En el Único Inicio estábamos, brillando juntos; unidos por fuerzas que no necesitábamos entender, aunque de seguro lo hacíamos, solo que no recuerdo. Luego vino la vida, encarnamos cuerpos pequeños y frágiles en la tierra nueva, jóven en aquel entonces era el universo; todo se veía diferente pero en cierta manera igual. Estábamos juntos otra vez, en aquellos días. Esas vidas duraban poco, nos íbamos al Único Inicio y después volvíamos. Todo era simple.
Cada que regresábamos nuestros nuevos cuerpos se tornaban más complejos y difíciles de dominar. Teníamos que aprender a caminar y a comer, nos esforzamos mucho en seguir con vida, siempre juntos.
Así transcurrían los años, luego las décadas y milenios. Hasta que llegamos a cuerpos extraños, que caminaban en dos patas y podían hablar; eso resultaba complejo: *hablar*, pero al aprender era muy útil, nos podíamos expresar cosas e ideas que antes no nos era posible. Palabras. Palabras que aprendíamos y se convertían en cosas asombrosas. Estos nuevos cuerpos le ponían nombre, *nombres*, a todo lo que encontraban. Yo no sabía que las cosas necesitaran eso. Pero nos dimos nombres. Él fue para mí Atardecer y yo fui Amanecer para él. Desde que tuvimos la suficiente consciencia y vista en nuestros cuerpos habíamos adorado ambas cosas y, como nos adorábamos, elegimos esos nombres. Solo los usábamos entre nosotros, pues los demás nos dieron nombres diferentes que no nos gustaban.
Era nuestro secreto, pues al parecer todas las otras almas habían olvidado de dónde venían y quiénes eran antes de tener estos cuerpos. Al principio me pareció extraño, pero Atardecer y yo decidimos mantener nuestro secreto; una rara sensación de miedo nos hacía guardar nuestras memorias solo para los dos.
En esa primera vez en cuerpos humanos yo fui una mujer y Atardecer un hombre, nacidos en el mismo sitio bajo las estrellas y el cálido ambiente africano. A mí me gustaban las llamas de las fogatas porque podía ver el rostro de Atardecer y parecía que en sus ojos se ocultara un sol moribundo y nostálgico.
Los años pasaron, más lento ésta vez; nos unimos, como tantas veces hicimos en nuestras vidas pasadas y concebimos hijos hermosos que crecieron y tuvieron descendientes igual de bellos y llenos de vida.
Cuando el camino empezaba a acortarse sentí miedo, no sé porqué; después de todo había pasado por lo mismo muchísimas veces antes... Pero la sola idea de que Atardecer se fuera me provocaba terror. Él me calmó y me susurró que todo iba a estar bien, que el universo siempre nos colocaba juntos. "Somos almas gemelas. Siempre juntas", decía y yo me calmaba.
Al morir Atardecer yo tuve que quedarme un tiempo más, pero sin él todo me parecía gris y lejano; las fogatas ahora me ponían triste. Mis hijos trataban de animarme pero realmente no los escuchaba. «Almas gemelas. Siempre juntos», me repetía internamente una y otra vez; por años.
Al fin yo partí y estaba feliz, pues en el Único Inicio estaría Atardecer.
Como siempre, me recibió la luz prístina y limpia, la alegría que llenaba todo mi ser, sin cuerpo físico; solo energía que flotaba junto a las otras almas también llenas de emociones y recuerdos infinitos. Sin hablar y sin buscar lo encontré y me quedé a su lado. Todo estaba bien ahora.
Al volver a la tierra no habité un cuerpo humano, sino un animal. Un perro, me parece. Atardecer era lo que llamaban "amo", yo le *pertenecía* , extraño concepto; jamás le había pertenecido, yo no era una cosa. Pero él ya sabía eso, pues al estar cerca de mí, me reconoció. Me llamaba: "Amanecer", decía y yo corría a él llena de felicidad. En esa vida Atardecer no tuvo descendientes, yo tampoco. En esa vida ninguno pudo estar con el otro como antes, era algo nuevo; especies diferentes. Pero nos adaptamos y logramos ser lo más plenamente felices que pudimos.
Pero las vidas animales son muy cortas por alguna razón, me fui antes que él y ahora Atardecer estaba triste y lloraba... No me gustaba que él llorara, a menos que fuese al reír demasiado o al sentir nostalgia con los atardeceres.
Por suerte, el tiempo pasa diferente en el Único Inicio y, antes de notarlo, él estaba junto a mí y éramos felices.
Varias vidas pasaban y nosotros las vivíamos con plenitud. A veces eramos hermanos, otras veces eramos del mismo sexo y otras tantas podíamos concebir hijos, odiaba que llegaramos a cuerpos de diferentes especies... *Odio*, esa palabra me daba escalofríos, la sentía solo al estar en cuerpos humanos; y dolía.
Una vez llegamos a los cuerpos de un par de romanos, Roma era hermosa en aquellos días; recuerdo que me gustaba mucho caminar en la tarde tomados de la mano luego de un día duro. Esa vida fue la primera en la que nos inmiscuimos en la guerra. En todas nuestras experiencias anteriores nos habíamos mantenido alejados de todo lo que fuese violento. Pero esa vez no pudimos escapar. La guerra nos tomó desprevenidos y no preguntó nada.
Atardecer se fue a la batalla y allí pereció. Yo no conocía ese tipo de dolor: el inesperado, aquel que llega sin que lo sepas y estés preparada. No escuché sus últimas palabras y él no me dijo: "Almas gemelas. Siempre juntas".
Esperé largos y amargados años hasta que la vejez me venció y el Guía-del Camino-de-Regreso me llevó al Único Inicio.
En nuestras nuevas vidas siguientes Atardecer y yo nos alejábamos de todo y todos. No volverían a separarnos inesperadamente, no.
Pero la muerte nos seguía los pasos. El mundo siempre tenía una nueva guerra en donde sea que estuviésemos.
En una vida yo fui un corcel poderoso y veloz. Me sentía muy bien en aquel cuerpo... Pero Atardecer no estaba conmigo. Yo tenía tanto miedo. ¿Dónde estaba? Era la primera vez que sucedía algo tan terrible. Separados. Solos. Perdidos.
Los humanos me llevaron con ellos a muchos lugares, yo solo corría y seguía las órdenes que me impartían, pues nada me importaba más que encontrarme con mi Atardecer. Y si moría en una de sus guerras, lo vería pronto.