Ladrona de estrellas

Preludio

La noche se disipaba gracias a las luces que el castillo desprendía, atrayendo la mirada desde lo lejos. Cautivando no solo la vista, también acaparaba todos los sentidos de todas las personas que se acercaran. No solo era un día especial, era el día del baile de máscaras que la realeza de Xintrei organizaba para festejar la tranquilidad económica del reino. La gente podía disfrutar fuera y dentro del palacio, abierto para todo el público -aunque solo unas cuantas personas con invitación podían entrar a la zona donde estaba la familia real. -En la pequeña gala que brillaba de música y murmullos de la gente, el príncipe heredero observaba desde una esquina apartada en el salón.

Deslizando su vista entre cada persona que pasaba por su campo visual. Un cazador buscando una presa. Sus ojos se detuvieron en jóvenes que no fingían el interés y los motivos por los cuales estaban ahí. Muchas de ellas, bajo la máscara que ocultaba hasta sus mejillas, solo desprendían una sonrisa fingida y cargada de sentimientos. Aunque nada de eso bastaba para que el joven príncipe se detuviera más de unos segundos sobre ellas.

A lo lejos, su interés se detuvo en una joven de vestido rojo y dorado, ceñido a su cuerpo, irradiando un brillo que iba fuera de lugar, como todos los presentes. Su cabello negro caía sobre su espalda mientras la máscara roja con filigranas doradas robaba la atención de todos aquellos que estaban a su alrededor. Aquella mujer robaba suspiros que no eran gratos. La gente murmuraba sacando susurros de reproches y recriminación, juzgando la osadía de la mujer en llevar en presencia del rey un color prohibido. Aunque a la dama parecía gustarle el impacto que causaba.

El joven príncipe que observaba la escena desde su rincón, con una sonrisa ladeada, se rio mientras dejaba su bebida en el suelo. Avanzando entre la multitud con una seguridad de quien nunca pide permiso. Al estar frente a ella, extendió su mano en invitación a acompañarlo. Era más que evidente que la invitaba a un baile.

La mujer deslizó su vista hasta la palma enguantada, luego volvió a deslizarse hasta topar con esos ojos grises que resaltan más que cualquier cosa bajo su máscara negra y enmarcados por su cabello azul gélido, aquel color único de la realeza de Xintrei.

-No pude evitar notar que usas un color prohibido -habló él en un susurro al notar su tacto sobre su palma.

Ella inclinó su rostro con el arco de su sonrisa elevado. Y con naturalidad su voz salió apenas en un susurro -: No pensé que un color estuviera prohibido.

Con una mano, el príncipe rozó su cintura, acercándola más a él. Inclinando su cabeza lo suficiente como para que solo ella lo escuchara.

-Lo está -advirtió divertido-, al menos cuando estás en este reino.

El compás del vals se alzó entre la multitud, anunciando un nuevo ritmo. El príncipe entrelazó sus dedos con la dama mientras caminaban al centro de la pista. Con movimientos sutiles, ambos apartaban a todos del centro, como si el aire mismo les abriera paso, dejando la pista solo para ellos. En pocos segundos las miradas pasaban del príncipe a la desconocida de rojo con dorado que portaba un color prohibido. Ajenos a los susurros y al evento, bailaban como si lo hubieran hecho desde hace mucho tiempo; el príncipe la miraba como si de un bocadillo se tratara.

-Espero que no me esté mirando de una manera absurda e indigna de un príncipe, alteza. -Tras un giro, ella susurró cerca de su oído.

Él soltó una leve carcajada. Ella era atrevida a comparación de todas aquellas chicas que se acercaban a él. -No puedo evitarlo -sostuvo una sonrisa que resaltaba los hoyuelos en sus mejillas-, si bailas como si lo hubieras hecho toda tu vida.

El príncipe acercó su rostro a ella, rozando apenas un mechón de su cuello, inspirando el aroma que desprendía aquella mujer. Un aroma que lo envolvía como un hechizo. Mientras bailaban, el príncipe llenaba sus sentidos del embriagante aroma que disfrutaba más que nada.

Él estaba en lo cierto; un aroma que lo había cautivado desde que se había acercado a ella era realmente único en todo el lugar.

-Hueles a cerezas -soltó.

-Me temo que no entiendo de lo que habla, alteza. ¿Es una observación o réplica? -habló mirando de reojo cómo el príncipe seguía sin alejarse de ella. Aunque por debajo de su máscara ella trataba de ocultar una sonrisa.

-Una observación, que debo admitir que no voy a soltar.

Con la ceja arqueada, divertida, soltó una pequeña risa -. ¿Y quién sería tan osado de reclamar un olor? ¿Aquel que reclamó la exclusividad de un color?

El príncipe la atrajo nuevamente; con una voltereta precisa la hizo girar y caer sobre su brazo. Flexionando la mano de la dama hasta dejarla suspendida, justo en sus labios. Con los ojos llenos de esperanza y una emoción indescifrable que sólo el príncipe portaba; el calor de su respiración rozaba los guantes de ella, dejando una huella invisible.

-Yo -murmuró seguro de sus palabras-. Espero que mi cerecita coopere para esa exclusividad.

El rostro de ella palideció en un instante, recuperando el color tras la provocación; sostuvo su mirada. La de él le atravesaba el cuerpo, haciéndola estremecer. Una feroz y arrogante, segura de lo que decía; era claro que el príncipe siempre obtenía todo lo que quería. Ella sonrió y llevó su mano hasta la mejilla del príncipe. Gritos ahogados en el público se fundían entre la música.

-Espero que sepa cómo complacer a una dama, alteza.

El príncipe mantuvo la sonrisa, aun sosteniéndola bajo él.

-Eso deberás descubrirlo tú misma, cerecita.

La música había terminado; todos seguían murmurando. La escena iba a quedar en murmullos de todos por un largo tiempo. Ambos se dedicaron una reverencia, y cuando la dama estaba a punto de retirarse, el príncipe la tomó del brazo, evitando que huyera entre la multitud. La música comenzó a sonar nuevamente, dando pauta a otra melodía.




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