Forcejeó con ella un rato, hasta que logró someterla contra la pared de los cuartos traseros e inmovilizar sus manos haciendo que se deshaga de la pala y la bolsa. Le instó calma, no quería hacerle daño, quería saber de dónde había salido la fortuna que tenía claras intenciones de llevar, ella le miró a través del cabello alborotado, había furia en su mirada y desprecio, muchas otras veces le habían entregado esa mirada, pero era la primera vez que en lugar de hacerlo hervir en cólera le causaba incomodidad.
La hizo girar, inmovilizándole las piernas con el peso de su cuerpo y las manos sobre la cabeza, ella aún no se rendía del todo.
—Sólo dime dónde lo conseguiste y te dejo ir —insistió—, no quiero lastimarte.
Pero la chica no parecía tener la menor intención de cooperar, porque intentó zafarse del agarre de nuevo. Era tan flaca y débil que el viento fácilmente podría llevársela, más aún, él.
Ella por su parte, había dejado a sus niños sólo un momento con la excusa de ir al baño, otra de las niñas mayores que estaba entrenando para asistirla se quedó con ellos. Corrió al cuarto de herramientas a por la pala y la bolsa de nuevo, ya conocía el sitio. No contaba conque había un hombre robándose el producto de sus entrañas a puñados o que intentaría secuestrarla. Desde el «trágico accidente» hacía años no se veía un hombre adulto en el orfanato.
Los recuerdos la golpearon, el forcejeo, las noches, los golpes, los hombres, el cuchillo, la sangre… El estómago se le revolvió de nuevo. «No, ahora no, por favor», rogó, pero el destino no la escuchó y sus entrañas se precipitaron al momento en que él notaba que estaba a punto de vomitar. Él esperaba un regurgito asqueroso en sus pantalones y zapatos, en lugar de eso obtuvo una lluvia de diamantes y gemas preciosas que brotaba como un manantial de la boca de aquella chiquilla, sin parar, sobre sus zapatos negros y hasta el suelo.
Cuando terminó, ella se sujetó de la pared, exhausta, y él, atónito, se arrodillaba para escurrir entre sus dedos los diminutos diamantes, rubíes, esmeraldas y zafiros. El vestido amarillo desapareció como un rayo antes de que pudiera detenerlo, entonces hizo lo único que le pareció coherente y usó la pala y la bolsa para tomar para sí las gemas. Era su premio mayor, a la mierda la vieja y su maldito bastardo, a la mierda el marido soso y fodongo, tenía entre sus dedos una bolsa con todo lo necesario para vivir cómodamente durante un tiempo.
No fue hasta que iban de camino a la mansión cuando la realidad lo golpeó, y se sintió un estúpido por considerar conformarse con una bolsa de diamantes cuando podría tener la mina completa: la chica.