Lágrimas de navidad

El informe final

Cuando llegó el esperado trabajo de fin de curso algunos estaban intentando hacer los últimos retoques pegando algunas figuras o escribiendo con algún marcador. El profesor comenzó a llamar a los alumnos uno a uno para revisar sus trabajos. Cuando llegó el turno de Juan, la sorpresa fue general al ver que no tenía informe ni excusas, pues él desde el primer día había estado muy animado planificando todo para tener el informe perfecto. Alex fue el más sorprendido puesto que había visto a Juan, unos días antes, haciendo recortes y con el trabajo casi finalizado.

El profesor en tono severo reprendió y mandó un mensaje a los padres de Juan para hablar con ellos esa misma tarde. Juan estaba muy triste y lloraba en su pupitre. Alex fue a consolarlo y le dijo:

—¿Qué pasó? Por qué no le dices al profesor que si hiciste tu trabajo, que lo olvidaste.

Pero Juan no respondía y, sollozando, escondió su rostro en su pupitre, que quedó rodeado entre sus brazos. Llegó el turno de Matías, que aventajaba a sus compañeros dos años, era el niño más grande del salón y también el más malcriado. Al contemplar su trabajo el profesor se quedó patidifuso y, mientras miraba el trabajo y al creador como si no se correspondieran, se deshizo en alabanzas; así pues, se paró adelante y lo mostró hoja por hoja mencionando sus virtudes, era uno de los mejores trabajos que había visto en su carrera como profesor. En ese momento, Alex advirtió que, los recortes, eran las mismas ilustraciones que utilizó Juan, aunque podían haber usado la misma revista, pero al distinguir la caligrafía se convenció del latrocinio. No declaró nada por no ganarse problemas con Matías, porque hacía caer los dientes a los soplones o al menos eso decían. Cuando Alex fue requerido por el profesor para presentar su trabajo, le habló discretamente sobre la “maravilla”, así nombró el profesor al trabajo; le dijo que la “maravilla” pertenecía a alguien más, porque él fue testigo de su creación y poseía el libro con los recortes, además la caligrafía podía despejar todas las dudas. Estas y otras declaraciones le fueron reveladas al profesor que se puso de pie de un salto y, sin escuchar más a Alex, llamó a los dos niños involucrados. Alex se lamentaba y no por su acción, sino porque no le dio tiempo a decir al profesor que manejara la discreción para que todo quedara de manera que él no fuera involucrado.

Cuando Juan y Matías se acercaron al profesor con sus respectivos cuadernos, la verdad salió a la luz al comparar la letra. Matías ya estaba hirviendo en cólera con ganas de descargar toda su cólera en el rostro de Alex. De los tres, el que experimentaba más incomodidad era Alex que estaba deseando salir de allí, aunque sabía que era lo mejor para su amigo. El profesor, al verse burlado, conminó al detentador a ir donde el director.

—No quiero —contestó retadoramente Matías.

El maestro, que nunca había visto comportamiento semejante, rojo como un tomate, se paró y sacó del brazo violentamente al revoltoso a empujones.

Todos quedaron en silencio y antes de salir, haciendo un esfuerzo sobrehumano para cambiar su tono de voz, el profesor dijo:

 —Amigos, regresen a sus asientos…



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En el texto hay: navidad, cuento, escolar

Editado: 10.12.2021

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