Gracias a mi madre por su confianza en mí, por sacarme una sonrisa cuando estoy enfadada y por sacar mi mal genio cuando estoy contenta. Le agradezco también que me haya enseñado que a veces poco es mucho, que todo esfuerzo tiene su recompensa y que lo bueno se hace esperar.
Gracias a mi padre porque hará el esfuerzo de leer una novela romántica pese a que no le gusten nada. Gracias también por no enfadarse al enterarse que había escrito un libro poco antes de que supiera que lo iban a publicar.
Gracias a mi abuela porque, cuando le di la maravillosa noticia, se le saltaron unas lágrimas de pura felicidad y orgullo, se secó las manos al mandil y me abrazó con fuerza porque las palabras no le salían.
Gracias a mi abuelo porque, aunque no esté, sé exactamente lo que me diría, cómo sería su sonrisa y cómo querría celebrarlo: «Así me gusta miña filla, sempre para adiante, finca no pé. Quéroche moito».
A mi novio, por intentar —que no es lo mismo que conseguir— no molestarme cuando paso horas frente al ordenador. Le pido perdón y le doy las gracias por no enfadarse, o no mucho, porque le conté que había escrito la novela tras saber que la publicarían.
Ahora, fuera de casa, le agradezco mil y una veces a mi editora, Noelia Ortega, por darme la oportunidad de compartir esta historia, por sus consejos y por enseñarme, entre otras muchas cosas, que la forma en la que cuentas las cosas es más importante que las cosas que cuentas. Gracias por hacer realidad mi sueño.