Lágrimas de cristal

III

07 de Abril del 2022, 4:18 pm

Ella observa cómo el automóvil en el que viaja Travis se detiene y hace lo mismo con el suyo. Sin embargo, a diferencia de él, no se baja del vehículo de inmediato. Y no es sino hasta que cree que está preparada que abre la puerta, solo para encontrarse con su cuñado, el cual le extiende la mano en actitud solícita para ayudarla a bajar, con esa caballerosidad que lo caracteriza.

Odette retiene el aire, clava sus ojos en Travis y, sin ningún titubeo, acepta su mano, pero no hace más. Claro que no. La pequeña, diminuta, apenas palpable bandera blanca que se ha levantado entre ellos es demasiado reciente como para ofrecer otra cosa. Ella lo sabe, su cuñado lo intuye. Los dos enmudecen para darle tiempo al otro y, con parsimonia, se dirigen hacia la majestuosa estructura que se extiende frente a sus ojos.

—Bienvenida a casa.

¡Maldito sentimentalismo! ¡Desventurados recuerdos! Pero ¡qué tontería! ¿dónde está yendo a parar? Ella no comprende si lo que la conmociona es pisar la casa de sus sueños, su amado castillo, rememorar los momentos más bellos de su existencia o esa tonta muestra de excelentes modales de Travis al abrirle la puerta, acompañada de una frase que antes la hacía derretirse, pero no importa. La mujer detesta esas emociones que afloran y amenazan sus planes. Con todo, ¿no debió prever esto? Quizás sí. Pero nunca se está bien preparado para nada y, en su defensa, desde hace mucho es sabida la debilidad de ella por la estructura que una vez fue su hogar.

—Precioso, ¿no? —comenta Travis, llevando sus manos a los bolsillos de sus pantalones—. Brig amaba esta casa. Cada vez que regresaba, se quedaba parada en la entrada y sonreía por un largo rato mientras veía el vestíbulo. Era raro. Cualquiera diría que se trataba de su primera vez entrando o que regresaba después de muchos años de ausencia, pero… —Deja la frase inconclusa y niega por lo bajo con otra triste sonrisa—. Esa fascinación que mostraba era increíble, ¿no lo crees?

La leve inclinación de su rostro y su sonrisa dan a entender que esa y mil cosas más formaban parte de las razones por las que amaba a su esposa. No obstante, la joven no medita en este punto sino en la verdad de lo pronunciado, porque la adoración de Brigitte nunca fue otra que su casa. Por muy extraño que suene, cada habitación, cada espacio, cada milímetro de la vivienda de tres pisos que en su momento fue el hogar de los señores Blanchard e hijas, era el sitio mágico y de ensueño de Brig.

Brigitte nunca encontró una forma clara de exponer lo que su casa le transmitía, esa paz, el amor, el sentido de protección y fortaleza que obtenía en ella. Jamás logró pronunciar qué era lo que más le atraía del sitio en cuestión. Con todo, Odette sabía en su interior que todo no era producto de la edificación, la grandiosidad de la estructura —la cual siempre ha deslumbrado por su perfección arquitectónica—, la opulencia de cada mueble, cortina o adorno. Por supuesto que no. El magnetismo, ese ensimismamiento que se apoderaba de su cuerpo no era sino la manifestación viva del amor encarnado en cuatro paredes. Del sentimiento que se respiraba en el aire entre los padres y entre las hermanas; no había forma de ocultar eso que se brindaba de padres a hijas y de hijas a padres sin medida. ¡Con razón Brig se quedó con la casa!

La más fiera de las hermanas, a pesar de lo que podría pensarse, era también la más romántica y apegada a los recuerdos. Odette entendía que nadie sacaría a Brigitte de ahí ni arrastrada y, por eso, con su mala relación con su cuñado y temiendo arruinar más su estado con su querida Brig, no discutió por la casa. Aunque la mitad de esta también era suya, decidió dejarla ir, hacer una vida nueva donde pudiera cumplir su sueño de niña de levantar una empresa turística. Permitir que, quizás, la suerte que tuvieron sus padres en su matrimonio se pegara en el de su hermana, al tener la oportunidad de permanecer con su pareja en ese nido de amor puro.

—Iré a su habitación —dictamina Odette. Acercándose a la escalera del vestíbulo, da un primer paso en el escalón. Viendo cómo Travis se acerca, voltea un poco hacia él y añade—: Quiero estar a solas.

—De acuerdo, si necesitas algo estaré aquí. Es más, si quieres que te prepare un…

Ella lo ignora, no lo escucha. ¿Para qué? Camina despacio y levanta los pies como si sus extremidades pesaran toneladas. Lo hace por el silencio de la casa, esa que parece que también está de luto. Que, de igual manera en que se ha extinguido el fulgor de su interior, aquel caserón también ha perdido aquel brillo que creía eterno.

Con pesadumbre, sigue su camino mientras observa a cada paso las fotografías familiares colgadas en la pared. Dado que están situadas cronológicamente, se encuentra en primera instancia con las de sus padres abrazándose, besándose y compartiendo tiempo con sus pequeñas; luego haya las que son un tesoro, las del dúo inseparable de hermanas que solían hacer casi todo juntas y que se protegían la una a la otra de quienes pretendían hacerles daño y, para finalizar, encuentra las imágenes que le causan asco, las de Brigitte y Travis en su casamiento, aquellas donde parecen la pareja perfecta. Es ahí cuando cierra sus ojos y acelera el paso.

Cierra rápido la puerta de la habitación, aunque no de un portazo como desea. Eso llamaría la atención de su cuñado y es lo que menos quiere, incluso el pestillo lo coloca con la mayor delicadeza que puede invocar.

Una vez dentro, respira profundo, se acerca a la enorme cama de dosel, la cual aún le parece de cuento de hadas, y pasea sus manos despacio por el cobertor. Las lágrimas vuelven a emerger ante miles de recuerdos y, embargada por ellos, se arroja en el colchón mientras aprieta las sábanas con fuerza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.