Lágrimas de Medianoche

Capítulo 10: Pasado.

Charlotte

— ¿Elizabeth? —Entreabrí la puerta de los aposentos de mi hermana mayor— Elizabeth ¿estás ahí?

Un apagado "sí" fue la única respuesta. Abrí la puerta por completo y detalle la amplia estancia de altos techos que había al otro lado. Esta habitación me había pertenecido a mi cuando era una niña. Reconocía las paredes pintadas de amarillo pálido, las antiguas estanterías de madera pulida a mano. Conocía cada irregularidad en la madera del suelo y las ventanas de hojas cuadradas.

En medio de la gran cama adosada se hallaba ella, las faldas de su vestido haciendo remolinos a su alrededor. Elizabeth volvió la cabeza para mirarme y note como sus ojos azules estaban oscurecidos por la cólera.

Las perfectas ondas rubias del cabello de Elizabeth se encontraban recogidas en un tocado complicado, unos cuantos mechones adornaban su rostro. Elizabeth era una mujer muy hermosa, lo único que la ensombrece es la expresión de enfado que le retorcía los rasgos permanentemente.

— ¿Qué sucede, Charlotte? —soltó ella con aspereza.

El ligero acento francés todavía marcaba su voz cuando se enojaba,  una dama con aquella voz seria adorada por los hombres, de no ser por el tono agrio de esta.

—Te estaba buscando —le respondí con un deje de exacerbación. Muy pocas cosas lograban afectar a Elizabeth cuando se hallaba de mal humor, y casi siempre se encontraba en ese estado— William y la señorita Montezco han llegado, tenemos que estar presentes ¿Lo has olvidado?

— ¡Oh! sí me he acordado —declara ella mientras se levanta con sumo cuidado para mantener su imagen de perfección— sólo que mi presencia no es merecida con algo tan insignificante.

Ella se acerca hacia mí con la barbilla en alto y yo agacho la cabeza. Elizabeth es una mujer vengativa y algo volátil, cuando sus ojos tienen ese brillo, es inquietante, no es bueno acercársele o llevarle la contraria.

Ella posa ligeramente su mano bajo mi barbilla y la levanta, para que mis ojos se encuentren con los suyos.

—Esa fémina que se encuentra allá abajo del brazo de nuestro William, no merece llamarse mujer y mucho menos una dama —el tono gélido de Elizabeth hizo que cada una de mis extremidades se colocara rígida— no me inspira confianza, Charlotte, no te le acerques.

Cuando las últimas palabras abandonaron sus labios, note el cambio en el tono de su voz, paso de ser esa intimidante voz acida, a la voz de la Elizabeth que conozco y que suele protegerme.

Elizabeth alzo sutilmente la falda de su vestido rojo carmesí y yo le imite con la falda de mi vestido celeste. La mirada de superioridad e indiferencia de Elizabeth persistió en la joven parada al lado de William, mientras bajábamos con meticulosidad la escalera.

Suspire interiormente, había esperado que la presencia de William, sirviera para que Elizabeth perdiera su rabia y su maldad, pero parecía evidente que cuando había afirmado que aquella joven no era de fiar, había hablado en serio.

William se encontraba hablando con nuestro padre con amabilidad y respeto. Había una sonrisa imposible de borrar, plasmada en su rostro. En sus ojos había un brillo irreconocible. Pero su rostro reflejaba todas las emociones que llenaban su interior. 

Note que le estaba presentando a la señorita Montezco a nuestro padre.  En los ojos del hombre que nos había tenido junto con mi madre, había un brillo de cautela y recelo. Mi padre detallo a la joven delante de él, e inclino formalmente su cabeza para reconocerla.

Mientras William parecía apartado en una tierra de felicidad y dicha, la joven le daba una mirada de repulsión a mi padre, la fulmine con la mirada desde las escaleras y vi la mirada mordaz de mi hermana.

Elizabeth que había estado observando detenidamente bajo el pequeño tramo de escaleras restante. Frente a mis ojos, el rostro de mi hermana cambio hasta que pude ver a la dama inalterable, farsante y presuntuosa en la que suele convertirse cuando se dirige a personas que aborrece.

—Señorita Montezco —mi hermana inclino su cabeza en forma de saludo, cosa que Jane le correspondió— Gracias por deleitarnos con su presencia.

—Un placer —respondió la joven con una mirada de cautela y se alejó a una distancia prudente de mí hermana— Jane—puntualizo ella— todo el mundo me llama así.

Mi hermana asintió y le dedico una sonrisa cargada de repugnancia, agradecí que mi hermano no se hubiera percatado de aquello. Se veía que claramente apreciaba a la joven, temía de la reacción que pudiera tener si pudiera ver el rencor en los ojos de Elizabeth.




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