Lágrimas de navidad

Caridad de espíritu

Grande fue la sorpresa de Alex y su hermana cuando su madre les pidió que reunieran toda la ropa limpia que ya no se usaba en la casa. Para lo cual Alex y Sofía, la hermana mayor, le ayudaron y haciendo un solo bulto metieron todo en una bolsa de tela blanca. La madre quedó muy contenta porque todo se dispuso como ella había querido. Antes de salir de la casa, Alex observó a su madre muy emocionada y, con curiosidad, preguntó:

—¿A dónde vamos, mamita?

—Hijo, se acerca la navidad y es momento de hacer una buena acción.

Salieron raudos de la casa, Alex llevaba el paquete de ropa que asemejaba la bolsa de Papá Noel. Tomaron un taxi y recorrieron unas calles desconocidas a través de pasajes estrechos y pronto entraron en un complejo de edificios.

—Aquí es —comentó la madre de Alex—, seguro es dentro de uno de esos edificios.

Llegaron a un edificio de varios pisos que tenía una escalera de concreto sin revestimiento. Subieron decididos y cuando llegaron al quinto nivel «al fin, terminamos», se dijo Alex para sus adentros. Pero del quinto nivel subieron a la azotea, cruzaron un largo y estrecho corredor formado por casas prefabricadas con calamina vieja y pingajos colgando. Naturalmente, toda esa pobre gente se alborotó con la llegada de tan inusuales visitantes y su bolsa que parecía de Papá Noel, mientras unos cuantos chiquillos y niñas comenzaron a asomarse y a realizar preguntas:

—¿Qué es eso? —preguntó un raquítico niño de unos nueve años señalando el bulto.

—¿A quién buscan? —añadió una andrajosa niña que carecía de zapatos.

Sin poder advertirlo unos once o más niños curiosos los rodearon y escoltaron en procesión hasta la puerta con el número doce.

Luego de que la madre de Alex revisara otra vez el número en su celular dijo:

—Aquí es. —Dio tres toques suaves a una puerta vieja de madera, que solo usaba alambre para sujetarse al marco. Alex pensó que se trataba de una familia paupérrima que no tenían ni para los clavos.

Cuando la puerta se abrió lentamente, una mujer desconfiada y tímida se asomó. Era una mujer rubia pero joven, de unos 28 años, parecía de muchos más; el sufrimiento traslucía en sus ojos azules, agostados de ver y vivir tanta pobreza. Al verla, Alex notó algo familiar en ella, esos cabellos rubios cubiertos por un pañuelo azul en la cabeza le recordaban algo, pero no acertaba a decir qué.

—No se preocupe usted —afirmó la madre de Alex—, me enteré por una amiga del mercado de su situación y quise venir a visitarla, a traerle alguna ropa y calzado que le puede servir—. Diciendo esto le entregaron el bulto. La pobre y enferma mujer no pudo decir más que: “¡Gracias, Dios se lo pague!”. Y sus ojos retenían cristalinas lágrimas que temblaron dispuestas a rodar por sus mejillas.

Alex, entretanto, al haber hecho la entrega del paquete logró ver, en un rincón de la pequeña habitación, a una niña arrodillada ante una silla, que usaba como mesa, escribiendo, y en el suelo había algunos lápices de colores. Mientras su madre conversaba con esa mujer Alex se decía para sus adentros: "Cómo se las arregla para hacer sus deberes".

De pronto, por el cabello rubio y el suéter café reconoció a Daniela, la hija de la verdulera. Entonces Alex se aproximó a su madre y en tono de susurro le comentó que la niña que allí estaba era su compañera del colegio.

—Ven —susurro muy despacio su madre, añadió—: No la llames para que no se avergüence—. En esos mismos instantes, Daniela se volteó; Alex se quedó helado sin saber qué hacer, pero su madre le dio un suave empujón para que corriera a saludarla y así lo hizo, conversaron y Alex se asombró de los avances del proyecto escolar de Daniela. Luego, al despedirse en el umbral de la puerta, la madre de Daniela comentó:

—Nos está tocando vivir tiempos difíciles buena señora; mi marido hace tres años que nos abandonó y como si no fuera suficiente hace poco me enfermé. No he ganando nada hoy y vivimos de lo que pueda conseguir en el día, si no fuera por personas caritativas, no sé qué sería de nosotras. La mesita que tenía para que mi Danielita estudie y haga sus deberes me la quitaron cuando no pude pagar el arriendo. La veo tan estudiosa y quisiera hacer más por mi niñita… —diciendo esto, acariciaba los cabellos de su pequeña.

La madre de Alex, conmovidísima por lo que había escuchado y visto, abrió su monedero y le entregó cuanto tenía, dando al mismo tiempo una caricia a Daniela. Luego, cuando regresó a la casa con Alex, comentó:

—Esa pobre niña. Las incomodidades que debe pasar para estudiar. Prométeme que la cuidarás como una hermanita y me harás saber si necesita algo, ya ves que depende de nosotros ayudarlas.

Alex empatizó con los sentimientos de su madre y, emocionado, prometió cuanto pudo, aunque los débiles cimientos de sus promesas se sostenían en la desidia, porque rompió la promesa de no comer dulces antes de la cena, también la de no hablar con extraños, también la de no jugar con el celular antes de hacer las tareas. No entendía por qué papá prometía llegar a casa en navidad y nunca llegaba o qué tenía que ver un informe de navidad con su aprendizaje o el cuento de las lágrimas o cuando la abuela decía: “Promete a la ligera, quien no cumple sus promesas”. Solo sabía que anhelaba ver a su mami orgullosa de él.

Así lo hizo y cuando llegó el esperado día del informe final sucedió...



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En el texto hay: navidad, cuento, escolar

Editado: 10.12.2021

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