Lágrimas y estrellas

Devastación nocturna

She holds my body in his arms
She didn't mean to do no harm
And he holds me tight

AURORA ~

Cuándo una estrella refulgente bajó del firmamento nocturno y cayó en el abismo, y fue tragada entera, como una pastilla pequeña y casi imperceptible; nació la diosa de las tinieblas. Aquella luz de los infinitos cielos fue absorbida por las sombras eternas y de la unión de éstas surgió; como un rayo de destrucción, devastación y sombras Sempiternas. Los otros dioses de la destrucción y la muerte se sintieron regocijados al ver a su nueva compañera. Bañada su piel de las estrellas y su cabello de las sombras arremolinadas, salió del abismo luciendo perfecta, terrible y eterna. La Diosa de la Devastación más hermosa de entre todas las otras diosas.

El Cosmos la dotó de alas como un dragón, para volar por el mundo dejando su devastación, que era para lo que había nacido. Y así la dama de la destrucción volaba por el mundo, con su melena larguísima como una nube de tormenta, y en su paso solo se recordaba sus cabellos, las alas negras como una noche invernal y la piel de color cacao.

Los otros dioses le hablaban acerca del Balance, aquella creencia que compartían las deidades sobre su existencia en el mundo. Algunos eran de vida y otros de muerte, así debía ser y sería por siempre jamás. En aquellos tiempos, cuando el mundo era jóven, los Sempiternos vagaban por las tierras junto a las criaturas de toda clase.
Como cualquier deidad, la Diosa tenía muchos nombres, en cientos de lenguas y con distintos significados. Pero había uno que prefería de entre todos: Frygtelig.

Cuando volaba por entre un país que aún no tenía nombre, tuvo el deseo divino de provocar un derrumbe que acabara con una aldea a los pies de una de las montañas. Aquel deseo brotaba de la nada, provocando en ella un gusto por crear la devastación. Entonces sus ojos se tornaban azules como un resplandor intenso pero lejano y poderoso, y de ella emergía la destrucción como el vapor sale de un géiser. Pero, antes de arrojar su terrible don sobre la montaña, escuchó a sus espaldas una voz amable que preguntaba lo siguiente:

—¿Por qué destruyes mi hogar, señora de las sombras?

Al voltear vió a un joven esbelto, de cabellos castaños y largos alborotándose por el viento, vestido con ropajes blanquecinos, y aleteando con unas bellas alas azules como las de una mariposa morpho azul. Ella había visto éstas criaturas anteriormente, pues al recorrer el mundo se encontraba toda clase de seres, pero no sabía qué era, por lo que preguntó:

—¿Qué eres tú, criatura? —dijo la diosa con tono despreocupado.

—Yo soy un elfo de las flores, mi raza es poca, así que no somos muy vistos —respondió con tranquilidad el muchacho alado.

—Ya veo... Pues te conviene alejarte, soy la Diosa de la Devastación de éstas tierras, así que debo cumplir con mi tarea —los ojos de la diosa adquirieron un brillo azul resplandeciente, y su cuerpo se cubrió de ondas sonoras como la brisa fría del norte.

—Oh, gran dama, le ruego por piedad que no destruya mi hogar. Es el único que poseemos mi familia y yo... Pensé que los dioses eran seres benevolentes... —rogaba el muchacho con lágrimas en los ojos, a punto de aferrarse a las piernas de la deidad.

La diosa volteó a verlo, y sintió algo que jamás había sentido en todas aquellas ocasiones en las que había causado desastres: compasión. Pero era su deber el causar destrucción, sino... ¿Para qué existía?

Miró al joven elfo y acarició su cabello tiernamente. La verdad era que ella había sentido deseos por saber cómo funcionaba el mundo, qué hacían los seres que lo deambulaban, pero los dioses más antiguos le decían que eso no era correcto. Los dioses estaban por sobre todas las otras criaturas del mundo, así que debían comportarse debidamente. Volteó y se disponía a dejar brotar su devastación... Pero no lo hizo.

Los dioses nacen adultos, la mayoría. Así que no disponen de tiempo para crecer y aprender. Simplemente saben para qué están hechos y proceden a hacer lo que es su deber. Pero lo cierto era que ella no estaba segura de qué sentía, dentro de sí una lucha siempre se peleaba. Estaba el placer de provocar destrucción... Y luego el dolor de causarla.

—¿Por qué te interesa tanto este lugar, criatura? ¿Qué no es más grande este mundo para que busques otro lugar donde vivir? ¿Qué no hay miles de criaturas con las que estar para que desees con tanto fervor que no destruya a éstas que están allá abajo? —le preguntó la diosa al joven elfo.

Este se irguió y respondió, muy convencido, lo siguiente:

—Tienes razón, Dama de la destrucción. Hay muchos lugares y personas. Pero no hay más lugares y personas iguales a los que están allá abajo. Los individuos son únicos e irremplazables, y perderlos presenta un dolor inmenso para los que les tenemos afecto, ¿Es que acaso los dioses no entienden de emociones? ¿Por qué, entonces, son ustedes los que rigen este mundo si no saben del amor, el dolor, la alegría, la tristeza...?

La diosa se puso a pensar: era cierto en parte. Ella no sabía si los otros dioses sentían ese tipo de sentimientos, pero en su interior se preguntaba si era eso lo que la embargaba. Aquellas Emociones. Sonaba rara la palabra en su mente. Los dioses no le habían hablado de ellas, ni de su funcionamiento, o si eran importantes.

—¿Emociones? ¿Tristeza... alegría... dolor? —dijo la diosa, completamente agobiada—... No sé de qué cosas hablas, criatura. Sí, los dioses vigilamos el balance de este mundo, lo mantenemos ordenado. Si no hubiese devastación no habria belleza. Todo debe tener su contraparte, me temo... Pero, si existen esas "emociones", ¿Por qué yo no las he visto y por qué los dioses antiguos no me hablaron de ellas?

—¿No sabe que son las emociones? Y yo que creía que los dioses eran omnisapientes —dijo el elfo dándose una manotada en la frente, en inequívoco gesto de impotencia—... yo puedo explicarle cómo funcionan las emociones y hacerle ver que sí existen... Pero solo si promete no destruir mi pueblo.



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En el texto hay: fantasia, cuento, drama amor

Editado: 25.07.2024

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