Lágrimas de hielo

1 - Dabria

—Buenos días, Laura —saludé a mi amiga y compañera de trabajo que ya estaba en su mesa.

Éramos amigas desde hacía cuatro años. Cuando entró en el CNI, nos convertimos en uña y carne. La hermana que nunca tuve.

—Buenos días, Dab, ¿qué tal…? —El ruido de la puerta del comisario seguido de su voz la interrumpió.

—Buenos días. Cuando lleguen vuestros compañeros entrad en mi despacho, tenemos que hablar. —Y sin más volvió a cerrar.

Nuestros compañeros, Diego y Jorge. Los cuatro trabajábamos juntos bajo el mando del serio comisario, Carlos Muñoz, y la inspectora Sara Cortés. El equipo llevaba a cabo misiones de espionaje contra el terrorismo, prostitución, narcotráfico, tráfico de mujeres, armas y órganos. Básicamente todo lo que podía poner en peligro la seguridad nacional de nuestro país. Normalmente debíamos infiltrarnos, hacernos pasar por uno de ellos, poner cámaras, micros e interceptar la mercancía. En resumen, hacer lo posible para que acabasen entre rejas.

Diez minutos más tarde, entraron Jorge y Diego con una sonrisa muy sospechosa para ser lunes.

—Buenos días, chicos. Parece que lo habéis pasado bien el fin de semana —saludé.

—Desde luego, el sábado fue una noche… ¿cómo lo diría…? Espectacular —contestó Diego riendo.

—Nos contaréis todo a la hora de la comida. Todo. —Laura recalcó la última palabra—. Ahora nos espera Muñoz.

La miramos como si le saliesen tres cabezas y ella se dio cuenta de nuestra reacción. Era demasiado cotilla para querer esperar por un chisme.—No me miréis así. Muñoz estaba más serio de lo normal, lo que implica que lo que nos va a contar es importante. De todas formas, sois unos exagerados, no es tan raro que aplace el cotilleo. Pero os lo advierto, a la hora de comer no os libráis. Ambos. —Los señaló alternativamente en señal de advertencia.

La mesa del comisario era bastante pequeña, pero nos acomodamos. La inspectora y el comisario estaban ojeando unas carpetas que cerraron con lentitud cuando los cuatro estuvimos listos para escuchar. Antes de hablar nos las pasaron y comenzamos a ojear la información por parejas.

—¿Qué es? Vamos, obvio, información sobre las Tres K, pero…, ¿qué ocurre? —preguntó Jorge, levantando la vista de nuestra carpeta.

—Pues bien. Chivatazos, pistas, suposiciones, posibles delitos… Pero solo eso, nada que pruebe la culpabilidad de los miembros de las Tres K. No tenemos nada para meter entre rejas a ninguno de sus miembros, mientras que ellos cada vez amplían más su mercado. Más armas, más drogas de diseño, más mujeres para prostituir. Cada vez están llegando más camiones llenos de mierda a nuestras costas; a Francia y a Alemania. No somos capaces de pararlos, tienen las espaldas bien cubiertas. Nosotros solo encerramos a algún camello de poca monta que no sabe ni para quién trabaja —respondió el comisario.

Las Tres K era una organización rusa dedicada a todo tipo de tráfico. Una de las mafias más importantes del mundo. Los cuerpos de inteligencia de Europa acordaron un tratado hacía años para trabajar en grupo y así poder eliminarla. Hasta entonces no había habido suerte. Ni siquiera uno de sus miembros había acabado entre rejas. Habían debido de pagar muy bien a las autoridades y, desde luego, su trabajo no había dejado ningún cabo suelto.

Las Tres K recibía ese nombre porque estaba formada por la unión de tres grandes familias rusas. Los Korsakov, los Kostka y los Kovalenko; una unión muy sólida consolidada durante generaciones.

—Llevamos tiempo recopilando información y… —empezó a decir Laura, pero la inspectora la interrumpió.

—No tenemos nada, Laura, nada que los involucre directamente con tales delitos. Eso se acabó. Hemos estado hablando con los cuerpos de inteligencia de los países vecinos y nos hemos puesto de acuerdo en infiltrar a agentes en los puntos clave de sus negocios. Nosotros hemos sido los encargados de ir a Rusia. Atajaremos desde allí. Uno de vosotros viajará a San Petersburgo en septiembre.

—Nos ha tocado la parte más fácil —solté con sarcasmo.

—Será un trabajo complicado y largo. —Muñoz me lanzó una mirada seria—. Calculamos un año, más o menos, dependiendo de cómo vayan saliendo las cosas. No seréis un espía cualquiera, sino infiltrado directamente en una de las tres familias —explicó.

—¿Cómo se supone que lo haremos? No creo que sea tan fácil ganarse la confianza de alguno de ellos para averiguar algo sustancial —pregunté.

—Pues el objetivo para conseguirla será enamorar a uno de los herederos de las tres familias. Os convertiréis en la chica que siempre deseó, así os ganaréis su confianza. Le haréis creer que lo amáis. De esa manera, conseguir las pruebas necesarias para que paguen por sus delitos será más fácil —contestó la inspectora.

Fantástico, la infiltrada seríamos Laura o yo. Más claro, agua.

—Fabuloso, suena a pan comido, un plan perfecto. Enamorar a un mafioso, ruso por si no fuera suficiente, para acabar con su negocio. ¿De quién ha sido el plan? Porque a mí me suena a fracaso. Contando con que una de nosotras no acabe en un contenedor de basura —repliqué enfadada.

—Llevamos tiempo pensándolo y es la manera más segura. Está todo listo para que sea casi imposible ser descubierto —respondió el comisario.

—Aunque el ruso se enamore, no quiere decir que se vuelva tonto —comentó Laura.

—Cierto, que se enamore no quiere decir que le cuente todo a su amada —añadí.

—Pues ve pensando cómo lo vas a hacer, Dabria, porque tendrás que conseguir que se vuelva loco de amor por ti, que baje la guardia hasta averiguar lo necesario —dijo la inspectora.

Me quedé como si me tirara un cubo de agua helada por encima. No quería poner en peligro a Laura, pero no quería largarme para Rusia. ¡Maldita fuera!

—Espera, espera, espera. ¿Qué quieres decir con que tengo…?

El comisario me interrumpió.

—Sí, Dabria, tú serás la infiltrada. Tú enamorarás al ruso y tú los meterás entre rejas.




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