Lágrimas.

Capítulo 11.

Claudia al terminar su trabajo en el lugar de los hechos, se encerró en su auto con las ventanas completamente cerradas y lloró sin consuelo alguno. Era culpable, lo admitió. Grito, se sintió perdida, sola y desamparada… pensando lo imaginable que le podría ocurrir a su amigo, su colega y a su amor, amor en silencio. 
… 
—Por el día de hoy. Ya es suficiente. —Comento Guillermo, completamente exhausto de la paliza que le propinó a Smith con ayuda de Emer. Estaba satisfecho. 
Smith estaba completamente adolorido y ensangrentado, con los ojos vendados… nunca se imaginó de aquella manera. 
—Quítame la venda de los ojos, maldita escoria… así sea para verles la cara de felicidad. La misma que haré cuando los tenga en mis manos. Pedazos de ratas. 
—Valla, valla… nuestro invitado aún tiene ánimos de insultar. Pero bueno, es lo justo… que vea las últimas luces del día ya que luego se perderá en una eterna oscuridad. —Dijo Guillermo entre risas y prosiguió a quitarle la venda. Cuando Smith, pudo divisar su rostro le dijo con el ego que lo caracterizaba. 
—Te voy a matar. Maldito infeliz. 
—Eso sí no lo hago yo primero. —Respondió Guillermo y de la pretina de su pantalón sacó un arma y la colocó en la frente de Smith. 
—Veremos quien gana. 
—Mata de una vez por todas a ese perro. Muchos problemas ya nos a provocado. —Comento Emer con entusiasmo. 
—Escuchaste a tu amigo. Dispara. —Dijo Smith. 
—No tan rápido amigo, te haré sufrir mucho. Mucho, mucho. —Contesto Guillermo viéndolo  fijamente a los ojos y quito el arma de la frente de su prisionero. 
—Te vas a arrepentir pedazo de mierda. —Le grito Smith mientras intentaba liberarse de la silla, lo cual le resultó imposible. 
Guillermo se alejó junto a Emer… 
—Iré a mi casa. —Dijo Emer. 
—Ve y no tardes mucho, necesito que me ayudes con la tumba de nuestro invitado. 
—Vendré mañana muy temprano. 
—De acuerdo. 
… 
Claudia encendió su automóvil y se alejó del lugar muy despacio, pensando en las posibilidades que hubieran para rescatar a Smith, llevaba la mirada perdida y si no hubiera reaccionado por completo pudo haber atropellado a la mujer que se apareció frente a su auto, con el rostro inundado de lagrimas pidiéndole en silencio su ayuda. Inmediatamente se bajó del automóvil y corrió hacia la mujer… luego de tomarle las manos, le preguntó. 
—Señora, ¿le sucede algo?, la noto muy pálida. 
—Ayúdeme por favor. —Le suplico Clara. 
Estaba notablemente asustada, luego de haber presenciado el secuestro de Smith. 
—Dígame… que puedo hacer por usted. 
—Por mi no señorita, por el si, esos tipos se lo han llevado. 
—¿Qué?. —Exclamo Claudia con duda. 
—A su amigo, ellos se lo llevaron. —Confeso Clara. 
Claudia respiró profundo, tranquilizándose y también tranquilizando a la mujer, decidió llevarla a un lugar sin mucha gente para que le contara lo acontecido. Luego de 15 minutos después, ambas se encontraron en la oficina de Smith… Claudia tomo una fotografía de el y se la mostró a Clara. 
—¿Usted se refiere a él?. 
—Si. —Admitió Clara, con las lagrimas al borde de los ojos. Estaba muy asustada. 
—Dígame, ¿usted conoce a los tipos que se lo llevaron?. 
Clara bajo la mirada y guardo silencio, entre sollozos era imposible mencionar palabra alguna. Claudia llena de angustia dijo. 
—Señora, dígame… los conoce, créame que un solo segundo será importante para colocar a Smith a salvo. Dígame por favor. 
—Le diré todo desde el principio. —Respondió Clara. 
—¿Desde el principio?. —Pregunto Claudia. 
—Así es. 
¿Que secreto guardaba aquella mujer?... se preguntó Claudia en silencio. ¿Qué sucedió desde el principio?. 
—Ellos me intentaron violar. 
—¿Quiénes?. 
—Guillermo y su compinche Emer. 
Claudia tomó su libreta y empezó a escribir lo relatado por la mujer, junto a los nombres de los dos acusados. 
—Cuando me encontraba perdida en sus sucias manos, el me salvó… el señor Jacinto apareció de repente y golpeó al tercer hombre que me quería hacer daño. 
De inmediato Claudia se transportó a algunos meses atrás, claramente a la escena del crimen la cual fue asignada a Smith y ella. Dos cuerpos sin vida, en distintas circunstancias y distancias. No podía creerlo, frente a ella, estaba la testigo clave por lo que tanto había trabajado Smith. 
—¿Jacinto, el que fue asesinado en el bosque?. —Pregunto Claudia. 
—Si. 
—¿Lo mataron por que la intentó salvar?. 
—Así es. Ese malvado hombre le disparó por la espalda y yo no supe que hacer. 
—¿Por qué razón no dijo nada, por qué guardó ese secreto?. —Pregunto Claudia, nuevamente tratando de comprender los hechos. 
—Por qué tenía miedo, esos hombres me amenazaron con hacerle daño a mi hija. Entiéndeme… no podía hacer nada. 
—Por Dios. —Dijo Claudia y se llevó la mano a la cabeza. 
—Ese tipo es un asesino. —Murmuró. 
Dedujo que, Smith estaba destinado a llevar el peso de su realidad y la realidad de otro… investigando el asesinato de Jacinto y el de su familia, lo llevó a un solo culpable, culpable de ambos homicidios, que ironía, pensó. Y ahora se encontraba en las manos de aquel mismo y desalmado asesino, que podía esperar… 
Agotada de tan crueldad de la vida, se dejó caer a la silla… en la misma que al ingresar a su oficina veía todas las mañanas a Smith sentado en ella, callado y sereno… leyendo o meditando, triste o indiferente. Lo extrañaba, no se imaginaba olvidarse de él y el jamás, volverlo a ver. 
… 
El reloj marcaba las tres de la tarde de aquel día, el teléfono empezó a sonar descontroladamente en varias ocasiones… a la distancia y entre botellas de vodka, ebrio y solo, lo escucho sonar. Juan se levantó y dando tumbos entre las paredes contestó. 
—¿Quién es?. 
—¿Señor Juan Carlos?. —Pregunto Claudia en la otra línea telefónica. 
—Así es, con el. —Respondió y tomo el último sorbo de vodka que quedaba en la botella. 
Claudia trago saliva y le dijo sin previo aviso. 
—Señor, hemos descubierto la identidad de los dos implicados en el asesinato de su padre. 
—¿Qué dice?. —Exclamo Juan con sorpresa. 
—Tengo el testigo clave aquí en la oficina. Hay cosas que usted debe saber. 
—Voy en camino. —Respondió el. 
… 
Emer volvió a casa y allí en el comedor se encontraba su madre y Daniela su hermana menor, degustando la cena. Con arrogancia, al entrar dijo. 
—Valla, valla… así que cenan sin mí. 
—No eres tan importante para esperarte, tampoco si vienes de andar con el delincuente con el que te la pasas. —Comento en voz alta Daniela. 
—¿Qué dices?... acaso has visto algo para que digas eso. 
—Hijo, no te molestes… cenamos temprano por que tu hermana tiene que trabajar mañana. Siéntate y te sirvo. —Dijo amablemente la madre, tratando de evitar alguna discusión entre ambos hermanos. 
—No mamá. —Exclamo Daniela y dijo una vez más. 
—Creo que a Emer las cosas ya le quedaron muy, pero muy claras. 
—Espera mamá. Deja que termine de hablar la sucia esta, que cree que tiene el derecho de hablarme como le venga en gana. 
—¿Por qué me llamas sucia?. Acaso soy yo la que me la pasó revolcando en un basurero haciendo quien sabe que maldades. 
—¿Quién te lo afirma?. —Pregunto Emer, tratando de mantener la calma. 
—Muchas personas lo dicen, la clase de porquería que eres. —Respondió ella, manteniendo la mirada de ira hacia su hermano. 
—Eres una maldita… —Exclamo Emer con rabia, dándole un fuerte golpe a la mesa, de inmediato tomo el mantel y lo tiró lanzando toda la comida al suelo. 
Justo en ese instante, sacó una pistola de la pretina de su pantalón y le apunto a su hermana en la frente, diciendo. 
—Ahora te vas a arrepentir por haberme insultado. 
La madre se sorprendió y entre súplica le dijo a Emer.  
—Hijo por Dios, que haces con un arma… no le hagas daño, ella es tu hermana. 
—Déjalo mamá, es un poco hombre. Un inepto sin remedio. Date cuenta, tiene un arma… vez que no es mentiras lo que la gente habla acerca de el. 
—Cállate de una buena vez maldita mal educada. 
—Ya hijo por favor. Baja el arma. —Suplico la madre. 
—Esta será la última que vuelvas y me trates así… no te la voy a perdonar la próxima, que te quede claro, enfermera de pacotilla. —Comento Emer con indiferencia, bajo el arma, la guardo nuevamente en la pretina y continuó diciendo 
—Yo soy el hombre de la casa y a mi me respetan... —Concluyo y se dirigió hacia su habitación completamente enfadado, golpeando las cosas que estuvieran a su alrededor. 
La madre se lanzó a los brazos de su hija, entre lagrimas y desespero lloro sin ningún consuelo, Daniela se mantuvo serena, su hermano pronto tenía que pagar el daño que le estaba ocasionando a cada una de ellas. 
...
La pequeña Maribel esperaba impacientemente a su madre afuera de la escuela. Claudia decidió ir a cuidarla por súplica de su madre, ya que esta se encontraba en oficina de Smith. Luego de comprarle un helado a la niña, la llevo al lugar y la distrajo con un rompecabezas mientras Clara, su madre salía del lugar y volvía a estar con ella. En esos momento Juan entró desesperado buscando a Claudia por todos lados, cuando la vio… completamente desesperado le pregunto. 
—Señorita, dígame por favor quiénes son esos desgraciados. 
Claudia le señaló la presencia de la niña y este tratando de controlarse dijo. 
—Disculpe. 
—Espérame un poco. Va. —Le dijo Claudia a la niña. 
—Te contaré todo, sígueme. —Le dijo a Juan. 
Juntos caminaron a un lugar apartado y en menos de 15 minutos Claudia le conto a Juan todo  lo que había sucedido desde un principio… aquello mismo que Clara narró a Claudia, sin aún mencionar el nombre de ella. El sin creerlo, se deslizó por la pared y cayó sin ánimo al suelo… ocultando las lágrimas de sus ojos, Claudia se hizo junto con el y le tomó las manos diciendo. 
—Se lo que sientes, duele lo sé… pero por favor, te pido que dejes hacer nuestro trabajo. Ahora esos delincuentes tienen a mi compañero y debemos ser cuidadosos. 
—Me dices que no haga nada… si esos malditos infelices mataron a mi padre. No me pida que no haga nada. Y ahora tienen a tu amigo, dígame si es posible que yo le diga que tampoco haga nada por el. —Comento Juan mirando a Claudia sinceramente a los ojos. Dejando así, sin respuesta alguna a la mujer. 
—¿La niña que está en el pasillo por que esta aquí?. —Pregunto Juan Carlos. 
—No creo poder decírtelo. 
—Dígamelo, creo conocerla. Su madre trabajaba en la plaza de mercado donde también mi padre trabajaba. 
—Dios dame paciencia. —Exclamo Claudia notoriamente exhausta. 
—¿Qué sucede?... le paso algo a su madre. —Pregunto Juan. 
Claudia mirándolo a los ojos le confesó. 
—Su madre fue la que delató a los asesinos. Era la testigo clave en esta investigación. Ella estuvo con su padre el día de los hechos y lo asesinaron por salvarla a ella de la violación de la cual ya platiqué los hechos. 
—¿Qué?... ella lo sabía todo este tiempo. 
—Si. —Afirmo Claudia. 
—Y no dijo nada, lo supo y no lo dijo… pero que clase de mujer es, mi padre la salvó y aún así no hizo nada por el. —Dijo el completamente alterado, llamando la atención de la pequeña Maribel que estaba a pocos metros de ellos. Claudia lo tomó por los brazos tratando de tranquilizarlo y le dijo. 
—Tenia miedo, entiendes. 
—Eso no es excusa. A mi padre lo mataron a sangre fría, como un perro callejero y ella no delató a esos malditos hijos de su grandísima. —Dijo Juan entre lagrimas. 
—Lo sé, pero también entiéndela a ella… no tenía escapatoria esos desgraciados también la amenazaron con hacerle daño a su hija, a esa niña que tu ves ahí. —Comento Claudia, tratando de convencer a Juan. 
—Ahora en este momento vas a hablar con ella, para que pueda volver a casa con su hija, pero tienes que tranquilizarte. 
Luego de diez minutos después, Juan Carlos entró al lugar que se encontraba Clara… tomando asiento frente a ella la miro con indiferencia. Clara con pena y con la mirada caída dijo con nostalgia. 
—Lo siento mucho. 
Juan, la miro con rabia y tajantemente dijo una palabra. 
—Asesina. 
Clara, levantó la mirada y lo miró con extrañez. 
—Por que te sorprende, sabias todo lo ocurrido… pudiste haberme ahorrado tanto sufrimiento, venganza y un gran dolor que tengo en el pecho… lo sabías y no dijiste nada, eso te convierte igual a ellos. 
A Clara se le deslizaron las lagrimas por las mejillas, no podía creer lo que aquel hombre pensaba acerca de ella, y si… era cierto, no hay peor asesino que aquel que guarda silencio. Detallo el lunar en la parte superior de la ceja derecha Juan, lo llevaba como una marca en el mismo lugar que su fallecido padre Jacinto, le hizo recordar el momento en el que vio su rostro sacándola del tormento en el cual estuvo sometida por aquellos hombres. 
Juan se levantó de la silla y se dirigió a la salida. 
—Perdóname. —Dijo Clara, el sin prestar atención… se marchó. 
… 
Aquella noche para todos estuvo llena de insomnio… con tristeza, desesperanza, rencor y ansiedad. Todos estaban entrelazados, sufriendo y clamando una salida, la cual se cerraría para algunos trayendo más desesperación, presintiendo lo peor.




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