Lágrimas de cristal

Capítulo 6 “Dime que fuiste tú”

 

—Claro querida, si es lo que quieres, hazlo — contesta Lorena con voz neutra

—Abuela, te diré algo y espero que me creas, no estoy loca, ni tengo una crisis —Lorena solo mira con atención a su nieta y la deja continuar, asiente con la cabeza y Susana prosigue —He leído la carta que mamá me dejó, y esta al terminar de leerla, se quemó ante mis ojos; lo que es aún más raro, las llamas no me han quemado en lo más mínimo, ni siquiera sentí dolor y no han quedado cenizas o rastros de ella, como si jamás hubiera existido.

Susana mira con atención la cara de su abuela, busca sorpresa, curiosidad o alguna emoción, también espera que lo tome a broma o que se moleste por decir tantas tonterías. Nada de eso ocurre. Lorena mantiene una actitud calmada.

Los segundos parecen horas para la joven que no entiende nada en estos momentos, está llena de preguntas y no se siente bien, de nuevo experimenta mareos.

—Ya es tarde —dice Lorena mirando su reloj —son casi las seis de la tarde, no has comido nada y la funeraria solo sirve café. Continuaremos esta platica en un restaurante de aquí cerca, iré a avisarle a tu abuelo.

Lorena no espera respuesta y camina hacia su esposo. Le explica brevemente la situación. Susana no alcanza a escuchar la conversación y se pregunta si le ha contado todo.

La joven toma su bolso, en su interior solo lleva su Smartphone, llaves, y una cartera; sabe que no ocupa dinero porque va con sus abuelos, pero en caso de ser necesario salir huyendo, necesita efectivo para algún taxi.

Susana se acerca

—Lucía, me iré a comer con mi abuela, ¿quieres venir?

—No cariño, estoy bien —dice pensativa Lucía

—Te traeré algo —dice Susana y en la cara de Lucía se pronuncia una ligera sonrisa.

La joven se dirige a la salida donde ya se encuentra su abuela, esta le comenta que primero irán ellas dos y Jorge las alcanzará más tarde.

Lorena toma la delantera y Susana la sigue a corta distancia. Poco antes de llegar al auto una de las zapatillas de la joven derrapa haciendo que pierda el control. Justo cuando el rostro de Susana iba a impactar en el duro pavimento, una mano la sujeta fuertemente. Una vez que la joven se reincorpora, se gira para mirar a su salvador; un hombre de edad madura, una mirada amigable y un poco robusto, él cual le dedica una sonrisa sincera.

—Gracias, ¿señor...? —dice la joven sin conocer el nombre de aquel amable caballero

— Lucas, ¿está usted bien señorita?

— Si todo bien, me llamo Susana

— Un placer Señorita Susana— dice el hombre y Susana se da cuenta que es el chofer de su abuela— ¿Le ayudo con su bolso Señora?

Lorena le da el bolso y entra al auto con suma gracia y elegancia, por el contrario de su nieta que solo saltó dentro.

— Lucas, al restaurante de siempre— dice al fin Lorena— Te creo—le susurra Lorena a la joven

—Gracias, pero, ¿cómo puedes creerme? Ni yo misma me creería —dice la joven con un tono de voz más alto, ignorando por completo a Lucas

—Hablaremos cuando lleguemos al restaurante — dice con voz seca Lorena

El resto del viaje transcurre en silencio. Los pensamientos de Susana son un caos, siente que no puede confiar en la mujer que tiene a un lado. La ha visto comportarse de manera altiva y arrogante por años, pese a que con ella no ha sido tan dura tiene recuerdos muy desagradables de ella, su abuela solía intentar humillar a su padre. Siempre le recriminaba que su hija estaría mejor sino se hubiera casado con él; detalle que la joven nunca entendió porque su padre había logrado hacer su propia fortuna y no había tenido que heredarla, como lo habían hecho sus abuelos. Ambos pertenecientes a familias pudientes, pero solo no habían hecho nada por ese dinero, todo fue regalado. Irónico, ella acaba de heredar.

Los minutos habían pasado y el auto empieza a reversar para entrar en el estacionamiento de un restaurante de comida china. En la entrada tiene un letrero que dice “Cantones” con letras doradas y brillantes, a un lado de la puerta hay una fuente de agua cristalina que corre por la pared y en la parte de abajo hay peces de colores. Por dentro tiene un decorado de piedra y marfil, el piso reluce de blanco. Todos los comensales parecen disfrutar de la comida y la compañía, el ambiente es alegre pero refinado.

Una joven sonriente se acerca a Lorena y le da la bienvenida al lugar.

—Señora de Dábalos, bienvenida. Ya está listo su privado, por favor síganme —dice la joven empleada, con un tono amable —¿Es su nieta, señora? —pregunta curiosa la joven.

—Si Miranda, ella es mi nieta Susana

—Un placer conocerla señorita Susana, yo estoy para lo que se le ofrezca —dice alegre Miranda y las conduce hasta una mesa que está encerrada, tiene 3 paredes a su alrededor y una puerta para entrar, siendo un lugar exclusivo, pero solo logra que Susana se sienta como ave enjaulada —En un momento más llega su mesero, hoy las atenderá Raúl —concluye Miranda colocando los menús en la mesa y saliendo del lugar

—Bien querida, es hora de hablar —dice Lorena —Lo que viste fue real, es inusual que tu madre aun pueda hacer eso, después de la muerte claro. Regularmente se pierden los poderes, aunque cabe mencionar que ella nunca fue "normal".




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