Lágrimas de cristal

Capítulo uno “El funeral”.

El catorce de abril es ahora una fecha triste para una joven de largos cabellos, que mira nerviosa un camino hacia el escenario de madera, pues sabe que debe dirigirse a un auditorio lleno de familiares y amigos de sus padres. Los nervios crecen, pero ella hace todo lo posible para mantenerlos a raya, al caminar se muestra segura, aunque sea solo una máscara. De hecho, toda su apariencia es una fachada. Su maquillaje tapa sus ojeras, su vestido y calzado la hacen ver imponente a pesar de su edad.

La mirada de los presentes la sigue en su pequeña trayectoria al podio. Muchos tienen lástima de la joven, apenas quince años y ha perdido a sus padres. Ese sin duda fue un golpe muy duro para ella.

Los abuelos maternos de la joven ya han dicho algunas palabras, sus discursos fueron cortos y áridos, no demostraron emoción en ellos. Por otro lado, el hermano del fallecido dio un discurso peculiar; este no dijo mucho acerca de su pesar, pero dijo las cosas buenas que había hecho su hermano y todo lo que había conseguido en su vida, la cual, a palabras de él, fue muy próspera. La joven ha llegado al final del pasillo, y sube el par de escalones de madera, los cuales resuenan fuertemente, gracias a su calzado alto y fino.

La joven ha llegado al final del pasillo, y sube el par de escalones de madera, los cuales resuenan fuertemente, gracias a su calzado alto y fino. La mirada de todos los presentes se posa en ella, algunos con curiosidad y otros con lástima. Sus abuelos están atentos a las palabras que pronto dirá su nieta, porque, aunque ella no lo sepa, están preocupados.

— Hoy es un día importante, pero lamentable. Hemos sufrido la inesperada pérdida de Carlos y Diana García. — La joven toma un poco de aire y cierra las manos con fuerza —Mis padres, fueron personas maravillosas. Eran personas admirables, mi padre con un espíritu inquebrantable, un hombre de bien, era la clase de persona que antepone a su familia sobre todas las cosas, pero también la clase de hombre que consideraba sus investigaciones como una cría en desarrollo. Mi madre fue una mujer cariñosa y capaz, alguien que ama con toda el alma, para ella el amor era lo más importante, y siempre me transmitió esos sentimientos.

La joven toma un poco de agua del vaso que se le había dispuesto en el atril. Los recuerdos de su madre la invaden y hacen que su corazón tenga un calor agradable. Toma aire de nuevo y prosigue con más confianza que nunca.

— La mujer que me crío, tenía una firme creencia en el dicho, “no juzgues a nadie por su portada”, ella daba el beneficio de la duda, fuese quien fuere. Con esto en mente, seguiré mi discurso.

Los oyentes la miran extrañados, no es usual que la joven se ponga tan rígida, y eso despierta la curiosidad de la mayoría. Ha llamado la atención de su tío que hasta un momento había estado metido en el celular, ignorando a los que pasaban a dar unas palabras. La joven posa su vista en sus familiares más cercanos, la primera fila es sin duda, su objetivo.

— Pese a que esta mañana murieron mis padres, nada cambió para algunos de ustedes. Mis abuelos, Jorge y Lorena han dado palabras vacías, simplemente hablaron porque es lo que se espera de ellos. Su hija era sin duda una mujer pura y noble, eso me hace preguntarme de dónde viene esa amabilidad, puesto que no fue enseñada o heredada por ustedes. — un hombre se tapa la boca intentando evitar echarse a reír, ese hombre aún no sabe que será el siguiente— Tío Alejandro, noto que te hace gracia, curiosamente estás peor. Cuando menos mis abuelos no están ansiosos de saquear la herencia de mis padres. Tú eres como una hiena, un ser despreciable y carroñero que solo se aprovecha de la muerte de otros.  Solo has venido al funeral con la intención de ver si mi padre te ha dejado algo, porque estás en la ruina y lo único que haces es pedir dinero. Y claro, como tu hermano lo tenía, hay que ver que le podemos sacar al difunto, al fin y al cabo, ya está muerto. ¡¿Qué tanto lo puede ocupar?! La verdad es que no he visto el testamento de mis padres, pero, ¡ojalá no te hayan dejado nada en absoluto! No mereces un solo centavo de él.

Para cuando la joven termina de hablar, los presentes empiezan a sentirse incómodos, muchos temen que se les desenmascare delante de todos. Las apariencias son algo que atesoran. De entre la multitud hay una persona cuyo corazón no está agitado por el miedo, sino más bien, por el amor. La preocupación es latente y camina hacia su ahijada, ella sabe el dolor por el que está pasando y que, aunque parezca una niña grosera, es el dolor el que está hablando.

Lucía conoce bien a la joven, estuvo ahí desde que ella nació y la ha visto crecer con el paso de los años. Está segura de poder calmar los nervios de su pequeña, y con eso en mente, se sitúa muy cerca de la joven y toma sus manos con delicadeza. La joven la mira atenta, no se dio cuenta de su presencia hasta que sus miradas estaban fijas y sus manos estaban sujetas.

— Susy, basta — le dice Lucía a la joven, aunque el nombre de ella es Susana, por cariño le dice Susy, al igual que solía hacerlo la madre.

Esto evoca sentimientos en Susana, el solo recuerdo de su madre al llamarla en el día a día, es muy doloroso para ella. Aun así, sigue molesta por sus familiares. Siente que aún le queda mucho por decir.

— ¡No, mis padres están muertos y a ellos no les ha importado en lo más mínimo, no sé qué hacen aquí! — contesta Susana señalando a sus abuelos y al despreciable de su tío, con un tono de molestia.

— Me interesa a mí y a ti, ¿crees que a Diana le hubiera gustado verte así? — Lucía trata de hacer razonar a su ahijada con el fin de tranquilizarla. Sabe que hacer un escándalo no arreglará nada y que, muy a su pesar, no surtirá el efecto que se pretende. Por unas palabras de desprecio sus abuelos no serán más considerados o cariñosos, y Alejandro tampoco cambiará solo por ser ridiculizado.




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