Lágrimas de cristal

Capítulo dos “Desapego vs Codicia”

—Busco a Susana García Dábalos —repite aquel desconocido

La joven regresa a la realidad cuando escucha por segunda vez, que ha preguntado por ella

—Sí, soy yo ¿quién es usted? —dice la joven, a la espera de la respuesta que se hizo desde que aquel hombre interrumpió su sueño.

—Soy el licenciado David Armando Villalobos, y antes de que me preguntes qué hago en este funeral, soy el abogado encargado de llevar a cabo el testamento del ingeniero García y su esposa —se apresura a contestar el licenciado. La paciencia no es uno de los dones de este hombre—. Iré por lo demás familiares involucrados, por favor espere aquí.

Sin esperar respuesta el licenciado sale de la pequeña sala. La verdad es que trae prisa, mañana por la mañana volará fuera del país por un asunto legal y tardará un mes en regresar. Sabe que es un asunto urgente, aunque la joven dama no lo conozca, él era amigo de su padre. Tenía que asistir al funeral, no se perdonaría a sí mismo, sino hiciera, aunque sea, acto de presencia. Podría haber asistido sin más, pero no es propio de él. Prefiere usar como excusa el testamento de su amigo.

El licenciado busca entre la multitud y encuentra al hermano de su viejo amigo.

—Alejandro.

—Hola David, que gusto ¿has venido al darme el pésame? —contesta este.

—Ya sabes a qué he venido, y si no, puedes imaginarlo. Dime cuales son los padres de Diana —dice David lo más sereno que puede. Espera que le señale alguna dirección cerca de los ataúdes.

Ansia despedirse. Sus plegarias son contestadas, Alejandro le señala con el dedo a una pareja anciana que están justamente en los ataúdes. David le informa a Alejandro que en cinco minutos lo necesita en la sala de al lado, en la que se encuentra Susana.

David camina entre unas pocas personas, algunas de ellas sienten curiosidad por su persona. Pronto llega hacia la pareja y nota que el señor está afligido, pero busca ocultarlo; sabe bien porque esa es la mirada que tiene él en estos momentos.

—Disculpen la molestia, ¿son ustedes los padres de Diana, la difunta señora de García? —dice lo más suave que le es posible. Ha sentido empatía por el suegro de Carlos.

Lorena, la madre de Diana, no está feliz con el hecho de que a su hija se le conozca como la señora García, pero tristemente para ella, esa era la realidad.

—Sí, yo soy su padre, Jorge Dábalos —le contesta Jorge, luego señala a su esposa — ella es Lorena de Dábalos, madre de Diana. Dígame ¿quién es usted y qué es lo que necesita?

—Gusto en conocerlos, mi nombre es David Villalobos. Soy el abogado de su yerno, pero también traigo la última voluntad de su hija —le contesta David, por su cabeza pasa la idea de decir que también es amigo de Carlos, pero también piensa que quizás eso no sea conveniente. Decide no decirle y prosigue—. Lamento venir tan temprano. Sé que es el primer día y acaban de perder a su hija, pero mañana muy temprano tengo que salir del país y no volveré hasta dentro de un mes. Es necesario que se lea el testamento hoy.

Lorena estaba a punto de protestar, no puede creer que no respete el luto de su hija. Acaba de morir, todo es demasiado fresco ¿qué problema hay en que se lea en un mes? De cualquier modo, ellos se harán cargo de su nieta.

En la sala B ocurre un pequeño desacuerdo. Susana le pide a Lucía que se quede con ella, la hace sentir más segura, y aunque al principio Lucía no está del todo segura, al final acepta; no es fácil decirle que no a Susana.

El primero en llegar es Alejandro, camina prepotente y seguro de sí mismo; espera recibir una buena tajada de ese testamento. Su hermano siempre fue muy atento y era su única familia, piensa que pudo dejarle hasta la mitad de sus bienes; pero al ingresar a la sala destinada nota la presencia de Lucía.

—Lucía, ¿No has escuchado al abogado? Solo familiares. Has el favor de retirarte, y deberías de llevarte a la niña, que muy alterada debe de estar ya. Tiene que dejarle esto a los adultos —dice Alejandro con un tono petulante

Aquellas palabras hacen enojar a Susana, pues piensa que ese bicho no tiene derecho de estar ahí; para sorpresa de ella, es otra persona la que sale en defensa de Lucía.

—Ya deberías saber cuándo es apropiado callarse. De ella lo puedo entender, es muy joven aún... pero tú ya eres un adulto, pórtate como tal y deja de decir estupideces. Susana debe estar presente, eres perfectamente capaz de entender el porqué, o al menos eso quiero creer. En cuanto a Lucía está invitada a quedarse, tal parece que mi nieta se siente más tranquila a su lado, y no quiero otro discurso como el que acabamos de presenciar hace un momento, aunque debo admitir que tiene una imagen muy bien definida de ti— dice Lorena con desdén y la atmosfera se torna más tensa.

David entra a la sala y procede a comenzar, ignorando por completo lo que acaba de ocurrir.

—Me disculpo nuevamente por sacarlos del velorio. Estoy corto de tiempo así que comenzaré inmediatamente —dice David cuando es interrumpido

—¿Por qué siempre tiene que atacarme a mí? —interrumpe Alejandro

—No te tomes tantos créditos, que para mí tú no eres nada. —dice Lorena con más desdén que antes

—¡¿Y por qué no?! Somos familia... "familia política" si quiere, pero familia, ya debería entenderlo, han pasado 17 años, vieja amargada

—Creo que he escuchado mal ¿podrías repetirlo? — contesta Lorena. No está acostumbrada a la vergüenza pública e insultos de seres inferiores, y hoy, ha recibido ambos.

—Con gusto. Ya han pasado 17 años, y aún no crees que tu hija se casó con un hombre humilde, que lo prefirió a él en la pobreza que quedarse contigo en tu mansión. Debió de aborrecerte muchísimo.

El parloteo de Alejandro es interrumpido por una fuerte cachetada que le deja enrojecida la mejilla. Ha herido los sentimientos de Lorena y la ha hecho enfadar al mismo tiempo. 




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