Lágrimas y estrellas

Geranios amarillos

There's a place inside my mind
Where you and I can dance

Endlessly you hold on to me
And for the first time in a long time
I'm, I am whole

~November ultra

Mario vivía en una calle igual a otras muchas calles. Cada día iba a la escuela a pie, no estaba tan lejos, y en el camino le gustaba ver los geranios del jardín de la señora Morgan. Era amarillos como los pollitos en la granja de la tv, y eso le gustaba. Tal vez Mario no lo sabía, pero la razón por la que le gustaba ver los geranios de la señora Morgan era porque a su madre le encantaban, eran su flor favorita. El padre de Mario le llevaba geranios amarillos todos los miércoles, eran hermosos; eso hacía muy feliz a su madre.

Mario adoraba los geranios también, porque le hacían sentir cerca a su madre. Aunque sus padres le acompañaban a la escuela cada día, ambos colacaban la mano en cada hombro del niño. Pero Mario sabía que en realidad no estaban allí...

Él vivía con su abuela desde hacía muchos años, pues sus padres habían fallecido cuando él era un bebé. Mario nunca los había conocido.

Su abuela le contó que ellos lo amaban demasiado. Más que a sus propias vidas, incluso, parecía que ambos habían nacido solo para traer a Mario al mundo.

—Cuando naciste no habían dos personas más felices en el mundo, tus padres parecían solo existir para ti. Creo que pensaban que habian nacido para eso, para tenerte —le decía su abuela alguna de las voces que él preguntó por ellos, y entonces le sonreía al pequeño con aquella sonrisa llena se arruguitas y ternura.

—Abuelita, ¿Y por qué mis padres van conmigo a todos lados? —preguntaba Mario—. Me acompañan a la escuela. Hablan conmigo en el recreo y me susurran respuestas al oído. Me ayudan a hacer la tarea y juegan conmigo en el columpio del patio... Pero si ya no están... ¿Cómo es que están aquí?

La ancianita lo miró, le acarició la mejilla y le dijo:

—Cariño, que los veas no significa que estén ahí. A veces cuando amamos mucho a alguien nos resistimos a irnos del todo... Dejamos como una cuerda, que nos enlaza con quiénes dejamos atrás. Pequeñitos pedazos de nuestra alma se quedan en esos corazones de quienes amamos antes. Tus padres te amaban tanto que, de seguro, dejaron un pedacito de sí mismos aquí —dijo la viejita tocándole el pecho—. No significa que estén, pero como los deseas ver con tanta fuerza... De seguro crees verlos y oírlos. Es algo completamente normal.

—¿Significa que estarán siempre conmigo? —preguntó Mario, lleno de esperanza.

—Me temo no —respondió la viejita, quien sentía un gran dolor al explicar aquello—. Algún día ellos se irán, cariño. Pero es algo que debe pasar. No pueden estar todo el tiempo a tu lado, deberán seguir su camino en algún momento... Pero no te preocupes, cuando eso pase tú lo vas a permitir. Y estarás feliz de haber compartido el tiempo con ellos, aunque sean solo un recuerdo.

Mario no respondió nada, pero entendía todo. Sabía que sus padres terminarían de irse en algún momento, pero no quería preocuparse por aquello y prefirió seguir su vida tal y como estaba. No importaba si solo él veía a sus padres. No importaba si solo él los oía. No importaba si... Algún día... Ellos se desvanecieran.

Entonces, Mario iba a la escuela y veía los geranios, y su madre le decía que eran su flor favorita. Mario era feliz con aquello.

Sara (madre de Mario)

Cuando mi bebé nació me convertí en la mujer más feliz del mundo. Mi esposo Jorge estaba encantado con él, y le pusimos por nombre Mario. Era un nombre hermoso, para un bebé hermoso.

No había más paraíso que estar con él. Cuando Jorge llegaba del trabajo éramos la familia perfecta, aunque no tuviésemos una casa enorme, o mucho dinero. Mario nos había traído una felicidad que no sabíamos poder alcanzar.

Jorge había pintado la habitación de Mario muy hermosa, con pájaros, árboles, nubes y flores. Era como estar en un jardín real, al entrar al cuarto de mi hijo. Aunque era muy pequeño para admirar tales cosas.

Mi vida y la de mi esposo giraba en torno a mi bebé.

Pero... Fallecimos un día... Chocamos. Mario estaba con mi madre ese día, pues tenía una cita de aniversario con mi esposo.

Todo estuvo oscuro un tiempo, pero luego creo que abrí los ojos. A mi lado estaba Jorge, parecía tan desconcertado como yo. Nos miramos sin saber qué sucedía.

—Hola —dijo una voz, se escuchaba alegre.

Al mirar en dirección aquella voz, vimos a una mujer muy bella, vestida de colores pasteles. Su rostro reflejaba serenidad. Se nos acercó y nos mandó levantarnos. Por alguna razón obedecimos. La mujer nos llevó a caminar por un gran prado lleno de geranios y azahares. Era tan hermoso... Pero yo no podía concentrarme en la belleza del lugar, y pude ver qué Jorge tampoco... Solo pensaba en Mario.

—¿Dónde estamos? —pregunté.

—Eso es difícil de responder... Pero creo que podría decir que están en el camino al Otro Lugar —dijo ella.

—¿Eso qué es? —preguntó Jorge.

—Algo que está más allá de la vida de las personas. Allí se dirigen sus almas justo ahora... Yo los llevaré a ese lugar...

—¿Qué hay de Mario...? ¿Qué hay de mi bebé? —pregunté entrando en pánico.

No podíamos dejarlo... No podíamos estar muertos.

—Él estará bien. Su abuela está con él justo ahora —contestó la mujer con naturalidad.

—No... No puede quedarse sin nosotros... Yo... Yo necesito verlo... ¡Debo ver cómo crece, lo que hará, con quién se casará!

—¿Prefieren ver a su hijo en vez de ir al Más Allá? —la mujer volteó y nos sonrió a ambos, con ternura y amabilidad. Como si esperase que lo preguntara.

—¡Sí! —gritamos Jorge y yo al unísono.

—Podrán ver a su pequeño crecer, si es lo que desean. Pero no puede interactuar con él... Eso no le vendría bien a Mario. Cuando lo hagan un pedacito de ustedes irá con él y ustedes verán todo... Pero desde aquí, ¿Les parece bien? —preguntó ella.



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En el texto hay: fantasia, cuento, drama amor

Editado: 25.07.2024

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