— Entra —le dijo de malas formas mientras la empujaba dentro de lo que parecía una habitación pequeña de madera dentro de aquel navío en el que acababan de montar.
Había cabalgado durante horas y tenía un horrible dolor por culpa de ello en sus nalgas. Ella no estaba acostumbrada a montar, mucho menos hacerlo durante tanto tiempo sin descanso.
Cuando divisó la treintena de barcos que había próximos a la orilla, la certeza de que abandonaba tierras inglesas para adentrarse en las de aquellos salvajes era cada vez más real. En el fondo de su ser esperaba que alguien la rescatase, que ocurriera algo o que simplemente fuera una pesadilla de la cuál despertar.
Amber se tocó el brazo cuando el tipo la soltó, ¿Es que no entendía que la agarraba demasiado fuerte? Probablemente le salieran cardenales por ello ya que su piel era bastante sensible muy a su pesar, aunque era capaz de soportar bien el dolor.
— Quítate las ropas —Amber le miró entonces asustada, no…no podía ser lo que estaba pensando, si no la había tomado hasta ahora, ¿Por qué iba a hacerlo?
Su instinto fue protegerse con los brazos como si así interpusiera un escudo entre aquel hombre y ella.
Observó como el vikingo se quitaba aquel chaleco de pieles, dejando a relucir un torso definido y musculoso que la dejó estupefacta. Jamás había visto a un hombre así, ella había podido divisar algunos de los soldados cuando entrenaban y después se lavaban en las caballerizas por lo que no era la primera vez que veía a un hombre semi-desnudo pero nunca tan fuerte, tan poderoso…tan varonil.
— Quítate las ropas —insistió esta vez poniendo su mirada fija en ella.
Su negación ante lo que le pedía hizo que con un movimiento de cara se negase y en dos zancadas el vikingo estaba frente a ella y de un movimiento rasgó su vestido, su único vestido.
— Cuando dé una orden la cumplirás —le ordenó y Amber cerró los ojos por respuesta al sentirse casi desnuda, solo la separaba de la desnudez sus enaguas.
— Quítate la ropa —volvió a decir.
— No —le contestó mirándolo ahora con desafío, si pensaba tomarla de todos modos, no se entregaría a él, lucharía contra él.
El sonido de su respiración agitada hizo que su cuerpo temblase ante la creencia de que se abalanzaría sobre ella y la golpearía fuertemente hasta dejarla sin conocimiento. Tal vez fuera mejor así, no sentir, no padecer, no ser consciente de lo que aquel bruto iba a hacerle.
— Vas a obedecer —le dijo antes de notar como el tejido de sus enaguas se desgarraba ante sus manos— Te guste o no —le advirtió al tiempo que notaba la sensación de la libertad que ofrecía su desnudez al no sentirse privada del tejido con el que habitualmente siempre estaba cubierta.
Allí estaba ella, desnuda y expuesta ante aquel bárbaro del que ni nombre sabía, muerta de miedo, aunque su orgullo no lo demostrara y a punto de ser violada, aunque luchase hasta el último de sus alientos.
Cuando notó la mano del acariciar su brazo saltó hacia atrás por puro instinto alejándose de su roce.
Einar podía ser un salvaje, de hecho, era una bestia salvaje, pero jamás había violado a ninguna mujer, aunque solo hubiera sido por principios de no mezclarse con otras razas, algo bastante en contrariedad con sus hombres, cosa que él a su pesar, permitía para contentarlos. Él no tenía la necesidad, las mujeres vikingas ansiaban meterse en su lecho y el hecho de enfrentarse a la primera mujer que su instinto deseaba fervientemente pero que le rechazaba era bastante nuevo.
Él no era de palabras suaves, por norma general sus mujeres se dejaban montar libremente cuando las reclamaba, así que realmente no sabía cómo tratar a aquella beldad que lo rechazaba, pero la haría suya de una forma u otra.
Contempló su desnudez y era exquisita, su hombría era testigo de ello cuando vio detenidamente lo que sus ropas le ocultaban hasta ahora pero que le habían dado una idea de lo que tras ellas había. Vio entonces las marcas de sus hoscos dedos en el brazo de ella, aquellas marcas amoratadas que indicaban la delicadeza de aquella criatura y se maldijo así mismo, sin saber porque, de haberle provocado aquel daño.
Mientras Amber caminaba hasta dar con la pared de madera de aquel habitáculo, la mirada ceñuda de él, contemplando su desnudez la aturdía. No deseaba el cuerpo musculoso de aquel hombre tan cerca de ella, ni que la tocara con sus manos sangrientas, no, no deseaba nada de aquello y cerró los ojos fuertemente para despertar de aquella horrible pesadilla.
Fue entonces cuando sintió su mano en la cintura y como la alzaba de un movimiento aplastándola entre la pared y el cuerpo de aquel hombre, iba a gritar cuando sus labios se lo impidieron fusionándose con los suyos, haciendo que su grito quedase ahogado por la sorpresa.
Era su primer beso, y la fiereza de los labios con los que la besaba el vikingo hicieron que fuera incapaz de seguirle el ritmo aunque éstos fueran acompañados de múltiples sensaciones hasta ahora desconocidas.
Cuando aquellos labios fueron descendiendo por su garganta, reaccionó ante lo que estaba ocurriendo, ¡Se estaba dejando atacar por esa bestia! Entonces comenzó a removerse como pudo, dar golpes en su espalda y gritar como si se hubiera vuelto loca porque su cuerpo la traicionase de aquella forma ante un simple beso por muy devastador que éste fuese.