Llegamos a lo que parecía un poblado, la gente parecía conocerlos porque les saludaban y no pude evitar fijarme en las mujeres que le sonreían aunque al fijarse después en ella la miraban de forma ceñuda y con miradas punzantes sin entender porqué lo hacían.
—Esta será tu nueva casa —dijo bajándose del caballo y posteriormente bajándola a ella mientras no dejaba de observar la gran casa que tenía ante sí. Al parecer su dueño debía ser alguien pudiente dada la magnitud de aquella casa en comparación con el resto.
— ¡Mi señor, no sabíamos que volvería tan pronto! —la voz de Jeviah hizo que Einar apartara la vista de su esclava.
— Yo tampoco, pero así fue. Quiero que preparen mi alcoba inmediatamente y un baño caliente.
— Si, señor —respondió el sirviente rápidamente mientras entraba en la casa.
— Vamos —dijo cogiéndola del brazo y entrando con ella.
Cuando la oscuridad de lugar consiguió que Amber adaptara sus ojos a ella, vió a cuatro mujeres trabajando en lo que parecía ser la cocina. El olor a pan recién hecho hizo que su estómago crujiera recordándole todo el tiempo que había estado sin comer.
Cuando les vieron todas cesaron en su labor para escuchar las órdenes de su amo.
Amber no entendía nada de lo que el vikingo hablaba con sus sirvientes, pero si que la miraron con expectación finalmente por lo que no entendió que les podía haber dicho para que la observaran como si ella tuviera la respuesta a sus plegarias, solo era una esclava más, otra de las que pronto probamente trabajaría en esas cocinas.
Se marchó dejándola allí sola, ¿Debería seguirle? No le había dicho nada por lo que se quedó quieta donde estaba.
— El amo dice que no hablas su lengua, que desea que te enseñe —Amber abrió los ojos de par en par cuando escuchó su propia lengua en la voz de aquella mujer.
— ¿Eres inglesa? —preguntó como si fuera a encontrar en ella una compatriota.
— Si, fui raptada en una incursión. Debido a mi tamaño al parecer creyó que sería buena en las tareas domésticas, pero a ti te desea para otro fin según parece.
— ¿Cómo dices? —le preguntó extrañada.
— Quiere que te preparemos un baño y no ha pedido que te preparemos un camastro en la habitación donde dormimos todas las sirvientas.
— ¿Y eso qué significa? —no es que ella entendiera de sirvientes, pero en palacio, sus empleados tomaban baños de vez en cuando.
— Vas a servir al amo…en su lecho —le dijo claramente haciendo que la rabia en ella creciera por doquier. Les había declarado a sus sirvientes que iba a ser quien calentase su cama cada noche y aquello era peor que pasarse el resto de sus días limpiando el suelo que aquella bestia pisase.
Amber dejó que la ayudasen a lavarla, más que nada porque necesitaba con premura ese baño para quitarse la suciedad del camino y la suciedad que ese hombre había dejado en su cuerpo.
La vistieron adecuadamente y la llevaron a la habitación de su señor, el cual ni siquiera había querido saber cómo se llamaba, ni lo había preguntado a las sirvientas porque ahora deseaba seguir llamándole bestia vikinga.
Entró en la alcoba del vikingo que para ser sincera, se sorprendió al verla desprovista de lujos, solo un gran lecho lleno de pieles y una pequeña mesa la cual contenía alimentos y en la que él se encontraba precisamente ahora sentado.
— Siéntate —le ordenó.
— Soy una esclava —le respondió como si aquello quedara claro que no podía sentarse.
— Si te doy un orden, la acatarás —su voz sonaba firme y severa, tanto que notaba como temblaban sus piernas por culpa de ello.
— ¿Y si no lo hago? —le respondió firme.
— Entonces probarás la fuerza del látigo.
«Látigo» pensó detenidamente, prefería aquello que ser su concubina, su amante y consentir sus más bajos instintos.
— Que así sea —le confirmó altivamente mientras notó la ira en sus ojos y la llevaba a rastras hacia fuera de la casa.
Maniatada a un poste alto de madera con los brazos a su alrededor y las muñecas atadas con basta cuerda, notó como rasgaba su vestido, ese vestido azul precioso de hilos de oro que era lo único que le quedaba de su anterior vida, su carne fue expuesta y esperó…esperó a que aquel látigo la azotase pero el tormento de la espera fue peor que si los azotes hubieran llegado.
Instantes después notó como el vikingo hablaba con alguien en su lengua y la esclava que hablaba su idioma la desataba de aquel poste.
— ¿Por qué desobedeciste sus órdenes?, la celda es mejor castigo que el látigo, pero en invierno hace un frío horrible —le preguntó como si fuera una reprensión.
— No seré su amante —le susurró mientras se dejaba caer en ella.
— Te iría mejor si lo fueras. Un vikingo nunca acepta mezclarse con las de otra raza y contigo ha decidido hacerlo. Además, ni tan siquiera fue capaz de azotarte.