Laila

XI.

Dos semanas más tarde, Almendra le anunciaba al otro lado de la puerta que el amo Robert quería cenar con ella en el comedor, que debía prepararse para las siete en punto. Ella, absorta en su lectura se encontró distraída pensando en qué podría significar aquello, ¡quizá le anunciaría su liberación! ¡Sí! Quizá había hecho ya suficiente fortuna y ese «trato» del cual hablaba había salido lo suficientemente bien como para no necesitarla ya.

Con entusiasmo buscó uno de los vestidos que él le había comprado, sin embargo, la nueva interrupción de Almendra obligó a pausar la búsqueda y encerrarse en el baño. Cuando recibió el permiso para salir, encontró sobre la cama un precioso vestido entallado de un color naranja quemado que acentuaba su delgada figura, los tirantes delgados como espaguetis y la línea de perlas en su cuello permitían sus clavículas lucirse con elegancia, se estaba convirtiendo en una mujer muy guapa. Con el cabello recogido y el rostro limpio, porque, aunque tenía en el tocador todas las herramientas necesarias para embellecerse, nunca le habían enseñado cómo, esperó pacientemente a que la escoltaran hacia el comedor principal, donde Robert la esperaba vestido con un elegante saco de terciopelo negro y camisa roja granate, bastante excéntrico.

—¡Ah!, dulzura, ven aquí. Estás preciosa, toma asiento, ven, ven —apremió él con un entusiasmo que denotaba la previa ingesta de alcohol en su sistema. Julia estaba detrás esperando la orden para servir—. Hay algo importante que quiero decirte —dijo él, sirviéndole champaña en una copa, él tomó la suya—, hoy vamos a brindar por una exitosa nueva vida, llena de buenos tratos únicamente, y como tú has cumplido al pie de la letra el tuyo, voy a hacerte un obsequio.

Ella se emocionó, bebió de la copa un sorbito y esperó con atención como un cachorrito a que él ocupara su lugar al pie de la mesa.

—Voy a permitirte usar dos habitaciones más del piso de arriba, ¿qué te parece? —dijo él, acomodándose la servilleta en el cuello de la camisa mientras Julia servía la entrada de crema de gazpacho y ella borraba de su rostro la expresión de alegría—. Ya hablé con Julián y Tomás para hacer los ajustes necesarios a los llavines y ventanas, claro, esta semana empezamos con ello.

»—Vas a tener más acceso a libros, ya que en el salón contiguo colocaremos un estante. ¿Te gusta escribir o pintar o algo? Bueno, no importa, te traeré un escritorio, creo haber visto uno por allí en esas habitaciones olvidadas, sí, uno de esos te vendrá bien. ¿Qué te parece? —Se dignó a detener su perorata para verla y notar su disgusto.

—¡No quiero nada! —espetó, poniéndose en pie y volviendo sus pasos hacia la habitación.

Él, embriagado de felicidad, ignoró el berrinche y continuó la fiesta de uno, que le duró al menos dos días más y culminó con él siendo recogido por Julián de una cantidad del pueblo, sin billetera ni dinero, pero no importaba nada, tenía la caja fuerte a rebosar y mucho más en camino al banco.




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