Laila

IX.

Cuando le llevaron la comida de la noche, había junto un tomo del Justo Cordillera “Amores a término medio”. No era lo que esperaba, pero no le molestaba un buen drama/romance si éste era el caso.

—Me parece más propio para una señorita que Marx —dijo Julián al otro lado. Ella sonrió, abriendo el tomo en la primera página, en blanco.

—¡Ah, siempre el hombre intentado decirle a la mujer lo que es mejor para ella! Se necesita más que un romance para adormecer a quien ha despertado.

—Feliz lectura —respondió Julián al otro lado, pudo sentir su sonrisa a través de la puerta.

Tres días más tarde el libro estaba terminado junto a la bandeja de comida vacía, mientras traían una nueva. Ella esperaba sentada en la tapa del váter, mirándose los pies descalzos sobre las baldosas. Cuando volvió a escucharse la puerta cerrarse salió, encontrando sólo la comida, sintió una punzada de decepción porque durante los últimos tres días no se había sentido tan sola. Después de comer, no tenía más qué hacer, excepto debrayar y revisar una y otra vez los cajones de la memoria, encontrando cada vez un vestigio caído en la desmemoria, perdido entre las más recientes adquisiciones, tenía los pies apoyados en la pared, la sangre fluía cortésmente y se sentía liviana, sola, pero liviana, lista para flotar hacia los brazos de la muerte, es cuando un nuevo regurgito acudió de presto, y al no tener más bolsas libres tomó el jarrón sacó las flores presto y arrojó dentro el tesoro.

—¿Señorita? —dijeron al otro lado, cuando ella se apoyaba en la mesita, exhausta cada vez más. Ella preguntó quién era—. Julián, ¿le gustaría algún tomo nuevo específico? La biblioteca tiene una amplia colección de géneros y autores, quizá encontrará a alguien conocido.

—¿Hay una biblioteca aquí? —preguntó ella, poniéndose en pie y acercando la oreja a la puerta que lo separaba de su nuevo amigo lector.

—Claro, el primer amo, el señor Harshford, era un apasionado a la lectura.

—¿Puedo pedir algo de Marx?

—El amo Harshford era un conservador de derecha —respondió Julián con un tono jocoso.

—Fascista entonces —dijo ella, empleando el mismo tono—. Confío en su buen gusto, tráigame lo que usted considere conveniente, pero que no caiga en arquetipos femeninos del siglo pasado, ningún hombre ha sido mi héroe como ese tal «Maximiliano».

—Nada de romance melodramático entonces, entiendo. Vuelvo enseguida. —Diez minutos después ella estaba en su posición inicial: patas arriba, cuando el llavín de la puerta comenzó a temblar y cedió tras unos segundos—. ¿Señorita? —Presta, se incorporó y acercó a la puerta sin intentar abrirla a la fuerza, era mejor mostrar nulas intenciones de escapar si quería ganarse la confianza de alguien en esa casa. «¿Sí?» dijo ella con timidez—. Le traje algo.

Julián abrió un poco más la puerta, lo suficiente para que el tomo se deslizase por él. Ella lo recibió acuclillada, percibió que él estaba de la misma forma porque vio un ojo azul bordeado de arrugas y cejas blancas, lo miró por primera vez.

—Gracias —dijo, abrazándose al libro.

—El amo Robert regresa hoy, es mejor que no sepa lo del libro, ¿sí?

—Vale, será nuestro secreto.

—Feliz lectura —dijo antes de cerrar la puerta y marcharse dejándola sola, sin embargo, la sensación la abandonó en cuanto abrió la cubierta y una explosión de voces, música e imágenes llenaron la habitación.




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