Querida Muerte:
Estoy consciente de que eres, como yo, una de las fuerzas más poderosas del universo. Sé que a todo ser vivo, por igual, algún día tendrás que visitar. Sé que su trabajo es muy complicado de comprender, honorable y limpio.
Estoy consciente, mi señor, que haces todo bien. Aún así debo reclamarlo algo que usted me quitó.
Un día desperté, cuando el sol apenas quemaba el área de la tierra en donde miraba. Había un chico enamorado de una muchacha. Todos los días él la veía salir del tren.
Sabemos que el azar es complicado, y la vida azarosa, y no dejé que el niño se ilusionara de la mujer, pero aun así la quiso, sabiendo que no la podía tener.
Pasaban días y meses, y de lejos la miraba, y yo me acerqué a ella para ver lo que pensaba. Ella quería en todo ese momento hablarle a él. Pero tenía mucho miedo de ilusionarse también.
He visto corazones rotos así que ni me descuide. Paulatinamente motivé al niño, a escribirle una carta a la mujer.
Él se la entregó al entrar al tren, ella lo leía camino a su casa. El niño rezaba en el andén, y yo el corazón le cuidaba.
Y así, todos los días, el chico le escribía, y ella leía. Pero en ningún momento ella le respondía.
Aunque él no podía, yo si, veía lo que ella hacía. Guardaba las cartas de amor en una caja que a él le respondía.
Pero la timidez no le dejaba, y a la basura el papel dejaba. Y mi niño nunca supo cuanto ella lo amaba.
Una mañana, de esas definitivas, ella bajó del tren.
A esperar a ese príncipe, y el poema que iba a traer.
Pero era diferente, un papel llevaba ahí. Era dos letras grandes, llenas de colores. Una S y una I.
Pero el chico nunca llegó, para ver a su querida. Diciéndole con letra grandes, que ella también lo quería.
Oh querida muerte, oh querida muerte. Devuélvemelo a él, que unos minutos eran necesarios para verlo florecer.
Oh muerte, tan desgraciada eres, ¿Porqué te lo llevaste?
Él no sabrá, ella no lo verá jamás.
Y la vida sigue igual.
Atentamente, el amor.