias el único objeto que había conservado de la Ciudad de Mármol: un mapa de navegación que Kael le había entregado en secreto, donde había marcado las ubicaciones de los calabozos y los puntos débiles de Puerto Celeste.
"Este es mi Pergamino," dijo Elara, desenrollándolo sobre la roca. "El plano de tu antigua vida. Esta es la verdad codificada que buscamos en el calabozo. El plan de tu madre, escrito en papel."
Elara señaló el Puerto Celeste. "Nos infiltraremos al anochecer. Yo usaré la Curación de Esencia para evitar a los guardias con magia, mientras tú usas la estrategia y tu conocimiento militar para burlar a los que usan la fuerza bruta."
Kael miró el mapa, luego la daga en su cintura, y finalmente el rostro de Elara. La decisión era total.
"Hemos roto todas las leyes y juramentos que nos fueron impuestos. Ya no somos la Consagrada de Áuryn y la Infiltrada del Sol," dijo Kael, tomando la mano de Elara. "Ahora somos la Verdad y la Defensa. Y vamos a ir al corazón del Reino Enemigo."
Antes de partir, Elara hizo un último acto. Se arrodilló, tomó un puñado de tierra del Río Carmesí y lo mezcló con un poco de agua del río, creando una arcilla rojiza. Con esta arcilla, dibujó un pequeño símbolo de la Transferencia en la daga de Kael.
"La Espada ahora porta la pureza. Es tu último juramento, Kael," susurró Elara.
Kael asintió, sintiendo el calor de la arcilla. El Pergamino con el mapa estaba guardado, la Espada estaba preparada. Habían cambiado la magia por la verdad, y la guerra por la infiltración. Dejaron la cueva y se dirigieron hacia el mar, donde un pequeño barco les esperaba para llevarlas a Puerto Celeste.