Gracias a la ayuda de mis vecinos, me aclimaté muy rápido a las particularidades de los Páramos Embozados, con sus tierras pantanosas y selváticas. Las lluvias eran comunes y muy violentas, aunque no solían hostigarnos más que en súbitos chubascos, que se iban tan rápido como llegaban. Como resultado los pantanos se mantenían a buen nivel y la humedad era alta, al igual que la temperatura, con lo que la sensación de bochorno no llegaba a abandonarme, salvo en las profundidades de mi torre.
Mantuve mi parte del acuerdo que sellé con Ídolo, y visité Sol Caído casi a diario para compartir mi tiempo con los rubí, aunque en numerosas ocasiones salíamos juntos a cazar o a visitar lugares de interés que Duelo había conocido a lo largo de su longeva existencia. El wyrm tuvo multitud de ocasiones para impresionarnos con su excelente memoria, pues era capaz de encontrar el sitio que deseaba guiándose por nuestras descripciones del paisaje.
Con el paso del tiempo la relación entre nosotros se volvió más profunda. Acabé pensando en Duelo como en mi propio padre y en Ídolo como en un hermano. Nuestra pequeña comunidad se convirtió en nuestro universo, y nuestras vidas eran felices y sosegadas. La nota emocionante la ponían las numerosas competiciones que organizábamos Ídolo y yo. Cualquier excusa era buena para retarnos: quien volaba más veloz, quien cazaba la pieza mayor, quien acertaba más preguntas de historia o quien era superior en combate. Esos son sólo algunos ejemplos de los desafíos que nos imponíamos con sana rivalidad. Cabe destacar la loable tenacidad que demostró Ídolo en aquel periodo ya que, a pesar de que nunca conseguía vencer, se negaba a rendirse y a dejarse llevar por la frustración. En lugar de eso se entrenaba incansable, y seguía planteando pruebas en las que medirnos. Como yo no estaba por la labor de dejarme vencer, seguí su ejemplo de superación. Gracias a ello, ambos crecimos más fuertes y astutos que la mayoría.
Llevaba unos años residiendo en Dedal de Avatar cuando sucedió algo que cambió nuestro estilo de vida. La Noche Brillante.
Durante varias noches observamos como las lunas parecían ir poniéndose de acuerdo poco a poco para coincidir en su estado de plenitud. Ídolo estaba muy nervioso y preocupado, pues su padre le había contado lo que sucedía al finalizar el evento. Le atemorizaba que Duelo no fuera capaz de encontrar el camino de vuelta a Sol Caído, privado como estaba del sentido de la vista. Por muy razonable que fuera su miedo, Duelo lo desdeñó con una sonrisa y prometió regresar a su lado pasara lo que pasara. En cuanto a mí, estaba insegura. No esperaba que mi primera Noche Brillante llegase tan temprana. No me sentía preparada para ser madre tan joven, aunque me ilusionaba pensar en ello como en el siguiente paso en mi sueño de formar una familia.
Pero la Noche Brillante no se detiene por las preocupaciones de nadie, y acabó por abatirse sobre nosotros. Nos reunimos sobre la cumbre de Sol Caído al ocaso. Duelo parecía celoso de nosotros, incapaz de disfrutar del espectáculo visual que, por experiencia, sabía que se avecinaba. Ídolo y yo contemplamos maravillados y expectantes como las lunas de los dragones, que se habían tornado en redondas monedas de colores, iban apareciendo. Cada nueva luna que se alzaba en el horizonte añadía su luz a una mezcla que creaba nuevos tonos de hipnótica belleza. El cielo se iluminó en un espectro sobrenatural. Incluso las estrellas parecían brillar menos, y haber reducido su número para no restar protagonismo a sus hermanas mayores. Cada vez que una luna ocupaba su posición en el firmamento, sentía como crecía en mi interior un cosquilleo que se extendía por cada fibra de mi ser, inundándome de una increíble sensación de poder y magia.
Nos estrechamos las garras en espera de que la última luna se uniera a las otras y completara el fenómeno. Kuria, la luna oscura de los dragones de ónix, se adentró lenta pero segura en el brillante campo de luz irisada, haciendo crepitar nuestros cuerpos, y arrastrándonos a un mundo en el que sólo existía el olvido y la oscuridad.
Desperté muy despacio, lastrada por un sopor y una pesadez que ningún sueño natural me había causado jamás. Me dolía todo el cuerpo, desde la cola hasta los cuernos, y me sentía como si me hubieran estrujado hasta exprimirme la última gota de vida. Me resultó curiosa esa sensación que tenía de ingravidez, igual que si estuviera flotando, aunque las punzadas de dolor que me acometían me hicieron pensar que bien podría estar flotando en un mar de agujas punzantes.
No pude dar explicación a mi sufrimiento, pero en cuanto superé el adormecimiento supe el motivo de esa extraña sensación de ingravidez. No era para menos, ¡pues estaba meciéndome sobre un apacible lago! El sobresalto que me produjo esa información me hizo perder el equilibrio que había conseguido sobre el agua durante el sueño, y me sumergí sin querer. Chapoteé para salir a la superficie y empecé a toser todo el líquido que había tragado. Los bruscos movimientos agudizaron mi padecimiento, y tuve que permanecer unos minutos quieta hasta que el dolor se volvió a situar en un nivel tolerable. Con mucho cuidado me acerqué a la orilla más cercana, impulsándome sobre todo con la cola, y una vez allí me derrumbé sin fuerzas.
Me dediqué a observar mi entorno mientras recuperaba el aliento. Desde el primer momento me vi asediada por la certeza de que aquel lugar me resultaba familiar. Los montes de suaves contornos, los verdes prados llenos de rocío, que refulgía a la luz del dorado amanecer, el tranquilo lago de superficie espejada… sí, sin duda había pasado por allí con anterioridad. En cualquier caso, para estar segura debería esperar a surcar los cielos, pues era a vista de pájaro como había recorrido la mayor parte del camino durante mi primer viaje. Si lograba reconocer aquella posición sería capaz de orientarme y dilucidar el camino de vuelta a Dedal de Avatar.
El dolor fue remitiendo poco a poco, y para el mediodía ya lograba moverme sin notar más que unas ligeras molestias musculares. Tras comprobar que no tenía ninguna herida a la vista desplegué mis alas y me alcé en un prodigioso salto en busca de las corrientes ascendentes.
Me sentí renovada una vez en las alturas. El cielo estaba despejado y el viento silbaba con fuerza al deslizarse entre mis escamas y espolones. Un concienzudo examen del terreno que se extendía bajo mis alas me reveló que, tal y como había pensado, me encontraba en una de las áreas que había recorrido durante mi éxodo en busca de un nuevo hogar. Se trataba del gran reino de Chabassad, emplazamiento del lago Astral y su ciudad ribereña, Noche Cerrada, en cuyas inmediaciones me había detenido a descansar años atrás. El pequeño lago que sobrevolaba en aquel momento se hallaba a unos cuantos días al sur de allí. Una vez ubicada, alcanzar mi destino era una mera cuestión de seguir en aquella dirección durante algunas semanas.
Bendije mi buena suerte y me dejé llevar por el fresco aire, mientras me hacía mil y una preguntas acerca de mi huevo y mi futuro hijo, que sin duda alguna estaba ya creciendo en mi interior.
Editado: 27.01.2025