Lágrimas de Medianoche

Capítulo 1: Nueva vida.

Mis piernas se están adormeciendo por el tiempo que llevo parada en el césped, pero no me percato del leve hormigueo que las recorre. Me he mantenido en esta posición por más de una hora.

Mis piernas rígidas, mis brazos cruzados sobre mi pecho, mi mirada vacía observado el montón de tierra delante de mí. Mi abrigo apenas me cubre de las ráfagas de viento que azotan mi cuerpo y causan que mi cabello cobrizo golpee mi rostro.

Las personas a mí alrededor se mantuvieron calladas mientras decían unas cuantas palabras acerca de mi madre, pero en este instante se encuentran platicando sobre temas tan corrientes, que deje de escucharlos al cabo de quince minutos, y se volvieron un molesto murmullo al fondo de mi mente.

Sentí unas cuantas gotas de agua golpeando mi piel, pero la lluvia todavía no caía. Lo cual se me hace extraño, puesto que sobre nuestras cabezas (la mía y las de los conocidos y amigos de mi madre), se están arremolinando nubes grises en el cielo lúgubre.

Las personas que me rodean son desconocidas para mí. Tal vez... los he visto en fotografías donde están con mi madre.

Me llevo una mano al pecho, donde un nuevo dolor sofocante se ha aferrado a mi corazón mientras las lágrimas llenan mis ojos. Un sollozo apagado sale de mi garganta y me abrazo a mí misma intentando mitigar el dolor de la perdida.

Alzo mi mirada al cielo oscuro e intento contener las lágrimas y el dolor que ruegan por salir de mí.

La persona que me tuvo a pesar de lo que le hizo mi padre. La persona que me crio, que me acompaño en mis momentos más difíciles. Ella, que me llevo a mi primer día en la escuela, y a mi primera clase de flauta, en la cual solo dure un par de días.

Esa persona que estuvo conmigo, incluso, en los momentos en que falle... mi madre. Ella falleció la noche anterior, en la ambulancia, mientras se dirigían al hospital.

Un idiota intento pasar un semáforo en rojo, y las consecuencias para el fueron un par de fracturas y contusiones, mientras que yo perdí al único ser que me quedaba, el único en el cual confiaba. La vida es muy injusta.

Es normal que en la vida de una persona haya obstáculos, decisiones difíciles que tomar y perdidas. Es normal. Solo que hay situaciones que dejan una marca tan profunda en tu alma, que crees que jamás sanaran.

...Este ha sido el peor año de mi vida.

Todo inicio la primera semana de verano, mi amiga Claire y yo habíamos terminado un año escolar con honores. Iríamos de campamento y excursión, pero Claire, fue diagnosticada con cáncer.

Pase mi verano viendo como mi mejor amiga cambiaba frente a mis ojos. Observe como la chica risueña, optimista y bromista se convertía en una persona decaída, abatida e inconsolable. Vi como la quimioterapia acababa con ella lentamente, consumiéndola hasta ya no dejar nada de la chica que conocía. La contemple algunas noches, cuando se me permitía quedarme en el hospital para hacerle compañía, observaba su dificultosa respiración y como el brillo dejaba sus ojos cada día más sombríos.

También estuve con ella en el momento en que perdió todo su cabello, me ofrecí para donar el mío pero ella se negó. Estuvo luchando, incluso en sus circunstancias, no se rindió... pero fue derrotada por el cáncer.

Es la segunda vez en seis meses que visto de negro para asistir a un funeral, al parecer el clima también está de luto.

Escucho el leve murmullo de un motor a la distancia y el sonido delatador de un auto deteniéndose. Me giro y observo la calle al lado del cementerio. Efectivamente, un auto plata reluciente, se ha estacionado en las afueras del cementerio. Desde donde me encuentro puedo leer los números de la matrícula, solo con ver aquellos números pertenecientes a otro lugar y el auto costoso, reconozco a quien pertenece.

A una persona que no he visto nunca en mi vida, a excepción de una vieja fotografía que mi madre solía ver todas las noches y guardar debajo de su almohada. Una persona de la cual no sé absolutamente nada, solo que llevo su sangre en mis venas y no es algo que me agrade; y también, que le debo el color verde de mis ojos.

Bueno... eso y su nombre.

Steven Gray. Un hombre de apariencia formal y severa, con porte de hombre millonario y excéntrico, deduzco que es un experto en mantenerse indiferente, puesto que mientras dejo la rosa blanca en la tierra, sobre la tumba de mi madre, su mirada se mantiene sobre mí sin flanquear y su expresión no se modifica.

Camino escuchado el crujir del césped bajo mis pisadas y le sostengo la mirada al hombre con quien estoy obligada a vivir, al fin y al cabo, tiene mi custodia.

Cuando me encuentro en la entrada del cementerio -junto a mis pertenecías, las cuales había dejado ahí para evitar tener que regresar a casa, donde seguramente me azotarían miles de recuerdos tormentoso- tomo la caja con mis libros y algunas otras pertenencias con un brazo y con el otro, me dispongo a arrastra mi maleta negra.




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