Ladron de almas (ciudad de Cenizas)

3. Hombre perro

-Incluso puede ser un cortaúñas si quiero.

-Increíble. ¿Puedes convertirla en espada siempre que quieras?

Grey estaba rodeándola por los hombros, mostrándole la navaja. Habían tomado la línea 7 en el metro. Nadie pareció prestar atención a tres adolescentes cubiertos de sangre. Cada uno con peor aspecto que el otro.

-Por supuesto, sólo debo concentrar las sombras que quiera en ella y ¡Tachan! Un Arma Sombra. Es facilísimo. ¿Sabías que podemos convertir cualquier cosa en un arma? Incluso un lápiz.

-Eso suena increíble, ¿y como haces eso de chocar contra una pared?

-Pues...

-Me alegra que se hayan vuelto mejores amigos -gruñó Berkley-. Pero me están mareando con tanta palabrería.

Grey la ignoró. Había hablado a Elizabeth todo el camino sobre su arma cuando ella le pregunto. Al parecer estaba muy orgulloso de su navaja multiusos. Elizabeth se lo estaba tomando con calma. A pesar de que cada cosa que salía de la boca del chico parecía más falsa que la anterior, que si Los mundanos no pueden verla por la Niebla, sea lo que sea la Niebla, y que si Sólo las Sombras podemos sostenerlas cuando las transformamos. Es divertido ver como la gente se evapora al tocarla. Sí, claro.

Él le explicaba cómo entrar a una pared.

-Todas las sombras están creadas a partir de la misma sustancia, la oscuridad, por así decirlo, nosotros la llamamos Reino de las Sombras. Nacemos y morimos de ellas y podemos controlarlas y unirnos a ella como queramos. Cuando entramos a una pared -tiene que haber por supuesto una sombra- entramos al reino de las sombras y viajamos a donde queramos, ¿entiendes?

-No.

-Lo mismo pasa con las armas. Como podemos controlar las sombras, podemos hacerla sólida. ¿Quieres probar?

-¿Probar qué?

-Eres una Repudiada, a leguas se nota que alguno de tus padres es una Sombra. Quizás puedas transformarla en espada.

-Caramba, por supuesto.

Realmente no lo creía posible. Pero aún así sostuvo la navaja, sus manos aún temblaban por el pánico, todo su cuerpo seguía temblando. Y Grey era tan frío como un cadáver, aun en pleno día, sus manos resultaban escalofriantes. La navaja estaba igual, estaba tan fría que casi quema las manos de Elizabeth, pero se esforzó por no tirarla entre los temblores.

Grey bajó su brazo de sus hombros y la rodeó por la cintura para ayudarla a sostener la navaja sin que se cayera. Él le sostuvo las muñecas a Elizabeth, causando un escalofrío un ella.

Una vez su padre le había hablado sobre los Roces a la Muerte; un frío terrible que sienten los humanos cuando están por morir. Estar cerca de Grey se sentía como un Roce a la Muerte. No sólo por el vapor frío que emanaba su cuerpo, el chico tenía una mirada oscura tan astuta como la de un gato, y era tan inhumano que parecía a punto de clavarte un puñal. Una persona atractiva y peligrosa. Así era fácil de señalar como un chico rebelde. Con su cabello negro resuelto y su ropa oscura. Si ella lo hubiese encontrado por la calle hubiese tomado otro camino inmediatamente.

Elizabeth se volvió hacia Berkley, mientras Grey la hacia sostener la navaja y le daba indicaciones.

-¿A dónde vamos?

Berkley miró al frente, un grupo de adolescentes donde las chicas dirigian miradas coquetas a Grey y reían tontamente. Elizabeth no podía culparlas. Grey tenía el perfil de un busto griego, como esos bocetos de ángeles que hacía su padre. Era una especie de belleza delicada, tallada cuidadosamente, pero, ¿no veían la sangre en su ropa? ¿Y esa navaja? ¿Y toda esa aura oscura y fría a su alrededor? Para Elizabeth era bastante claro. Grey era un chico con el que no deberían coquetear.

-Vamos a la mansión Dyamonds. Quiero pedir consejo a Balor sobre lo ocurrido.

-¿El ataque?

-Sí -ella miró a Grey, que miraba a las chicas con interés renovado-. Y también es sobre otro trabajo que tenía pendiente.

-No entiendo nada -Elizabeth miró la navaja en sus manos, el metal negro brillaba peligrosamente entre sus dedos- ¿Qué es todo esto? ¿Qué era ese monstruo? ¿Qué eres tú?

Berkley lo soltó todo como si lo hubiese memorizado por años y por fin fuera capaz de librarse de una gran carga.

-Un Nephilim es el hijo de un ángel y un humano, supongo que sabrás eso. Nosotros nos encargamos de acabar con los demonios y criaturas sobrenaturales... Yo soy un Nephilim, igual que Balor y mi padre y mi madre.

-¿Me estás diciendo que existen los ángeles?

-Sí -Berkley la miró, intentando medir su reacción-. Pero no sólo los ángeles... Ese perro que te atacó anoche era un demonio, no sabemos si fue un Perro Maldito o un Hombre Perro.

Hombre Perro. Elizabeth recordó a aquel hombre negro que había matado a los motorizados, él parecía bastante un perro.

-Y ese hombre enorme de antes era un demonio, ¿verdad?

Berkley negó con la cabeza.

-Los demonios y las criaturas son diferentes -ella media su reacción a cada frase que le soltaba-. Los demonios provienen del infierno, son encarnaciones malignas que propagan desastres, muertes...

-Eh -se quejó Grey, aunque luego lo pensó-. Oh, si, si es cierto, si lo hago.

-Y las criaturas son seres con poderes sobrenaturales y la mayoría de ellos anteriormente eran humanos, comúnmente infectados por la sangre demoníaca u objetos malignos o transformados por rituales. Esa cosa era un transformado por ritual, un Medionacido.

-¿Cómo vampiros? -Berkley asintió con la cabeza- ¿Los hombres lobo, las hadas?

Elizabeth supo que lo que decía era real, y fue como si una gran pared invisible se rompiera frente a sus ojos.
 


 

Vio cosas. Cosas que, si antes hubiese visto, se hubiese vuelto loca. En una esquina, leyendo un periódico, había un hombre con traje, un hombre sin rostro. De pie, con un bolso amarillo chillón había una mujer reptil, su cara escamosa y sus ojos amarillos, bajo su vestido sus patas eran de gallina, con plumas verdes en los muslos y garras torcidas. Elizabeth se atragantó de pánico.
 




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