Lágrimas de fuego

3 - DABRIA

 

 

 

No pude encerrarme más de dos días. Mi abuelo me había advertido que Laura no tardaría en pasar por casa, que solía ir cada dos días. No me lo dijo directamente, pero me dio a entender que sería maleducado eludirla después de lo bien que se había portado con él y de que siempre habíamos sido como hermanas. Con una vez, era suficiente. Me había mantenido encerrada en mi cuarto mientras ella charlaba con ded e iban a pasear con Chicho. Además, ded creía que ella me ayudaría.

La siguiente vez también estaba en mi habitación cuando la sentí llegar, no me escondería como una sanguijuela.

—Laura, sube y cógeme un libro que he olvidado en la mesita del pasillo, por favor —le pidió mi abuelo. Seguramente, temía que no saliese de nuevo.

—Por supuesto. —Podía imaginarla sonriendo de manera jovial y dicharachera—. Ahora regreso.

Sentí sus estruendosas pisadas subir por las escaleras. Caminé despacio hacia la puerta, no quería asustarla y que se llevase un topetazo. Abrí y la vi. Ella se frenó en seco, se quedó al filo de las escaleras y abrió los ojos como platos. Le sonreí a mi amiga con ternura antes de saludarla.

—¿Es qué no piensas darme un abrazo?

—Dabria. —Corrió los escasos pasos que nos separaban y saltó a mis brazos; casi me caigo por la fuerza con la que me golpeó.

—¡Sí que me has echado de menos! ¿Eh? —bromeé.

—¿Cuándo has llegado?, ¿por qué no me has avisado?, ¿quién te ha recogido en el aeropuerto?, ¿lo saben en la comisaría?, ¿por qué has regresado?, ¿qué…? —bombardeó sin parar.

—Deberías darme un par de minutos para contestar cada pregunta, de lo contrario, seguirás así, hablando sola y sin saber nada.

Se separó y me observó unos minutos. Entornó los ojos e hizo una mueca con la boca, así alternativamente, hasta que decidió preguntar de nuevo:

—¿Qué te ha pasado, Dabria?, ¿qué ha ocurrido?, ¿qué significa ese corte?, ¿por qué tienes esa mirada tan triste?

—Entra, Lau —dije señalando a mi habitación—. Hablaremos dentro.

Me senté en la cama con las piernas cruzadas como un indio, ella hizo lo mismo.

—¿Qué te han hecho, Dab? ¿Qué coño ha pasado? —Estaba nerviosa.

—No sé por dónde empezar, yo… —Dudé sobre cómo afrontar la situación.

—Pues empieza por el principio. En tu último correo me dijiste que me lo explicarías todo al llegar. Pues bien, ya estás aquí.

—Me descubrieron, Lau.

—Sabía que algo no iba bien, lo sabía. —Se frotó el rostro—. Cuando recibí tu correo, me olió mal, pero me fie de ti. ¿Por qué coño no regresaste antes? ¿Por qué esperaste a ese punto?

—Tranquilízate. No es como crees.

—Pues habla, joder, Dabria. ¿Qué coño te han hecho?

Eludí la respuesta y decidí empezar por el principio.

—Me enamoré del heredero Korsakov.

—¿Cómo? ¿Que te qué? —preguntó tragando con fuerza.

—Al principio creí que era simple atracción por su imponente físico, que era un imbécil engreído; sin embargo, caí en mi propia trampa.

—¿Estás hablando en serio? —me interrumpió.

—Nunca he querido a nadie como lo quiero a él —confesé.

—¿Quieres?

—Ese no es el problema. —Agité una mano para restarle importancia.

—Buf —resopló—. No entiendo nada. —Negó con la cabeza—. ¿Fue él quien te…? —Movió las manos enérgicamente porque no sabía cómo preguntarlo.

—No. —Levanté una mano para detener su siguiente pregunta—. Déjame contarte y luego preguntas, ¿de acuerdo? —Asintió—. Miki también se enamoró de mí. Éramos felices juntos, mucho. Pero yo no pude soportar seguir engañándolo y le conté la verdad. Se volvió loco, no podía perdonarme, pero —levanté la mano de nuevo para detenerla—, no me hizo daño. Él nunca me puso en peligro.

—Entonces, ¿qué ocurrió?

—¿Te acuerdas de Asad Alabi?

—Por supuesto. ¿Qué tiene que ver él en todo esto? —preguntó confusa.

—Todo. Acudió a una fiesta para hacer negocios con los rusos. Me secuestró y llevó al borde de la muerte de la mano de los Kostka y los Kovalenko. —Los ojos se me humedecieron y no pude evitar que se me escapasen unas lágrimas al recordar lo que había vivido en aquella asquerosa nave.

—¿Qué te hicieron? Joder, Dabria. —Tomó mi mano y me la apretó con cariño para animarme a continuar.

—De todo, todo lo que te puedas imaginar —confesé—. Quise morirme, solo deseaba morirme. —Comencé a llorar.

—Ven aquí. —Tiró de mi con cariño y me abrazó con fuerza—. Si no quieres continuar, hablaremos en otro momento.

—Si no te lo cuento ahora, nunca lo haré. Quiero encerrarlo en mi mente para siempre.

—Está bien. —Mi amiga sabía que necesitaba sacarlo, por eso empezó a descorcharme como a una botella, y yo cedí como un tapón que se había atascado pero que deseaba ser liberado—. ¿Qué te hicieron?

—Además de golpearme, me violaron, uno tras otro, cada uno más agresivo que el anterior hasta que no pude soportarlo. Y, cuando volví de la inconsciencia, los latigazos; todavía escucho el susurro de la cuerda en el aire antes de destrozar mi piel, el escozor de los hilos duros peinando mi carne ya abierta. —Mi amiga rompió a llorar conmigo, me abrazó más fuerte animándome a seguir—. Los golpes, el corte y la quemazón con la insignia de la mafia de Asad fueron lo que menos me dolió.

—¿Qué fue lo peor? ¿Cuál fue el dolor más grande?, ¿el látigo?, ¿los hombres entrando en ti? —preguntó mi amiga deteniendo las lágrimas.

—No. Lo peor fue sentir a mi niña perder la vida. Ese fue el dolor más grande, saber que mi bebé nunca viviría.

—¿Qué estás diciendo, Dabria? ¿Qué niña? —Laura contuvo la respiración.

—Mi niña, Lau. Estaba embarazada, iba a tener una hija. Quería tener a esa niña, de hecho, ya había comprado el billete para aquí.

—Lo siento muchísimo, Dios, lo siento tanto. —No dejaba de acariciarme la espalda.

—Si no hubiese ido a esa fiesta, si hubiese cogido un avión tan pronto me enteré del embarazo, esto no habría pasado. Es mi culpa, por mi culpa ha muerto —lloriqueé en los brazos de mi amiga.



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En el texto hay: romance

Editado: 26.11.2020

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