Estaba sentado en el sofá, a la misma hora del día... como todos los días. Haciendo aquello que lo hacía sentir placer, algo que a otros les tortura, y de lo que él era adicto: soñar.
El vivía más en sus sueños que en la realidad.
Creaba escenas en donde él era el héroe de la chica, donde era agraciado y adorado en el mundo, donde él se sentía útil.
Muchas veces le contaba a sus amigos esas fantásticas historias irreales, tan drásticos como rescatar a una chica de un accidente de tránsito, tan románticos como casarse en una playa, tan estúpidos como tener una billetera que no cese de brotar de ella dinero... Estos amigos, escuchando interesados las creativas historias del soñador, sugerían que escribiera libros. Pero este hacía caso omiso a ese consejo... No le gustaba escribir... Más bien, no era muy bueno con los libros.
Todo empezó cuando se decepcionaba de su realidad, y quiso tener otra. Se sentaba en el sofá, horas muertas, pensando primero en una mala decisión del pasado, los posibles resultados de "otros caminos", y un final feliz. Muchas veces lloraba la pérdida de una persona que adoraba. Una desilusión, un cáncer antiguo en su corazón. Soñaba con esa persona, reconocía las causas de su pérdida, y volvía a soñar otros resultados.
En vez de pararse del sofá e ir a vivir su historia, prefería soñarla, y decidir él mismo el final, en una carrera de rata sin final.
Entonces quedó atrapado en el sueño...
Pasaba tanto tiempo soñando que no podía diferenciar un hecho real a uno soñado. Y la conoció a ella. Una chica hermosa, de pelo rubio, mirada perdida y rabia narcisista.
No estaba seguro de si era real esta chica, o no. Sólo sabía los detalles de ella. Un océano de diferencias los separaba. El vivía en las nubes, ella, en la tierra. Él era estúpido, ella, sabía y sin juicio.
Aún así los personajes de esta historia, tal vez reales o no, decían que se veían bien juntos...
Su pesadilla: despertar en la mañana y ver que nada era real, que su realidad era otra. No lo podía creer, quería seguir soñando.
Entonces, en su nefasta pesadilla, encontró una libreta negra. Una que tal vez era de él, o tal vez no existiera. La abrió y escribió canciones cuyos sonidos instrumentales venía de algún lado, y mientras las escribía, escuchaba a su corazón cantar, y mientras la oía, soñaba.
Hasta despertar.