Lágrima de Plata

Capítulo 2

No sé durante cuánto tiempo estuve inconsciente, pero el crepitar de las llamas me despertó en plena noche. Abrí los ojos poco a poco, saliendo del profundo estado de abotargamiento en el que me hallaba. Traté de moverme con un gruñido. Tenía los músculos doloridos y entumecidos por el frío, excepto en la parte que quedaba más cercana a la hoguera.
Mi mente aún trataba de librarse del miasma del sueño, y tardé un poco en darme cuenta de que el fuego no podía haberse encendido solo. Observé con cuidado la hoguera, de un tamaño respetable, y por fin pude apreciar a las pequeñas criaturas que se encontraban a su alrededor. Al principio pensé que eran hombres, pues mi madre me había hablado de ellos y se parecían, pero pronto comencé a apreciar las diferencias.
El color de su piel era marrón oscuro, como el de los árboles que nos rodeaban, y era muy lisa y seca. Una abundante mata de grueso pelo verde surgía de sus cabezas, sus hombros y sus brazos, ocultando sus manos, y los seres las tenían trenzadas y peinadas de formas a cuál más estrambótica. Sus alargados rostros carecían de barbilla, nariz, boca y orejas, mientras que sus ojos eran dos delgados surcos verticales. Se ensanchaban un ápice en el centro, dejando entrever unas brillantes pupilas de un verde pálido.
No me sentí amenazada por las criaturas, aunque sentí curiosidad por saber que las había movido a reunirse a mí alrededor y crear un fuego. ¿Tal vez caí en su campamento? No podía recordarlo. Comprendí también que me había alejado mucho de mi hogar, pues mi madre jamás me había hablado de estos seres o del dai’halcón, para el caso.
Mis acompañantes, una media docena que yo viera, canturreaban al compás. La melodía era tan débil que quedaba ahogada casi por completo por el sonido de las ramas al consumirse. Uno de ellos pareció darse cuenta de que me había despertado, y alertó a los demás con gestos nerviosos. De inmediato uno de ellos, tal vez el líder, se acercó a una distancia respetuosa de mi rostro, que se alzaba a unos tres metros del suelo. Lo único que lo distinguía de los demás era su peinado, un intrincado lío de trenzas unidas en la parte posterior de la cabeza.
—Buenas noches, joven dragon —dijo el ser con voz melosa, inclinándose un poco ante mí.
—Buenas noches, habitante del bosque —dije, devolviendo la reverencia. Dudé un instante, pero no pude reprimir mi curiosidad—. ¿Cómo sabíais que era una dragona? —pregunté, pues es difícil distinguirnos de los varones de nuestra especie, excepto en nuestro tamaño una pizca mayor en edades comparables.
—Los árboles nos lo dijeron —dijo el ser, acompañando sus palabras de un amplio gesto que abarcó todo el bosque. La respuesta no me sorprendió demasiado, pues sabía que otras criaturas, como los dragones de jade, eran capaces de comunicarse con elementos de la naturaleza tales como árboles y flores.
—Disculpad mi ignorancia, pero, ¿qué sois?
—Habitantes del bosque, como tú muy bien nos has llamado.
—¿Cómo debo referirme a vosotros entonces?
—Los dragones nos llaman eris desde tiempos inmemoriales —contestó la criatura, tras meditarlo unos segundos. Había un curioso timbre musical en su modo de hablar que me agradaba. Como carecía de boca, me pregunté si su voz no surgiría de sus ojos—. En cuanto a mí, me llaman Rooa, o El Antiguo.
—Encantada de conocerte, Rooa. Me llamo Lágrima.
Rooa miró a sus congéneres, que agitaron los brazos de forma cómica. Parecían felices y El Antiguo asintió, satisfecho. No pude reprimir una sonrisa que dejó mis fauces al descubierto.
—¿Por qué estáis tan contentos?
—Te he dicho mi nombre y tú me has dicho el tuyo. Ahora somos, pues, amigos, y el amigo de un eris es amigo de todos los eris —dijo Rooa con total naturalidad.
—Sois unos seres muy confiados. ¿Acaso no me teméis?
—No os entiendo. ¿Por qué habríamos de temerte? —El Antiguo sacudió la cabeza, confuso— Jamás un dragón dañó a un eris a sabiendas, ni para alimentarse ni por placer, y jamás un eris les dio a los poderosos dragones, cumbre de la creación de la Gran Madre, motivos para hacer tal cosa.
—Eres muy sabio, buen Rooa. Disculpad mi pregunta, no pretendía molestaros.
—No es necesario que os disculpéis, Lágrima. Eres joven y te consume el ansia de conocimiento. La curiosidad es la parte más importante de tu vida en estos momentos.
La afirmación de Rooa me hizo reír. Sentí un pequeño tirón en el ala izquierda como consecuencia de las sacudidas.
—¿Qué hacen esos eris? —dije, al ver que dos de los habitantes del bosque se encontraban sobre mi ala. Untaban un espeso líquido dorado sobre la parte herida con sumo cuidado.
—Usan la medicina de los árboles para ayudarte a sanar y calmar tu dolor —dijo Rooa.
Dirigí una sonrisa y una reverencia a mis improvisados sanadores, que me devolvieron el gesto sin dejar de entonar su melodía.
—Os lo agradezco mucho. Sin vuestros cuidados y vuestro fuego, no habría podido salir de esta.
—Oh, los dragones sois criaturas muy resistentes. El bosque está seguro de que os habríais recuperado, aún sin su ayuda.
Volví a observar a los eris ocupados sobre mi ala. No me sorprendió el no haber notado su presencia antes, pues los habitantes del bosque aplicaban el ungüento con un mimo excepcional. En cuanto al ala en sí, tenía un aspecto atroz, con tres enormes franjas que desgarraban el flexible tejido por el centro. Desconocía la eficacia de la medicina eris, pero dudé que fuera a recuperarme de la noche a la mañana.
—¿Por qué hacéis esto?
—No te entiendo, ¿a qué te refieres?
—A esto. Calentarme, sanarme, velar mi sueño. No me conocéis, y me marcharé en cuanto me encuentre mejor. Siendo así ¿por qué os molestáis en ayudarme?
—Caísteis en el bosque y a los eris nos llena de orgullo y alegría proteger a todas las criaturas del bosque, aunque estén de paso o nos sean desconocidas —dijo Rooa con gran convicción—. Los mismos árboles nos entregaron estas ramas con cuya combustión entras en calor, y fue una ardilla colafuego quien las prendió.
La actitud solidaria de los habitantes del bosque me sorprendió. Hasta entonces había vivido en un mundo de dragones, donde cada uno existe sólo para sí mismo y para los suyos, pero en aquel bosque las criaturas colaboraban unas con otras para mejorar sus vidas. Si eran capaces de hacer eso por una extraña como yo, ¿qué no harían por su propia comunidad? Era fascinante.
Un extraño sonido interrumpió mis reflexiones. Se trataba de una especie de gruñido sordo, y lo más sorprendente era que parecía provenir de mi interior. Bajé la cabeza, avergonzada al comprender que se trataba del rugir de mis hambrientas tripas.
Rooa se activó como si hubiera pulsado un resorte. Tres de sus compañeros lo siguieron más allá del claro en el que ardía la hoguera. No tardaron mucho en regresar, portando entre todos un venado muerto, que colocaron con suavidad frente a mí.
—Los lobos sonámbulos, señores de la caza en este bosque, te ofrecen esta pieza en señal de respeto, dragona Lágrima —dijo Rooa, usando otro de sus amplios gestos para señalar el animal.
La pieza, de un buen tamaño, tenía un aspecto de lo más apetitoso. Habría tenido que engullir una docena de venados como ese para quedar saciada, pero aún así superaba con creces mis últimos almuerzos, tanto en calidad como en sabor, cosa que pude comprobar un instante más tarde, cuando le hinqué el diente sin miramientos.
Fue como tener la gloria entre mis mandíbulas. Los huesos crujían con cada una de mis dentelladas y la carne, endurecida por el frío, bajó por mi garganta en grandes pedazos. Los eris me dejaron a mi aire y yo traté de comer con calma, degustando cada bocado, pues no sabía cuándo volvería a ser mi próxima comida. Por desgracia, el venado no dio mucho de sí y al final sólo quedó la cabeza, de impresionante cornamenta, junto con algunos de los huesos más grandes.
La somnolencia se apoderó de mí una vez finalizado el aperitivo.
—Disculpa, Rooa —el eris, que había vuelto con sus compañeros junto a la hoguera, se acercó a mí—. ¿Sabes cuánto llevo inconsciente?
—El bosque nos dijo que hace ya día y medio que caísteis del cielo, aunque nosotros llegamos a tu lado hace unas horas. ¿Por qué lo preguntas?
—Lo cierto es que tengo sueño atrasado. Me gustaría descansar un poco más.
—En ese caso, adelante. Duerme lo que te pida el cuerpo. La mayoría de los depredadores nos respetan, y no osan cazar a una criatura bajo nuestra protección, así que no debes temer. En cuanto a los pocos que no… —El Antiguo se encogió de hombros— me temo que no nos queda más alternativa que esperar que no aparezcan.
—Supongo que tienes razón —dije, acomodándome lo mejor que pude sin molestar a los eris que aún trabajaban en mi al—. Buenas noches, amigos. ¡Ah! Si te es posible da las gracias a los lobos por tan exquisito bocado.
—Ya se han dado por enterados —dijo Rooa, tras lo cual hizo un gesto hacia cierta parte del bosque, más allá del claro, en la que brillaron con luz pálida algunos juegos de afilados ojos. Les dediqué una reverencia, y al momento ya no estaban allí—. Que la Gran Madre proteja tu sueño —susurró el eris, pero su voz no fue más que un inapreciable murmullo en mis afinados oídos, embotados por el sueño en el que ya me deslizaba.



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En el texto hay: magia, dragones, drama accion

Editado: 27.01.2025

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