La sabana me proporcionó cuanto necesité en mi viaje hacia el sur. Sus amarillentas planicies resultaban acogedoras y la caza abundaba, sin que existieran graves peligros más allá de los saurios, fáciles de evitar para una criatura voladora como yo. Me encontraba tan cómoda allí que llegué a plantearme el establecer mi hogar en un cerro que dominaba la zona, a pesar de que para mi gusto se hallase demasiado cerca de mi familia.
Sin embargo, una de las cosas de las que un dragón en busca de guarida debe cuidarse es de no invadir el territorio de otro wyrm en el proceso y, para bien o para mal, la sabana ya tenía dueño. De hecho, un clan entero de dragones de topacio ocupaba el lugar, como se apresuraron a informarme algunos de sus miembros en cuanto observaron que inspeccionaba el terreno con interés más que pasajero.
Existe entre nosotros un código tácito de respeto, según el cual no se debe poner trabas a un congénere que atraviesa tu territorio, siempre que no intente quedarse allí. El viajero puede incluso solicitar asilo durante una noche en el hogar de su anfitrión, aunque dependiendo del poder del wyrm en cuestión y, por qué no decirlo, del humor que tenga, le pueden mandar a tomar viento, si bien es cierto que por regla general dichas peticiones no suelen ser rechazadas.
En aquella ocasión me arriesgué, y pedí con amabilidad techo para la jornada. Los topacio se mostraron encantados de complacerme, una vez quedaron convencidos de que un cachorro como yo no podía ser la avanzadilla de algún otro clan con la intención de arrebatarles la llanura.
Me escoltaron al cerro, que resultó estar lleno de orificios, de la base a la cima. Formaban un complejo sistema de cuevas, que servía a la perfección como refugio para un clan tan familiar como aquel. Fui conducida ante la matriarca por tres hermanos, uno de ellos fruto de mi misma Noche Brillante. La enorme milenaria, del color de la tierra mojada, se encontraba repantingada en el centro de la galería principal, y sus placas cuadrangulares rozaban los tesoros que se encontraban dispuestos a su alrededor en desordenadas e inmensas pilas. La dragona no se había percatado de mi presencia, y disfrutaba acompañada de otros cuatro dragones de mi edad con uno de los pasatiempos más populares entre los nuestros, revolcarse entre montones de oro, plata y joyas.
La expresión de sus rostros era de plena satisfacción mientras se deslizaban entre bellas piezas talladas. Había coronas dignas del mayor de los reyes humanos, diademas, cetros, armaduras, copas, lingotes y un sinfín de monedas de todos los tamaños y formas, que saltaban de un lado a otro a merced de los caprichos de los dragones.
A pesar de encontrarse jugando, la matriarca se trataba de la criatura más grande que había visto jamás, y temí las represalias que podía sufrir aquel que interrumpiera su momento de ocio. Comencé a retroceder con cuidado por donde había venido, con la esperanza de poder abandonar el cerro y continuar mi camino sin que la mastodóntica criatura se percatara de mi presencia, pero al advertir el movimiento la dragona estiró el cuello para acercarse a mí con su gran cabeza sonriente.
—Hola, pequeña —dijo con voz chillona y atronadora mientras clavaba en mí sus avellanados ojos grises. Los cachorros detuvieron su juego y se colocaron a su gusto sobre el cuerpo de la dragona, observándome entre risas y murmullos—, me llamo Pluma.
—Mucho gusto en conocerla, wyrmlis Pluma —dije sin mucha convicción. La sonrisa de la dragona se ensanchó al escuchar el título que le había otorgado, apropiado para dragones honorables y poderosos, lo cual me animó un poco—. Yo soy Lágrima.
—Bienvenida seas a nuestro hogar, querida. ¿Habéis visto que dragoncita más formal? —preguntó Pluma a los jóvenes colocados sobre ella— ¡Ya podríais aprender de ella algo de modales, panda de lombrices!
La matriarca se agitó, maliciosa, haciendo caer a los que no estaban bien sujetos. El resto disfrutó de las turbulencias mientras el movimiento aumentaba de intensidad, y por los rostros dichosos de todos comprendí que debía tratarse de un juego habitual entre ellos, algo así como “a ver quién aguanta más sobre la matriarca”. Fueron cayendo uno tras otro, y los contemplé con envidia hasta que sólo quedó uno. Gritaba alegre mientras sus parientes le arrojaban tesoros con poca puntería, pero la algarabía cesó cuando Pluma lo desalojó de su lomo con un suave pero firme movimiento de su cola, acabada en martillo.
—Bueno, bueno, ya está bien de hacer el tonto delante de nuestra invitada —dijo la dragona en tono afable—. Dime, jovencita, ¿de dónde vienes y qué te trae por la sabana kendrana?
—Soy del norte, del corazón de las Montañas Impasibles, y solo estoy de paso —respondí. El comportamiento ufano de los topacio me ayudó a relajarme y a hablar con mayor confianza.
—De paso, ¿eh?—dijo pensativa Pluma— ¿Puedo saber a dónde te diriges?
—Me temo que no, pues ni yo misma lo sé —dije con un encogimiento de hombros—. Lo cierto es que estoy buscando un lugar en el que asentarme.
—¿Tan joven? —Pluma dio un respingo— ¿Y tu familia?
—Murieron —dije sin pensar. Tal vez la dragona habría comprendido la verdadera situación pero, como madre que era, quizá no se pusiera de mi parte. Un escalofrío recorrió mi espalda al imaginar a Pluma obligándome a regresar con mi madre. La matriarca malinterpretó el gesto, tomándolo como un temblor previo a un desconsolado llanto al recordar a mis inexistentes parientes fallecidos—. Fue en un feudo con unos zafiro —añadí, para darle mayor credibilidad a la mentira que tejía de forma natural—. Nosotros éramos una pequeña familia y ellos un clan entero, así que no tuvimos nada que hacer. Mi hermano escapó conmigo cuando vio que estaba todo perdido, pero no pudo acompañarme muy lejos. Sus heridas…
Dejé la frase sin acabar para que ella misma sacara sus conclusiones. Mantuve la cabeza gacha y traté de mostrarme compungida, con miedo a alzar los ojos y comprobar que la sabia matriarca no había creído ni una palabra mi precipitado embuste. Varios dragones se acercaron a mí, despacio. Me han descubierto, pensé horrorizada, me han descubierto y ahora me van a dar una paliza por atreverme a mancillar su sala de tesoros con mis sucias mentiras.
Pero cuando los topacio me tocaron no fue para propinarme golpes. Todo lo contrario, pues me abrazaron con mucho mimo, compartiendo mi imaginario dolor. Entonces estallé. No sé si fue a causa de la tensión acumulada, la falta de contacto con otros de mi raza o una combinación de ambas, pero me puse a llorar sin poder evitarlo, hipando y moqueando a pesar de mis esfuerzos por controlarme.
Pluma abrazó a la masa compacta de cuerpos que se habían formado en una muestra de afecto y empatía que me dejó sobrecogida.
—Tranquila, cariño, tranquila. Ahora estás a salvo —susurró Pluma con su voz más maternal y serena. ¿Por qué no habré nacido aquí?, pensé, añadiendo a mi llantina ese sentimiento de frustración y desafuero.
Editado: 27.01.2025