ɪɴɢʟᴀᴛᴇʀʀᴀ, ᴄᴏʟᴅᴡᴏᴏᴅ
1 ᴅᴇ ᴅɪᴄɪᴇᴍʙʀᴇ, 2014
8:34 ᴘᴍ
Era la noche perfecta para un asesinato, claro está que Grey no pensaba matar a nadie, no completamente, por lo menos.
Las almas -cubiertas de esa piel mundana que usaban de caparazón- se extendían frente suyo, como las llamas de las velas en medio de un camino oscuro y eterno.
La Niebla era espesa esa noche como si supiera de antemano sus intenciones. Las luces de neón en toda la cuadra, y toda aquella neblina acumulada, hacían ver un brillo siniestro y opaco en la calle, como si toda la cuadra contuviera la respiración.
Mejor aún, como si toda Coldwood contuviera la respiración.
El primer mundano salió alrededor de las doce. Grey lo observó fijamente, arrodillado entre un auto y un muro, esperando el momento indicado para acecharlo. Era un adolescente, borracho y perdido. Salió de aquel viejo edificio bañado de una luz espectral. El cartel de neón estaba sobre la entrada (una pequeña puerta de metal negro) y mostraba sólo una palabra en tonos azules y esmeraldas, con una tipografía cursiva y elegante.
𝒞𝓁𝓊𝒷 𝒜𝓅ℴ𝒸𝒶𝓁𝒾𝓅𝓈𝒾𝓈
El mundano se deslizó a trompicones por la acera, tarareando con su voz ronca por el alcohol una versión espantosa del intro de Pokémon.
Entre las capas y capas de piel, Grey vislumbró el alma: una llama de fuego fatuo, dansante en la oscuridad. La farola que iluminaba la cuadra parpadeó, como haciendo una despedida al pobre chico.
Por el rabillo del ojo algo más se movio en la oscuridad, y Grey suspiró resignado. Esa alma no sería suya, lamentablemente.
Antes de que pudiera parpadear, una sombra se cernió sobre el chico con un aullido espantoso. Una figura de pelaje oscuro, con colmillos y garras curtidas. Lo último que vio el chico fue a la bestia rasgar su cuerpo y jalarlo hacia las sombras. Desapareció entre gritos y crujidos.
Grey no se inmutó. Los Perros Malditos siempre se llevaban las primeras presas. Eran impulsivos, y su desgarre del alma era tan brutal que ni siquiera Grey conocía a alguien que pudiera superar eso (y vaya que Grey conocía a varias personas realmente crueles). Habían nacido como perros comunes, callejeros, más que nada, pero en algún momento de sus vidas comieron de los restos o la sangre demoníaca que quedaba después de las matanzas provocadas por los Nephilim y terminaban convirtiéndose en eso.
Tuvo que volver a esperar.
Hizo un rápido registro del terreno y sonrió complacido al notar que estaba limpio. No había ni un demonio fuera de aquel edificio, sin embargo, dentro, no era imposible oír la locura de la fiesta demoníaca. Las voces y la música salían ahogadas por las paredes de cemento, las luces se vislumbraban por debajo de la puerta. Azul, rojo, verde...
La segunda presa saltó fuera dando traspiés y sujetándose de las paredes para sostenerse. Una figura delgadisima con un vestido cortísimo y zapatos de una talla más pequeños, vete a saber porque.
No era del tipo de Grey, pero, ¿qué más daba? Se moría de ansias por consumir su alma. El fuego fatuo se veía danzante en su cuerpo, incitándolo a acercarse. El Perro Maldito que le entorpecía el camino ya tenía a su presa, ahora era su turno de conseguir la suya, y, viendo lo borracha que estaba la muchacha, no iba a resultar nada difícil arrastrarla a, digamos, un callejón o un edificio abandonado de aquella zona.
Así era Coldwood, abandonado y peligroso. Una bestia oculta en la Niebla.
La mundana maldijo y dejó tirados los zapatos mientras avanzaba hacia la calle del otro lado. Grey se deslizó fuera de su escondite y se ocultó cerca de ella, en una pared mugrienta llena de grietas, como todo allí, que era viejo y destartalado.
Había leído antes la historia de aquella ciudad, en un libro viejisimo y bien oculto entre los tomos de un Grimorio común en la biblioteca de la Casa Oscura. Aún le costaba creer que aquellas paredes, aquellas calles y todo lo sólido en Coldwood fuera echo de cenizas. Cenizas y almas de Nephilim que morían y eran enterrados allí. La ciudad parecía ir en retroceso. Cada año veía como los edificios destartalados parecían cada vez más sólidos, con las grietas más cerrada y un nuevo ladrillo formando su estructura. Habían tantos rascacielos, iglesias y mansiones (la mayoría de estas construcciones abandonadas) que lo complacía deducir que era a causa de millones de muertes de Nephilims a lo largo de los años.
Siguió a la muchacha todo el trayecto, ignorando los quejidos y gruñidos proveniente de otros callejones, y a los demonios que habían conseguido su presa mundana y jugaban con ellas en la oscuridad.
La chica apoyó la espalda de una pared y alzó la cara al cielo. El sudor frío de la noche se deslizaba por su nuca. Su pecho subía con cada respiración. No había duda de que había recibido una buena porción de droga en aquel lugar, lo hacían con todos los mundanos que entraban allí; para adormecerlos. Grey sabía que se desmayaria en cualquier momento, lo que le permitió esperar un poco más.
Ya habían dejado muy atrás el Apocalipsis. El callejón se volvía más oscuro adelante, si ella hubiese ido por el otro lado habrían salido en la avenida principal, donde aun podían oírse los autos con sus luces por la carretera.
La mundana se deslizó por la pared hasta quedar sentada en el suelo, con la cabeza colgando como una muñeca y sus piernas desparramadas en la acera. Grey dejó de ocultarse y se acercó con cuidado. Con la punta del pie le movió una pierna. Ella no se inmutó.
La sujetó de los delgados brazos y la arrastró sin nada de cuidado hasta el callejón, la dejó caer en el suelo y se arrodilló a su lado, sacándose los guantes y guardándolos en su bolsillo. Deslizó la mano desnuda por el estómago de la muchacha, sintiendo la calidez humana que la invadía.